Dialéctica de contrarios

Filed under: Filosófica — Andrés Ortiz Osés @ 25-06-2012

Dialéctica significa interléctica: lectura transversal de lo real en su complicidad o coimplicidad.

Ahora bien, hay una dialéctica racional o explicativa (clásica), y hay nuestra dialéctica relacional o implicativa (posclásica).

Hay también una dialéctica superadora o trascendental (tradicional), y hay nuestra dialéctica supuradora o inmanental.

La dialéctica hegeliano-marxiana funciona por “posición, oposición y composición” de lo real en una síntesis superadora (sea en lo espiritual sea en lo material).

Sin embargo, nos interesa la dialéctica de Proudhon, la cual es una dialéctica integradora de contrarios en un equilibrio no-jerárquico (anarcoidal), de modo que busca “la reconciliación universal a través de la contradicción universal”.

Nosotros mismos proponemos una dialéctica mediadora y remediadora de contrarios y contrastes a través de la coimplicación relacional de las diferencias y de los opuestos compuestos: su nombre dice “dualéctica” de los contrarios contractos.

La dialéctica como “dualéctica” de los contrarios no proyecta la verdad como razón pura, sino el sentido como razón afectiva. Se trata del sentido humano o encarnado, el cual puede redefinirse como la rosa que florece en la cruz del sinsentido: sea por supuración o sublimación, transustanciación o trasfiguración, transignificación o
simbolización.

La dialéctica/dualéctica de los contrarios resulta una comunicación de los opuestos: una dialógica hermenéutica de carácter democrático u horizontal, frente al verticalismo típico ascensional que luego desciende de arriba abajo.

En cambio nuestra “dualéctica” funciona transversalmente de un modo implicativo: así pues, cómplicemente: coimplicativamente.

La coimplicación de los contrarios encuentra su máxima ejemplificación en la dialéctica del amor y la muerte, los máximos arquetipos de nuestra existencia real. Amor y muerte dicen lo mismo diferenciadamente: el amor dice apertura al otro, mientras que la muerte dice obertura a la otredad.

La mismidad del amor y la muerte radica entonces en su tracción o movimiento de otración u otraje, pero asumiendo la disidencia o desinencia mutua. Pues la tracción del amor dice atracción, mientras que la tracción de la muerte dice detracción o retracción. Los dos movimientos de un mismo trayecto de ida y vuelta: la tracción y su traición, la otración u otraje y su ultraje.

La mutualidad de amor y muerte se manifiesta en cada uno de ellos: amor en la muerte y muerte en el amor. En el amor en cuanto fusión mortífera por cuanto imposible, y en la muerte en cuanto fisión trasfiguradora de la prisión mortal.

Coimplicidad de amor y muerte, dualéctica de muerte y amor, que podemos transcribir en un símbolo sintético: “amors”. Este es el símbolo enigmático de la existencia del hombre en este mundo.

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Dialéctica de contrarios

Filed under: — Joseba Abaitua @

Dialéctica significa interléctica: lectura transversal de lo real en su complicidad o coimplicidad.

Ahora bien, hay una dialéctica racional o explicativa (clásica), y hay nuestra dialéctica relacional o implicativa (posclásica).

Hay también una dialéctica superadora o trascendental (tradicional), y hay nuestra dialéctica supuradora o inmanental.

La dialéctica hegeliano-marxiana funciona por “posición, oposición y composición” de lo real en una síntesis superadora (sea en lo espiritual sea en lo material).

Sin embargo, nos interesa la dialéctica de Proudhon, la cual es una dialéctica integradora de contrarios en un equilibrio no-jerárquico (anarcoidal), de modo que busca “la reconciliación universal a través de la contradicción universal”.

Nosotros mismos proponemos una dialéctica mediadora y remediadora de contrarios y contrastes a través de la coimplicación relacional de las diferencias y de los opuestos compuestos: su nombre dice “dualéctica” de los contrarios contractos.

La dialéctica como “dualéctica” de los contrarios no proyecta la verdad como razón pura, sino el sentido como razón afectiva. Se trata del sentido humano o encarnado, el cual puede redefinirse como la rosa que florece en la cruz del sinsentido: sea por supuración o sublimación, transustanciación o trasfiguración, transignificación o
simbolización.

La dialéctica/dualéctica de los contrarios resulta una comunicación de los opuestos: una dialógica hermenéutica de carácter democrático u horizontal, frente al verticalismo típico ascensional que luego desciende de arriba abajo.

En cambio nuestra “dualéctica” funciona transversalmente de un modo implicativo: así pues, cómplicemente: coimplicativamente.

La coimplicación de los contrarios encuentra su máxima ejemplificación en la dialéctica del amor y la muerte, los máximos arquetipos de nuestra existencia real. Amor y muerte dicen lo mismo diferenciadamente: el amor dice apertura al otro, mientras que la muerte dice obertura a la otredad.

La mismidad del amor y la muerte radica entonces en su tracción o movimiento de otración u otraje, pero asumiendo la disidencia o desinencia mutua. Pues la tracción del amor dice atracción, mientras que la tracción de la muerte dice detracción o retracción. Los dos movimientos de un mismo trayecto de ida y vuelta: la tracción y su traición, la otración u otraje y su ultraje.

La mutualidad de amor y muerte se manifiesta en cada uno de ellos: amor en la muerte y muerte en el amor. En el amor en cuanto fusión mortífera por cuanto imposible, y en la muerte en cuanto fisión trasfiguradora de la prisión mortal.

Coimplicidad de amor y muerte, dualéctica de muerte y amor, que podemos transcribir en un símbolo sintético: “amors”. Este es el símbolo enigmático de la existencia del hombre en este mundo.

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