Desde que el ser humano está en el mundo, la necesidad de dar respuesta a los problemas que van surgiendo, el deseo de mejorar el presente vivido, el anhelo de la transformación de la realidad conocida o, incluso, el sueño de adelantarse a dificultades futuras han sido una constante.

No todo lo calificado como innovación ha sido, es, ni será realmente innovación, ni lo será en idéntica medida, alcance, ni profundidad. Hay innovación etiquetada como tal por desconocimiento de los logros y avances de tiempos previos o espacios alejados. Hay innovación que surfea por la superficie de la mejora, sin bucear en las profundidades del cambio, tal y como afirma Nicholas Carr.

Asistimos a un profundo proceso de transformación en que estamos migrando de una era de cambios a un cambio de era. El avance en el conocimiento científico ha tenido un gran protagonismo en todo ello. La innovación y el desarrollo tecnológico, fruto de la aplicación práctica de dicho conocimiento, ha avanzado a ritmo acelerado en la segunda mitad del siglo XX y en lo que llevamos de siglo XXI.

Desde la aparición de la máquina de vapor a finales del siglo XVIII, en los albores de la Revolución Industrial, pasando por la aparición del ferrocarril, el automóvil y el avión en el tránsito del XIX al XX, hasta el momento presente, la mejora tecnológica de los medios de transporte ha ido favoreciendo la aceleración en la movilidad y transformando el concepto del tiempo.

La invención del teléfono a finales del siglo XIX supuso el inicio de la otra gran transformación: la globalización del espacio. El espacio virtual, el espacio de los flujos en palabras de Manuel Castells, arranca en el mismo momento en que el teléfono rompe el lazo inseparable entre comunicación interpersonal y carácter presencial. Todo espacio, todo rincón del planeta queda vinculado al futuro del resto.

La aceleración del tiempo y la globalización del espacio, el tiempo inmediato y el espacio continuo, han transformado la naturaleza y rasgos de nuestra sociedad: el medio ambiente, la organización social, la demografía, la actividad económica, la salud, la política, la educación, el ocio o la cultura.

Un correcto posicionamiento ante semejantes cambios exige la armónica integración de las tres naturalezas de la innovación: la tecnológica (de los medios y territorios inteligentes,) la económica (de los recursos y resultados inteligentes) y la social (de las personas, organizaciones y procesos inteligentes).

Pero, la realidad, por el contrario, manifiesta un fuerte desequilibrio provocado por las distintas velocidades de la innovación, con una preocupante ralentización de la innovación social y económica frente a la inagotable innovación tecnológica.

De hecho, el desarrollo de la ciencia y la acumulación de conocimiento han posibilitado un elevado nivel de implantación de soluciones de base tecnológica, con consecuencias económicas y sociales de extraordinario calado. Por contra, las innovaciones social y económica no sólo no han desarrollado itinerarios propios, sino que ni siquiera han sido capaces de dar respuesta adecuada al impacto de la innovación tecnológica.

La política, la educación, la organización social o la agenda personal no se han desarrollado en la medida en que el avance tecnológico y su impacto social requieren. Y la economía, por su parte, ha crecido gracias a las nuevas posibilidades de la globalización y la aceleración (impactos económicos de la innovación tecnológica),  provocando un desequilibrado modelo social y medioambiental. Daniel Innerarity lo expresa de modo diáfano al afirmar que una innovación sin sociedad produce efectos socialmente indeseados. En este contexto, ¿cabe una aproximación innovadora a la innovación hasta ahora conocida?

Creo que sí. La integración coherente de los objetivos de productividad, calidad y transformación pueden ayudar a innovar en las propias estrategias de innovación.

Un enfoque de la innovación está centrado en la productividad, en la cantidad, desde una visión incrementalista, con una ligera alteración de la realidad conocida y una amplia difusión entre la ciudadanía. Es una innovación centrada en el número y la magnitud.

Otro enfoque de la innovación está orientado a la calidad, desde una visión adaptativa, profundizando en la modificación y el cambio de lo conocido. Se trata de una innovación que incide en los rasgos inherentes a las personas y las cosas. Es una propuesta útil para una sociedad cada vez más exigente en sus usos y consumos.

Pero, es la innovación vinculada  a la transformación la que se muestra más próxima a las necesidades perentorias de los nuevos tiempos y espacios. Profundiza en una aproximación radical (desde la raíz de las cosas). Promueve la co-creación, los procesos colaborativos desde la participación y la corresponsabilidad. Se muestra preocupada por la cualidad, por la transformación de la naturaleza intrínseca de las cosas, sobre todo si éstas no dan respuesta a las cuestiones planteadas o son generadoras de nuevos problemas.

La correcta integración de las innovaciones social, económica y tecnológica es una oportunidad para transformar las maneras de hacer, la generación de modelos alternativos de abordar los problemas,  la experimentación en torno a la adquisición de competencias y conocimientos, y la toma en consideración de las motivaciones, valores y sentimientos de las personas y ciudadanos.

Necesitamos reorientar el sentido de nuestros ecosistemas de innovación hacia la transformación. Una cadena de innovación transformadora de los procesos de aprendizaje, conocimiento, transferencia, producción, difusión y uso-consumo. Una aproximación innovadora a la propia innovación. Una recuperación económica, de base tecnológica, pero pensada desde la transformación social.

Publicado en el periódico DEIA. 16-7-15

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