El agua y el pensamiento

Luis Garagalza

Universidad del País Vasco

Andrés Ortiz-Osés ha elaborado un pensamiento de carácter hermenéutico o interpretativo de la realidad, especialmente de la realidad cultural entrevista tragicómicamente en su sentido y sinsentido. Esta filosofía de nuestro autor tiene un sentido ambivalente de signo simbólico o, como aquí lo traducimos, de sentido acuático, por cuanto concibe lo real no como un conjunto de cosas secas ni tampoco como un conjunto de conceptos puros (ambos modos son extremistas), sino como un entramado coimplicativo de símbolos, los cuales son imágenes de sentido fluido o fluente y, además, influyente en nuestras acciones humanas. De aquí su significación antropológica y psicosocial y la importancia otorgada al lenguaje como “mediador” de toda interpretación del mundo por parte del hombre.

Ahora bien, se trata de dar importancia al lenguaje simbólico o imaginal, según lo dicho, así pues a un lenguaje axiológico o valorativo y no meramente cósico ni racional-abstracto. El lenguaje racional-abstracto es propio de una tradición clásica hoy contestada por la Posmodernidad, la cual critica la razón y la verdad clásicas por sobrehumanas en nombre del sentido humano o, como nuestro autor gusta de decir, en nombre del sentido consentido o afectivo. La verdad clásica es para el pensamiento posmoderno una metáfora petrificada, o, como dice Nietzsche, una imaginación que ha olvidado que lo es. A partir de aquí la razón clásica no puede autoafirmarse ni justificarse a sí misma, ya que se apoya previamente sobre aquello que pretendía excluir como lo otro de la razón, siendo eso “otro” de la razón la contingencia de la propia existencia, la previa experiencia, la vivencia y la convivencia, los afectos y afecciones, el sentido que por carecer de un fundamento sólido se encuentra en pugna con el sinsentido.

Así que A. Ortiz-Osés participa de la tesis hermenéutica contemporánea de Gadamer, según la cual el lenguaje es metafórico o, en palabras de Ortiz-Osés, no es puramente racional sino relacional, no es literal sino simbólico, no es cósico sino acuático. De esta guisa, el lenguaje simbólico funda al lenguaje racional, de modo que el concepto remite ahora al símbolo, la razón al sentido, la verdad pura a la interpretación impura y, finalmente, el logos y su lógica al mito y su mitología…

Toda nuestra cultura es en efecto “mitología”, en el sentido de que la realidad está articulada simbólicamente por el hombre, el cual lo capta todo no desde la perspectiva aperspectivística de Dios, sino desde su perspectiva humana, demasiado humana, y no suprahumana, heroica o divina. Frente a la presunta solidez del ser clásico y de su razón pura nos las habemos ahora con un fundamento líquido. Ya el propio Nietzsche se refirió al hombre como a “un poderoso genio constructor que acierta a levantar sobre cimientos inestables y, por así decirlo, sobre el agua en movimiento, una catedral de conceptos infinitamente complejos”.[1]

Ello no significa pasar del absolutismo clásico al relativismo de ciertos posmodernos, significa que nos movemos en un mundo humano relacional e intersubjetivo, dialógico y simbólico. Como dice Ortiz-Osés:

Por encima y por debajo de nuestras filiaciones reales, intervienen nuestras afiliaciones imaginario-simbólicas a través de imágenes cargadas de sentido: de este modo hay algo wittgensteiniano que se “muestra” detrás de los hechos brutos a los que trasciende, y ese algo no se puede decir en un lenguaje referencial sino simbólico. Y es que fundamentamos nuestras vivencias no en presupuestos dados de hechos brutos, sino en condiciones que los trascienden, así pues en con-dicciones: en un lenguaje simbólico que funge de mediación o afiliación entre el significado dado y el sentido simbólico. El fundamento de lo real es simbólico o imaginario, de modo que el imaginario simbólico es la matriz del sentido: por eso todo lo que tiene nombre es (como dice la mitología vasca).[2]

El fundamento de lo real es lo simbólico o imaginario, y ello dice: lo acuático, pues esa afirmación acarrea un “ablandamiento” de la concepción clásica de lo real, una dilusión de lo fijo o fijado, una reinterpretación acuática del ser como sentido que nada o reflota en un trasfondo oscuro y enigmático, a menudo de sinsentido, como realidad transida de surrealidad. El ser clásico es así liquidado en su cosificación o reificación, y licuado para su interpretación fluida y abierta, fructificadora, renovadora o regeneradora. La interpretación adquiere así un carácter recreador fundado en lo simbólico y lo simbólico queda simbolizado por las aguas, de modo que lo sólido flota insólitamente, es decir, emerge y demerge en lo líquido.

Esta reinterpretación del ser de lo real desde el agua suscita una visión surreal. He aquí que en diversas mitologías estudiadas por el autor el agua es considerada como la mater-materia de generación y regeneración, en donde el mismísimo duro destino se ablanda, humedece y reviene. Lo líquido-simbólico es la matriz, la urdimbre matricial frente a la estructura patricial o patriarcal, posibilitando a su vez su regeneración. Pues es por inmersión en las aguas como las cosas reviven y se recrean, pues como dice Ortiz-Osés:

El agua está al principio, en medio y al final, siendo el médium amniótico de regeneración. Ello pone al agua en comunicación simbólica con el lenguaje, médium hermenéutico por excelencia de disolución y resolución de lo real. El lenguaje pone en flotación las entidades, disolviendo su irrelacionalidad y resolviéndola en relaciones: por eso el lenguaje es la razón acuática que mata y vivifica, disuelve y coagula lo real dado, otorgándole una nueva relacionalidad.[3]

El lenguaje simbólico es así el fundamento acuático de una realidad ahora concebida surrealmente, abiertamente, imaginalmente. En la presente obra el propio autor ofrece una simbología de las aguas y una mitología del agua, así como una dilucidación del sentido acuático de la existencia. Pero lejos de quedarse en la mera teoría hermenéutica, el propio autor la verifica en el amplio abanico aforístico que, como una lluvia de gotas interminables fructifica nuestra cultura sacándola de su yermo impenitente.

[1] F. Nietzsche, en: A.Ortiz-Osés, Metafísica del sentido, Universidad de Deusto, 1989, VI.

[2] A. Ortiz-Osés, en: W. Ross, Nuestro imaginario cultural, Anthropos, Barcelona 1992, Epílogo.

[3] Ver A.Ortiz-Osés, Las claves simbólicas de nuestra cultura, Anthropos, Barcelona 1993, I.

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