Un chillido/irrintzi para Chillida

Filed under: Biografía — Andrés Ortiz Osés @ 06-03-2012

Andrés Ortiz-Osés
Deusto-Bilbao y Zaragoza

Jorge Oteiza fue mi amigo, y su obra me ayudó a ubicarme en el País Vasco abiertamente. Pero finalmente ha sido la obra de Eduardo Chillida la que me ha ayudado a abrirme del País Vasco, sobrevolando su espaciotiempo, de acuerdo a la divisa chillidiana de que más vale pájaro volando libre que cautivo en la mano. Este es el breve relato de mi tránsito final de Vasconia a Aragonia, de Bilbao a Zaragoza, del mar al altiplano y del espaciotiempo oteiciano al tiempoespacio chillidiano.

Era diciembre en Bilbao y, por tanto, en todo el mundo, mas de la noche a la mañana se nos anuncia que cerraban inminentemente nuestra residencia diocesana en Begoña, sin duda por motivos económicos de la indichosa crisis. Con casi 70 años pensé que continuaría con mis viejos cofrades en alguna de las otras residencias diocesanas, pero no: a los no oriundos se nos prohibía acceder a las otras residencias diocesanas precisamente por no ser autóctonos, aunque mi madre fuera vasconavarra, tenga Rh negativo, lleve 37 años entre los euskaltecas y haya investigado el “matriarcalismo vasco”. Sin duda era el “matriarcaRlismo” de la santa Madre y Madrasta (para decirlo con san Agustín), o sea, el neocarlismo eclesiástico vascote, el que nos dividía entre oriundos y forasteros, autóctonos y exógenos, separatistas y separados. Yo ya lo había denunciado tiempo ha: el peligro del nacionalismo es el “nazi-onanismo”.

Así que la Curia coriácea y crustácea me dejó colgado. Como alternativa irredenta se me ofreció impersonalmente otra residencia impracticable, con una habitación frente a la Estación central que vibraba de ruido al paso de trenes, autobuses y coches. Recibí un auténtico shock la primera noche en vela o velatorio, y decidí volver con mi edredón nórdico a cuestas a mi antigua residencia todavía abierta. Pero el Sanedrín fue inflexible, y el obispado decretó como irreversible mi marcha, desconociendo que el tiempo cristiano es precisamente reversible frente al destino pagano ciego/aciago. Aguanté así abandonado una semana durmiendo en el pasillo y en el baño de la residencia imposible, hasta que mis colegas jesuitas de Deusto me cobijaron espléndidamente en su Colegio Mayor, justo al lado de mi Universidad y Alma Mater.

Me sentí aplastado como un gusano por la maquinaria y su maquinismo impersonal, por eso yo proyectaba compensatoriamente las figuraciones de Chillida, tanto de sus huecograbados como de sus abrimientos. Finalmente, y tras un descanso reparador en mi natal pueblo aragonés, acogido por la hermandad de mis hermanos, decidí marcharme a vivir la jubilación en el gran Seminario de san Carlos en Zaragoza, donde otrora vivió y enseñó el gran Baltasar Gracián, el literato que interpreta la vida como un engaño y la muerte como un desengaño. Y aquí estoy bien acogido, cerca de la familia paterna y de los viejos amigos, recuperando la infancia y la adolescencia, organizando un hueco chillidiano donde poder respirar y caerme muerto en su día. En realidad sólo necesitaba lo que ya tengo para volver a ser medianamente feliz, un espacio abierto y un presente transeúnte. Mientras que el tiempo es un presente transitivo, el espacio es un presente transido: transido por el hombre y sus huellas temporales, cuya presencia ausente posibilita nuestra presencia presente, una presencia en mi caso ya algo ausente por cuanto terminal.

Temía el refrán popular recordado por mi hermana, según el cual “el viejo en nueva jaula se muere”. Pero cuando esa jaula es reconocible, como es mi caso, entonces el viejo renace y pervive. Repito, yo sólo necesitaba un hueco u oquedad simbólica, en el que inscribir la propia soledad en compañía ajena. Ha sido E. Chillida quien ha apuntado que el tiempo es transtemporal pero precisa del límite espacial, de modo que el presente no es propiamente dimensional pero se dimensiona, delimita y enmarca.
Esto significa para mí una afirmación de la libertad espiritual que sobrevuela todo límite o limitación material, toda dimensión o medida exterior, de un modo solitario y autoafirmativo, pero que se ejerce humanamente al encarnarse o humanizarse solidaria y heteroafirmativamente.

El País Vasco, mi tierra materna, me ofreció ese hueco o espacio vital durante 37 años claves de un modo oteiziano, pero ahora Aragón me ofrece su hueco o espacio mortal para la eternidad, transtemporalmente, chillidianamente. En los viejos columbarios romanos se escribía sobre las urnas funerarias una breve sentencia  lapidaria: “ad superos evolavit – voló a lo alto”. En mi caso no he sobrevolado muy alto sobre mi viejo País Vasco, solamente doscientos y pico metros  sobre el nivel del mar, por eso puedo aún divisarlo y contactarlo.

En este mi último sobrevuelo simbólico y real me ha resultado decisivo recuperar la memoria de E. Chillida, quien primero me propuso la imaginación del horizonte abierto y de la luz,  luego del peine del viento y finalmente de la casa del padre y del abrazo destinal. Aquí en Cesaraugusta tengo un horizonte luminoso y abierto de par en par, aunque contrarrestado o delimitado por la propia ciudad que funge como peine del cierzo en mi tierra paterna, es decir, en mi patria chica pero no achicada, en la que pienso descansar en paz. Desde estos nuevos lares lanzo como un Begirari u Observador vasco-aragonés un chillido/irrintzi por Chillida, el abridor de todo espacio cerrado y de todo tiempo encerrado.

He aquí que el “hueco” es el modo lógico de quitar poniendo (modus tollendo ponens) y de poner quitando (modus ponendo tollens). A lo largo de la vida tratamos de hacernos un hueco a base de quitar algo para poner o aportar nuestro aporte al otro (criticismo y constructivismo). Complementariamente, en nuestra última etapa existencial realizamos la operación lógica correspondiente, la cual funciona poniendo nuestro aporte al borde del vacío, en oferencia u oblación a la otredad u otración simbolizada por la muerte. De este modo, nuestra actitud vital es de aferencia, mientras que nuestra actitud mortal es de oferencia: pero en ambos casos el hueco u oquedad existencial funciona como apertura o abrimiento radical.

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