Ando un poco desanimado, entre una lista infinita de tareas y una cierta desesperación ante la perfecta incapacidad que demuestran una y otra vez las instituciones en Europa, en el Estado y también las de aquí cerca, de escenificar acuerdos y consensos que nos transmitan a los ciudadanos un poco de confianza, nos aporten luz en vez de oscuridad.
No me ha ayudado leer esta semana la transcripción de la comparecencia del 29 de Octubre de Anne Glover, Chief Scientific Advisor de la Unión Europea, en el Comité de Ciencia y Tecnología de la Cámara de los Comunes (House of Commons) del Reino Unido. No se cortaron los miembros de la Cámara, las preguntas iban todas con bala, como si la culpa de que Europa no funcione la tuviese Anne, que acaba de llegar… Me han gustado sus respuestas, llenas de compromiso y de inteligencia, de sentido común… Muy consciente de la dificultad de cambiar las cosas, muy decidida a cambiarlas.
He recordado su visita a Euskadi, su claridad, y la forma en la que buscaba el trato de las personas, de los investigadores, y evitaba las presentaciones formales o los protocolos. También cuando me contó que le costó cuatro años que Alex Salmond, el Primer Ministro escocés, le invitase al Council of Economic Advisers (ella era la Chief Scientific Adviser en Escocia antes de serlo en Europa). Salmond le dijo al principio que la ciencia no tenía nada que ver con el desarrollo económico, pero al final tuvo que rendirse a las evidencias.
Para hacer más sencillo cambiarlas, tendríamos que dotar a las instituciones de las mismas leyes que Isaac Asimov ideó para regular a los robots que habitan en sus libros. Ya sabes, las tres leyes: no hacer daño a las personas, obedecerlas (salvo que las órdenes vaya en contra de la primera ley) y proteger su propia existencia (salvo que vaya en contra de las dos leyes anteriores). Me temo que casi todas las Instituciones se acuerdan de la tercera ley (perpetuarse), pero se olvidan de que han sido creadas para proteger a las personas, y para estar a su servicio.
De hecho la palabra “Institución” recoge ese sentido de permanencia: creamos Instituciones para proteger las cosas que no deben ser cambiadas, educamos a las personas en el respeto a esas Instituciones, y a sus normas…
En sus últimas novelas, Asimov introdujo una cuarta Ley, la Ley Zero, con mayor rango que las anteriores: los robots no pueden hacer ni consentir que la Humanidad acabe consigo misma. Así que los robots tienen permiso para acabar con personas individuales si con eso protegen el bien común. También pueden eliminarse a sí mismos, si con ello consiguen salvar a la Humanidad. Las Instituciones entienden bien esta Ley en lo que se refiere a eliminar a las personas que les estorban, aunque no en lo relativo a desaparecer ellas mismas (ya se sabe, “too big to fail”, sin mí vendría el caos y la oscuridad, etc., etc.)
Parece que muchas de nuestras Instituciones (en especial, las que regulan la economía) se han dotado de una quinta Ley, la “Zero Zero”, que vendría a decir “Yo además decido lo que es bueno o malo para las personas, o para la Humanidad”. Así no tienen conflictos con ninguna de las otras leyes, y pueden hacer lo que les da la gana, y pasarse por el arco de triunfo las preocupaciones reales de los ciudadanos (al menos, hasta las siguientes elecciones).
Por fortuna, quedamos las personas, y nuestra capacidad para recordar a los robots y a las Instituciones que nosotros no hemos sido creados sometidos a sus mismas leyes. Las personas tenemos una Ley más profunda, la sexta Ley, que nos da permiso para saltarnos todas las anteriores cuando nuestra conciencia y nuestro sentido común nos dice que su aplicación conduce a la injusticia, al sufrimiento de las personas, o a la destrucción de nuestra sociedad.
El otro día, viendo una película, me llamó la atención lo que recoge el texto de la Declaración de Independencia de los Estados Unidos…
Sostenemos como evidentes por sí mismas dichas verdades: que todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre estos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad; que para garantizar estos derechos se instituyen entre los hombres los gobiernos, que derivan sus poderes legítimos del consentimiento de los gobernados; que cuando quiera que una forma de gobierno se vuelva destructora de estos principios,el pueblo tiene derecho a reformarla o abolirla, e instituir un nuevo gobierno que base sus cimientos en dichos principios, y que organice sus poderes en forma tal que a ellos les parezca más probable que genere su seguridad y felicidad.
La prudencia, claro está, aconsejará que los gobiernos establecidos hace mucho tiempo no se cambien por motivos leves y transitorios; y, de acuerdo con esto, toda la experiencia ha demostrado que la humanidad está más dispuesta a sufrir, mientras los males sean tolerables, que a hacerse justicia mediante la abolición de las formas a las que está acostumbrada. Pero cuando una larga serie de abusos y usurpaciones, que persigue invariablemente el mismo objetivo, evidencia el designio de someterlos bajo un despotismo absoluto, es el derecho de ellos, es el deber de ellos, derrocar ese gobierno y proveer nuevas salvaguardas para su futura seguridad.
Te pareceré un exagerado, pero cuando veo el tremendo despiste de las instituciones que nos rodean, y el grave deterioro económico y social y el sufrimiento de muchas personas, me dan ganas de leer despacio la parte que dice: “…es el derecho de ellos, es el deber de ellos…”. En fin, cosas mías, voy a ver si leo el discurso de Grifols de esta semana para tranquilizarme ; )
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Bonus Track
Bueno, para que veas que no estoy tan apocalíptico, te dejo un vídeo muy bonito que han hecho en la Comisión Europea para decirnos que se van a dejar la piel en el pellejo para recuperar nuestra industria. Ya solo les falta aprobar el Presupuesto para la Revolución, a ésta también me apunto : )