Comencemos en el ámbito deportivo, en los Juegos Olímpicos de Barcelona en 1992, el equipo de baloncesto masculino de Estados Unidos rápidamente ganó el apodo distintivo de “Dream Team”. Esto no se debió a que la selección estuviera formada por jugadores con un nivel destacable, sino que el talento de cada jugador era indispensable para el equipo y cada uno de ellos era consciente de ello.
Esto es una clara imagen de que los jugadores no buscaban un reconocimiento individual, los jugadores iban tras un objetivo común: Conseguir una medalla para su país. Si aplicamos esta idea enfocándonos en el ámbito empresarial, es evidente la forma en la que la compañía debería actuar con sus empleados: Involucrar a los empleados de forma que sus objetivos sean también los de su grupo de trabajo.
Por el contrario, las empresas tienden a cometer el error de centrarse en factores relacionados con el producto y el cliente, como buscar constantemente bienes y servicios que se puedan proporcionar al menor costo, mejor calidad, mayor atención y satisfacción de expectativas del cliente. Este tipo de organizaciones han logrado ser competitivas gracias al esfuerzo interno, es decir, gracias al valioso trabajo de cada persona que compone la empresa. Lo que nos lleva a pensar, tal y como se muestra en el caso del equipo de baloncesto, que los elementos más importantes no son la calidad del producto y los clientes, sino la mentalidad y predisposición de los empleados.
Uno de los principales retos que todo líder de proyecto trata de superar, es lograr que los integrantes de su equipo se involucren y además se sientan cómodos. Sin embargo, pocos aplican los principios para estimular dicho compromiso en sus empleados y en un momento bajo mucha presión, sus mentes pueden generar mensajes opuestos al objetivo, resultando agresivos para la otra persona a través de amenazas implícitas: “Si tú no quieres este trabajo, no pasa nada, tengo cientos de personas haciendo cola dispuestas a hacerlo, y por un sueldo menor que el tuyo”.
Nadie duda que siempre hay gente dispuesta a trabajar por poco dinero, pero la cuestión es: ¿Estará dispuesta a entregarse por completo al proyecto? ¿Cuáles son las consecuencias de que un jefe no valore el esfuerzo y lealtad de un empleado, sino que solo valore que los objetivos salgan adelante? En esta última cuestión el directivo ya no se califica como “líder”, sino como “jefe” ya que impone, ordena para ganar, utiliza a las personas, manda por ser superior y trata de alcanzar su beneficio por encima de todo.