Galería de símbolos

(del libro Museo de símbolos)

Andrés Ortiz-Osés

Presentación: Interpretación de imágenes

Ahora, alumbrado mágicamente por Eros,
se destacó profundo y rico el manantial
de las antiguas imágenes
(H. Hesse).

La idea central de un Libro de símbolos radica en proyectar una especie de “museo hermenéutico”, en el que se lleva a cabo la interpretación o comentario de un núcleo significativo de imágenes simbólicas relevantes en el contexto de nuestra existencia humana. La intención de esta obra consiste en articular un imaginario simbólico del sentido del hombre en el mundo, siquiera de forma selecta o selectiva.

Este es un texto de reflexión simbólica sobre imágenes reales o conceptuales, concretas o abstractas, físicas o metafísicas, materiales o formales, destacadas de nuestra vivencia individual y de nuestra convivencia colectiva. El hermeneuta o intérprete aborda una serie de imágenes cuya mediación o comprensión realiza tentativamente para el lector, tratando de abrir y no encerrar su significación. Tenemos pues una primera imagen a modo de texto, su interpretación contextual por parte del autor, y finalmente la recepción del lector en su propia textura o contextura vital.

Así que la imagen dice algo textual, el intérprete lo intertextualiza y el lector lo recibe en su propia contextualidad existencial. La operación fundamental es mediadora y consiste en simbolizar una imagen dada en su dación o dinámica interpretativa. Ello conlleva resignificar o reconstruir la imagen, restaurarla o amplificarla, reimaginarla o recrearla en su sentido consentido o compartido.

A tal fin un buen método consiste en desmitologizar la imagen de sus prejuicios y remitologizarla significativamente, es decir, redimir su sentido caído o decaído –decadente- por medio de un decantamiento diacrítico. Pero ello conlleva una revisión del mundo a través de sus imágenes, símbolos e iconos más representativos. Una tal revisión se realiza de un modo recreador o recreativo, abridor o desopturador, pero no de modo arbitrario.

En efecto, la interpretación simbólica está presidida por la “inteligencia afectiva”, la cual capta la realidad imaginal de modo aferente, a través de la dualéctica que establece entre distancia y cercanía, revisión y visión, desligación y religación, desmitologización y remitologización, ironía y amor. Pues toda auténtica interpretación libera el sentido a través de su religación, abre el sentido a través de su asunción, amplifica el sentido a través de su implicación.

La concepción de esta obra procede del editor amigo Javier Torres Ripa. Al principio me pareció un proyecto extraño, pero finalmente me ha resultado un proyecto entrañable. Esperamos que el lector disfrute hermenéuticamente tanto como su autor en su composición, ya que se trata de una tarea bien interesante culturalmente. De ella ofrecemos aquí una primicia textual, aunque sin sus imágenes o ilustraciones correspondientes, las cuales deben ser recordadas o rememoradas o bien imaginadas y proyectadas por el lector.Este lector avisado podrá observar nuestro interés por llevar ciertos temas cultos al ámbito de la vida cotidiana, así como por acercarnos en otros a la cultura popular a través del lenguaje ordinario.

OBERTURA: ADÁN, AMOR Y MELANCOLÍA

En la creación del hombre, Dios lo crea a su imagen y semejanza encarnadas, pero a su vez el hombre recrea a Dios a su imagen y semejanza sublimadas. Por eso hay una correlación de fuerzas entre ambos, Dios planea en el cielo y se abaja hacia el suelo, mientras que Adán yace en la tierra y se yergue hacia el cielo en justa correspondencia.

Este Adán de Miguel Ángel procede de la bóveda de la Capilla Sixtina y lo muestra tumbado en la naturaleza en posición de cierta dejadez, como desperezándose relajadamente. Sin embargo, hay también una cierta languidez en su gesto, sin duda debido a la ausencia de Eva, que Adán alberga aún en su costado implícita o implicadamente.

Un tal Adán es entonces un Adán androgínico, aún no desdoblado, que recoge su ánima femenina en su interior hasta que Dios la sonsaque y concree. Por su parte, también el Dios creador alberga el ánima en su interior, asumiendo así el carácter procreador de signo matriarcal.

El cuadro miguelangeliano rezuma amor y melancolía: es la escena primigenia del hombre en sus orígenes, protegido por el dios Padre y la diosa Madre, aquí simbolizada como madre naturaleza que se proyecta en el Jardín del Edén. En donde la desnudez adánica/edénica es el símbolo de la pureza perdida.

Pero lo más intrigante del famoso fresco renacentista es la cuestión del sentido existencial, consignificado por la conjunción del dedo índice del hombre y Dios. El divino índice señala simbolizando y simboliza creando, mientras que el índice humano señala simbolizando y simboliza recreando.

