Gracias a un viaje largo que he tenido esta semana, he aprovechado para leer el libro que me ha regalado Joxean (te acuerdas del periscopio que nos regaló hace dos años?).

El libro “La Convergencia Inevitable” lo ha escrito en 2011 Michael Spence, un joven que ha sido Decano de la Business School de Stanford y Nobel de Economía en 2001. Es un relato ameno, que tiene el acierto de levantar la mirada: nos cuenta un siglo en la historia económica de la Humanidad, nada menos que el que transcurre entre 1950 y 2050…

The Next Convergence

Los protagonistas del libro somos tú y yo, que hemos tenido la fortuna de vivir en estas décadas apasionantes de la Historia. Aunque estos últimos años desde que estalló la crisis global nos pueden parecer una broma de mal gusto, cuando adquirimos un poco de perspectiva (en los dos sentidos, geográfica y temporal), empezamos a entender mejor lo que nos está ocurriendo y, lo que es más importante, qué podemos hacer para navegar en estas décadas que tenemos por delante.

Si llevas tiempo siguiendo Thought in Euskadi, o ahora EuskadiTM, no te van a sorprender ninguna de las dos recetas que nos deja. Le paso un momento el teclado a Spence:

Primero, es posible que Estados Unidos y otros países avanzados tengan que aceptar un período de menor crecimiento de sus rentas para poder recuperar su competitividad de su industria. Alemania llevó a cabo esta política como parte de su proceso de reestructuración durante el período 2000 a 2005, y hoy está compitiendo mucho mejor que otros países avanzados en las exportaciones.

Segundo, necesitamos nueva inversión en tecnología con apoyo público. Podría ayudar a recuperar el terreno perdido y la articulación de una gran alianza público-privada que invierta en el desarrollo de tecnología en áreas de la industria en las que existen oportunidades para mejorar la competitividad de los países avanzados.

Y si la receta es tan sencilla, ¿qué hacemos que no nos ponemos a ello? Spence también lo explica con una claridad dolorosa:

Llegar hasta ahí desde donde nos encontramos ahora será difícil. En muchos países los políticos, empresarios, la élite académica han perdido credibilidad entre la población. Nos hemos equivocado en algunas características importantes de la economía que afectan a la vida de las personas, y hemos sido relativamente insensibles a las cuestiones de reparto. Los beneficios de la apertura global se han exagerado y los impactos distributivos potencialmente adversos se han dejado de lado. El haberse equivocado no parece, sin embargo, que haya venido acompañado de la cura de humildad esperada.

Algo que he podido comprobar en directo, precisamente en el viaje de esta semana, una conferencia en Estambul de los Decanos que ha reunido a las principales Business School en Europa, y varias del resto de continentes… Mucho despiste, todavía muchas personas encantadas de haberse conocido. También algunos que empiezan a hablar un idioma diferente: el de asumir nuestras responsabilidades, transformar en profundidad una educación que en vez de ejecutivos cree personas con sentido de responsabilidad, con compromiso, con valores.

Me ha sorprendido encontrar en las páginas del libro reflexiones sobre la identidad de las naciones, y sobre la necesidad que tenemos las personas de compartir un relato. Reflexiones sobre el abismo de liderazgo que estamos atravesando, y que es lo que nos está impidiendo encontrar la salida de este túnel. No es la economía la que está rota: en realidad lo que está roto es el relato de quiénes somos, y a dónde vamos.

Estoy seguro que el joven que le escribió a Obama su Discurso Inaugural había estudiado este libro de Spence, lo tenía subrayado. Estoy seguro de que acertó, si lo lees despacio verás que es esencialmente eso: identidad y relato.

Tenemos la identidad, nos falta el relato. Porque, mil perdones: “la recaudación está cayendo, así que hay que recortar el presupuesto, y acostumbrarse a vivir peor” o “el mundo está lleno de oportunidades, que vuestros hijos emigren” son relatos que no nos salvarán (especialmente si de ese “vivir peor” se libran los de siempre). Dejará una herencia de decadencia (“covergencia inevitable”) a nuestros descendientes. Dejará una herencia como la que explica Daniel Lacalle en su magnífico post de hoy: La verdadera crisis de Europa: desindustrialización, el “Depardieu silencioso”

Ven, y escucha esta otra historia que te voy a contar, mientras espero en el aeropuerto el vuelo que me devolverá a Euskadi desde Estambul (curioso, rima con Baskul…), con muchas lecciones aprendidas de esta reunión de Decanos.

Es la historia de una nación que supo pensar y hacer, apostar por su industria, y supo apostar por la tecnología y el conocimiento. La historia de una nación que sabía que necesitaba hundir sus raíces, y extender sus alas. La historia de una generación que, como la anterior, y la anterior, se entregó con generosidad a la tarea de dejar un mundo mejor, una globalización con más sentido, una sociedad más justa y solidaria.

Vamos, ayúdame a contar esta historia, ayúdame a construirla. Nunca se sabe hasta dónde podemos llegar las personas, cuando sabemos quiénes somos y a dónde vamos.

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