“Explíquele que vale más una derrota honrosa que una victoria vergonzosa…”
Carta al profesor de su hijo,
(incorrectamente) atribuida a Abraham Lincoln
Ya sabéis que por estas fechas de octubre me suelo poner filosófico, y dedico algún tiempo a recordarme (para que no se me olvide) que ganar y perder son dos caras de una misma moneda. Ya os he hablado otros años de Shackleton y su viaje a la deriva en el hielo, del día que Balian de Ibelin rindió Jersualén, de Leónidas y sus 300 espartanos…
Aunque hay un tipo de perdedor del que nunca os he hablado, y es el que elige perder, pudiendo ganar.
Y no me refiero al que se rinde cuando ve que no puede ganar, o al que se retira de una pelea complicada cuando está todavía a tiempo. Me refiero al que elige perder, cuando es consciente de que ganar o perder depende únicamente de su decisión.
Estarás pensando ¿quién puede, en su sano juicio, elegir perder, cuando podría ganar? Hay que ser un idiota para elegir perder…
Pues tienes que pensar más despacio, porque cada vez que eliges, pierdes. Y lo que pasa es que casi nunca te das cuenta, porque en las elecciones casi siempre nos fijamos en las cosas que ganamos con ellas, y casi nunca en las que perdemos. Antes hemos hecho las cuentas, y hemos decidido que nos compensa tomar esa decisión, así que tendemos a olvidar lo que perdemos.
Aunque otras veces, sí te das cuenta. Porque hay veces que lo que toca perder es mucho, y esas veces lo que ganas no te consuela. Esos días que te toca a ti decidir perder, son probablemente todavía peores que cuando la vida decide que pierdas. También son los días que nos definen como personas.
Elige perder Rick cuando entrega los salvoconductos y ayuda a escapar a Ilsa y a su marido de Casablanca (Curtiz, 1942). Y elige perder Will cuando decide acabar con Davy Jones, y recibe la herencia maldita del Holandés Errante, cuando los Piratas del Caribe se encuentran “En el fin del mundo” (Verbinski, 2007). Y elige perder Jean Valjean en Los Miserables (Hooper, 2012), cuando decide apartarse de su hija para que esta pueda ser feliz, o cuando salva a Javert, aun sabiendo que éste lo enviaría nuevamente a prisión. Ya ves que no faltan ejemplos, cuando te pones a pensar…
Hay una carta que atribuyen (incorrectamente) a Abraham Lincoln, dirigida al profesor de su hijo. Aunque no la escribiera Lincoln, merece la pena leerla de vez en cuando.
Por ejemplo, la próxima vez que te toque elegir perder.
“Querido profesor,
Mi hijo tiene que aprender
que no todos los hombres son justos ni todos son veraces,
pero dígale, por favor,
que por cada villano hay un héroe,
que por cada egoísta hay también un generoso.
También enséñele que por cada enemigo hay un amigo
y que más vale una moneda ganada que una moneda encontrada.
Quiero que aprenda a perder pero también a saber gozar de la victoria.
Apártelo de la envidia y dele a conocer la alegría profunda del deber cumplido.
Haga que aprecie la lectura de buenos libros
sin que deje de entretenerse con los pájaros, las flores del campo
y las maravillosas vistas de lagos y montañas.
Que aprenda a jugar sin violencia con sus amigos.
Explíquele que vale más una derrota honrosa que una victoria vergonzosa.
Enséñele a creer en sí mismo, aun cuando esté solo contra todos.
Enséñele a tener fe en sus propias ideas, aun cuando alguien le diga que está equivocado.
Enséñele a ser amable con la gente amable y duro con los duros.
Enséñele a no dejarse llevar por la multitud simplemente porque otros también se dejaron;
que sea amante de los valores.
Enséñele a escuchar a todos, pero, a la hora de la verdad, a decidir por sí mismo.
Enséñele a reír cuando estuviese triste
y explíquele que a veces los hombres también lloran.
Enséñele a ignorar el aullido de las multitudes que reclaman sangre
y a luchar solo contra todos, si él cree que tiene razón.
Trátelo bien pero no lo mime, porque sólo la prueba de fuego hace el buen acero.
Déjelo tener el coraje de ser impaciente y la paciencia de ser valeroso.
Transmítale una fe sublime en el Creador y fe también en sí mismo,
pues sólo así podrá tener fe en los hombres.
Ya sé que le estoy pidiendo mucho pero haga todo aquello que pueda.”
(incorrectamente atribuido a) Abraham Lincoln, 1820