El índice de Dios es decisivo y decisorio o definitivo, porque encuentra; el índice del hombre es indeciso e indefinido porque busca. Ahora bien, como aduce san Agustín, el hombre no buscaría a Dios si no lo hubiera encontrado de algún modo indefinido o borroso. Pues en toda búsqueda auténtica hay un encuentro latente o latiente, implícito o implicado, como ocurre en la búsqueda amorosa, en la que el amor recrea amor.

(Síntesis final) En este cuadro veo yo plasmada la auténtica realización humana, la cual se definiría como: ser uno mismo, abierto al otro. Autoafirmación y heteroafirmación, ser y estar, aferencia y oferencia, religación y libertad, amor y humor (el cual obviamente forma parte de la melancolía humana de estar en este mundo y no en otro).

  1. Símbolos artísticos
  2. Símbolos fílmicos
  3. Símbolos amorosos
  4. Símbolos religiosos
  5. Símbolos geográficos
  6. Símbolos musicales
  7. Símbolos existenciales
  8. Símbolos culturales
  9. Símbolos filosóficos
  10. Símbolos de transfiguración

COLOFÓN: LA VIDA, EL MUNDO Y SUS ATRIBUTOS

Desde la atalaya de la edad madura puede contemplarse el mundo con sus luengos atributos, La vida es una lucha por la vida, en la que hay armisticios formidables. La existencia es una batalla por la coexistencia, en la que cabe una paz soterrada. Pero así como bajo el conflicto hay reconciliación implícita, así bajo la reconciliación está el conflicto latente.

En la vida subyace la muerte temporal, y en la muerte subyace la vida transtemporal. Esta ambivalencia es la quintaesencia de la existencia, por eso nos conformamos con un orden que flota sobre el caos, con una perfección que asume la imperfección, con un ideal que acepta lo real. Al final importa lo que al principio, la salud básica, la economía fundamental, el amor suficiente, la fortuna que reflota sobre el infortunio como una tabla de surf sobre las olas.

Poco a poco, sorbo a sorbo, uno aprende a vivir sobreviviendo a la decepción y la decadencia, el desgaste y la desilusión, el aburrimiento y el desencanto. Pero sin perder ese anhelo anímico, ese estupor ante las cosas, esa apertura radical a la otredad. Aceptar lo irremediable y tratar de remediar lo remediable, conjugando los contrarios en una contradicción translógica, observando la realidad transversalmente para no quedarse atrapado en algún recoveco o repliegue de la historia que prosigue.

…Y entretanto cultivar la cultura, que es el cultivo recreativo de nuestra alma personal y de nuestro almario colectivo, acercándose a alguna iglesia para rezar en silencio artísticamente, visitando luego algún espectáculo circense, pasear insistentemente por las mismas veredas pero pasando de ellas, saborear algunos manjares finos regados con buen vino o cerveza de trigo, aunque conviene también beber agua  y comer fruta, atreverse a pensar al propio aire y airear lo pensado en el mar y en el monte, juntarse con los que son amigos y evitar contenciosos con los enemigos.

Charlar con la gente pero no con gentica ni gentuza, visitar algún enfermo que nos inicie en el trance, dormir mucho y tranquilo en cama ancha bajo edredón nórdico, no pasar nunca frío en el cuerpo porque enfría el alma y cuidarse de humedades, no celebrar amor alguno sin un gramo de humor, no malhumorarse por nada ni por nadie, ni tan siquiera consigo mismo (lo que se dice pronto), convivir con indulgencia y generosidad, pero con algún grado de distancia o ironía, no hacer sino cosas creativas salidas de dentro y abandonar la burocracia a las máquinas.

No fastidiar para no ser fastidiado, no exigir para no ser exigido, no solicitar para no ser solicitado. Pero amar para ser amado, admirar la belleza para ser mirado por ella, ayudar al otro para ser coadyuvado. Mas sobre todo saber estar solo para poder estar acompañado, siquiera interiormente. Pues hay una soledad de puertas cerradas y hay una soledad de puertas abiertas: aquella es una soledad solitaria y soliviantada, esta es una soledad soleada o acompañada. La cual contrasta con la frecuente compañía solitaria del que no sabe estar solo abiertamente

Suscribiríamos pues lo que adujera Quevedo al respecto, pero sólo simbólicamente, así pues no lo que dice literalmente sino lo que queremos decir:

                Vive solo para ti si pudieres
                pues solo para ti si mueres mueres.

En lugar de esta soledad solipsista, nosotros preferimos una soledad en compañía:

              Vive solo en compañía si puedes
              pues solo en compañía también mueres.
Escudo Universidad de deusto