El post de la semana pasada ha encontrado más respuestas que de costumbre, y también más encontradas.

Me han reprochado querer sacar conclusiones contundentes de un análisis superficial. También haber manipulado la información para llevar el agua a un molino donde moler el estado del bienestar. Y me ha recordado con cariño que la justicia y la calidad de vida no siempre van de la mano con algunos modelos que fían todo en las nuevas tecnologías y el crecimiento de la economía (me gustó mucho el post que escribió @juleniturbe después, profundizando en esas ideas).

A otros, por el contrario, les ha parecido que plantear esta reflexión era pertinente, o han utilizado mi post para reivindicar una mayor eficacia del sector público.

Estoy de acuerdo con las críticas que han señalado que el tema que abordaba el post es muy complejo, y que la brevedad de este formato no permite abordarlo con la necesaria profundidad.  Y también en que las gráficas recogían datos objetivos, pero al final la forma de presentar los datos nunca es inocente (ya sabes, si torturas los números lo suficiente, acaban diciendo lo que tú quieres que digan…). La verdad no pretendía hacer un análisis académico, y menos manipular, pero entiendo a quien lo ha percibido así, y me disculpo por ello.

Por otra parte, conozco a muchos excelentes profesionales en el sector público que se esfuerzan cada día en hacer las cosas mejor, en transformar lo que no funciona y en impulsar nuevos proyectos. No estoy entre las filas de los que defienden que lo privado funciona mejor que lo público por definición. Así que si alguien también entendió mi post como una crítica genérica a lo público, es que me expliqué mal, o no me entendieron bien.

Por eso voy a ver si me explico un poco mejor ahora.

Veo recaudaciones estancadas o decrecientes y gastos sociales crecientes. A pesar de los controles del déficit, la deuda pública sigue en aumento, para atender esas demandas (este tema se va a poner muy de moda con la aprobación de los próximos presupuestos del Estado). Y cada vez quedan menos recursos para las apuestas e inversiones públicas y público-privadas que podrían crear riqueza en el futuro (Como la I+D, por ejemplo. El 24 de Noviembre publicará el INE los datos del 2015, y no espero ninguna alegría).

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Y si no invertimos en esas apuestas, la recaudación seguirá cayendo, y como los gastos sociales van a seguir creciendo (por razones demográficas), esta realidad se está convirtiendo en un círculo vicioso que nos conduce de manera inexorable al declive.

Es el elefante en la habitación, del que elegimos no hablar, no sea que nos acusen de neoliberales, austericidas y enemigos del estado del bienestar, destructores de las clases medias y cómplices de los ricos que cada día son más ricos. Manipuladores que quieren engañar a la sociedad para que siga tragando con los recortes.

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Así que la sociedad civil calla. Deja estas cosas a la clase política (que tampoco las aborda, por las mismas razones que señalaba en el párrafo anterior). Y el elefante sigue engordando (aquí y en otros sitios, tampoco somos originales en esto…)

No hay soluciones sencillas, me parece. En particular, no creo que la solución consista en recortar derechos sociales e incrementar la desigualdad (ese viaje ya hemos hecho, y ya sabemos que no conduce a lugares mejores). Tampoco creo en soluciones mágicas de subir impuestos a los ricos, y terminar con el fraude. Con ese programa gano Syriza las elecciones y después de un año habían duplicado el déficit público de Grecia… Y tampoco me parece que adelgazar o mejorar la eficacia del sector público sea la receta mágica que vaya a acabar con el problema.

Probablemente sea preciso una combinación de muchas cosas, y requiera de que el sector público, el privado, el tercer sector, trabajen juntos en encontrar soluciones. Me gustaron, por ejemplo, los cinco retos que planteó Adela Cortina para construir una economía ética en la ceremonia de nombramiento como Doctora Honoris Causa en Deusto.

Ya sabes la solución de la adivinanza ¿cómo se come un elefante? Trocito a trocito. Pero para eso, lo primero, me parece, es reconocer que tenemos un elefante en la habitación…

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