Símbolos religiosos

(de Galería de símbolos)

András Ortiz-Osés

CATEDRAL: MUSEO SAGRADO

La catedral como museo sagrado que guarda la memoria de Dios y la convivencia religiosa en imágenes, signos y símbolos expuestos. Y allí al fondo, junto a una lucecita que tiembla, el sagrario como el alma o almario que contiene la materia simbólica de la transustanciación, el sentido latente de la creación, en medio de una penumbra atravesada por la luz vitriólica de los vitrales.

Pero, ¿qué buscamos aquí los contemporáneos que aún nos acercamos a la catedral con un ánimo entre cultural y cultual? Buscamos aquiescencia interior y aquietamiento exterior, que en latín se dice “quies”, quietud o remanso, y que se reduplica en “requies” como descanso y relajamiento. La catedral es el ámbito donde nuestro inquieto o irrequieto corazón agustiniano se aquieta o distiende de su tensión profana.

En el siglo XV el ruso Andrei Rublev pinta el icono titulado “Trinidad”, en el que tres figuras angélicas de rasgos bizantinos remansan en torno a una mesa presidida por un copón eucarístico. En los rostros de estos tres ángeles orientalizantes se refleja el relajo sagrado y la piedad serena. El pintor se habría inspirado en los tres ángeles que visitan a Abraham según el libro bíblico del Génesis (capítulo 18). Pero sin duda representan a la Trinidad cristiana, colocando al Hijo en medio entre el Padre y el Espíritu Santo.

Sin embargo, también podría representar la escena del encuentro con Jesús de sus dos discípulos en Emaús, precisamente en torno a la compartición eucarística del pan. En todo caso, en el tratamiento icónico trasparece esa dejación mística que remite a la “dejadez”de Juan de la Cruz o al budista no-forzar (wu-wei). En el centro de la mesa un recipiente litúrgico cóncavo de connotación matrial o femenina, un Grial o vasija sagrada, reúne afectivamente al trío angélico.

La copa sagrada es así el cuarto elemento que congrega la trinidad en una “cuaternidad” formada por lo angélico celeste y por lo humano terrestre (el pan eucarístico); de hecho el cáliz reposa sobre un signo cuadrado que hay debajo de él. Ese cuarto elemento simbólico realiza la mediación anímica de los presentes, y es el sentido implícito o implicado de su comparecencia: el amor de caridad que funciona como el círculo eterno o divino sobre el cuadrado terrestre o mundano, poniendo en circulación ese cuadrado.

En la catedral proyectamos a Dios como la sublimación amorosa de la vida universal, como la coimplicación de todos los seres purificados por el fuego del amor divino. Aquí Dios simboliza la “apocatástasis”, restauración y recreación final de todas las cosas (ver Hechos de los Apóstoles 3, 20 ss.). Entonces Dios será, como dice san Pablo, todo en todos.

Ha sido el amigo y poeta hispanoamericano Jesús Tomé quien, en un soneto revisado últimamente por él mismo, describe esta reinserción de todas las cosas en el Todo divino tras la purificación por la muerte y el fuego del Dios:

			(Como el caer del agua sobre el agua)

			De todo lo que fue nada se pierde:
			del seno de lo eterno que se oculta
			viene a la viva luz de lo visible,
			y regresa a lo eterno de su origen.
			Lo que existió y ha de existir existe
			para siempre jamás. Por un momento
			se hizo tiempo en el tiempo declinable;
			pero será por siempre lo que ha sido.
			Y yo seré por siempre, reintegrado
			con todo lo que escapa del recuerdo,
			con todo lo que amé, con lo invertido
			en sueños esperanzas y deseos.
			Todo me espera allí. Cuando regrese
			seré lo que ahora soy, lo que ya he sido.

LITURGIAS

La liturgia es el ritual religioso en el que se rinde culto a la divinidad por mediación de la palabra y la música, la dramaturgia y los sacramentos. En el cristianismo se distinguen tres ramas fundamentales: la iglesia ortodoxa, la iglesia católica y las iglesias protestantes.

La iglesia ortodoxa ha cultivado en su liturgia especialmente la idea estética de la belleza (pulchrum), de modo que sus rituales cultuales ofrecen un gran despliegue ceremonial. La liturgia ortodoxa más famosa es la Liturgia de san Juan Crisóstomo de rito bizantino, con sus largas letanías lentas, a veces de una monotonía casi budista. La liturgia bizantina eslava se caracteriza por la gravedad de las voces y la gestualidad solemne. Por su parte, la liturgia ortodoxa griega alcanza su culmen ritual en un himno sencillo y concentrado que se llama el Himno Akathistos, que como su nombre indica se canta de pie en honor a la Virgen Madre de Dios.

Junto a la liturgia ortodoxa, la liturgia católica es más contenida y romana, pero no menos esplendente en su tradición. Mas su especialidad no está en la idea estética de la belleza, sino en la idea dogmática de la verdad (verum), lo que tradicionalmente ha configurado una ritualidad estricta y medida en su despliegue ceremonial. La música gregoriana ha sido el vehículo clásico de esta liturgia católica, una música comedida y sibilina que encuentra su transposición renacentista en nuestro Tomás Luis de Vitoria. Mientras que los corales ortodoxos se caracterizan por la gravedad de sus voces bajas y recias capaces de taladrar con su run-run el alma, los corales posgregorianos de Vitoria se caracterizan por la delicadeza de las voces blancas de los niños, capaces de suspendernos en un éter nimbado. La última etapa de la evolución musical católica estuvo representada por Perosi, el maestro de la Capilla Sixtina de Roma, cuyo expresionismo y colorido latino alcanza su culmen en ciertos oratorios como “La pasión de Cristo”.

Finalmente, el protestantismo no se ha especializado en la estética de la belleza ortodoxo-bizantina, ni tampoco en la dogmática de la verdad católica, sino en la ética del bien (bomum). Por eso su liturgia no confiere tanta importancia al ritual, sea estéticamente como la iglesia ortodoxa sea dogmáticamente como la iglesia católica, sino éticamente a la proclamación y predicación de la palabra revelada. De ahí que su liturgia sea sobre todo liturgia de la palabra predicada, recitada o musicada. En la tradición luterana emerge como indiscutible la figura de Bach, cuya música religiosa es una celebración gloriosa de la palabra bíblica, y especialmente evangélica. Por su pietismo luterano Bach logra poner en comunicación simbólica el alma humana con el misterio de la divinidad, la inmanencia con la trascendencia, sin necesidad de intermediarios eclesiásticos ni de mediadores sacerdotales, ya que su música es ella misma sagrada y sacerdotal.

Ahora bien, hay un músico que, a pesar de su origen católico, ha creado una obra descomunal en la que concelebra apoteósicamente la escatología de la muerte en cuanto último sacramento de la vida, un sacramento de entrada crucial al otro mundo. Me refiero a Mozart y su Réquiem, cuyo titanismo humano parece sublimarse golpeando las puertas de ultratumba y clamando al cielo. En este Réquiem podemos congregarnos católicos, protestantes y ortodoxos precisamente como cristianos, ya que representa la unión o unidad ecuménica (unum) tanto de la belleza ortodoxa como de la verdad católica y de la ética protestante. En efecto, el Réquiem de Mozart nos confronta estéticamente con la verdad de la muerte propia y con la ética de la muerte ajena.

Escudo Universidad de deusto