Considerad vuestra simiente:
hechos no fuisteis para vivir como brutos,
sino para perseguir virtud y conocimiento
La Divina Comedia, Canto XXVI, Infierno
Os hablaba en mi último post del noveno círculo del infierno de Dante. Algunas personas que trabajan día y noche por la Ciencia y la Tecnología en este pequeño gran País me dicen que he sido injusto y desproporcionado, y que antes de condenar públicamente a las penas del infierno a alguien, debería ser más prudente. Tienen razón.
A ellas les quiero pedir perdón. A veces los recursos literarios se nos van de las manos, y acaban haciendo heridas a personas a las que aprecio y respeto. Todas mis disculpas, no soy yo de mandar a nadie a los infiernos, salvo quizá a mí mismo. En esto último, debo decir que he tenido algún éxito, y esta semana me he quedado a vivir en el noveno círculo, el que habitan los traidores.
He tenido de vecino, en el octavo círculo (el de los embaucadores), a mi viejo amigo Ulises. Dante le condena en la Divina Comedia a ese círculo por la pasión desmedida de hacerse una última vez a la mar, en busca de nuevo conocimiento, arrastrando con él a una muerte cierta a sus fieles compañeros. Dejadme que le deje el teclado a Borges, él lo explica mucho mejor que yo:
Ulises deja a Penélope y llama a sus compañeros y les dice que aunque son gente vieja y cansada, han atravesado con él miles de peligros; les propone una empresa noble, la empresa de cruzar las Columnas de Hércules y de cruzar el mar, de conocer el hemisferio austral, que, como se creía entonces, era un hemisferio de agua; no se sabía que hubiera nadie allí. Les dice que son hombres, que no son bestias; que han nacido para el coraje, para el conocimiento; que han nacido para conocer y para comprender. Ellos lo siguen y “hacen alas de sus remos”…
A Ulises y a mí nos arrastra la pasión, y probablemente nuestro destino sea acabar en el infierno, lo tenemos bien merecido…
A mí me arrastra la pasión por nuestro sistema de Ciencia y Tecnología, me duele hasta las lágrimas, me consume por dentro. Es más fuerte que yo, y que mi prudencia, es más fuerte que el respeto y el cariño que debo a las instituciones y a las personas que en cada momento deben asumir la difícil y dura tarea de defenderlas. Entiendo que ellos deben mantenerse cuerdos, cuando otros nos volvemos locos.
Así que pido perdón, de corazón, porque una vez más debo hacerme a la mar, a la que pertenezco. Que nadie me siga, y que nadie se sienta agredido, no quiero arrastrar a nadie a este infierno que habito. El mismo Borges nos avisa de que no es fácil distinguir la noble pasión Ulises de la oscura obsesión del capitán Ahab…
Tenemos la empresa insensata del mutilado capitán Ahab, que quiere vengarse de la ballena blanca. Al fin la encuentra y la ballena lo hunde, y la gran novela concuerda exactamente con el fin del canto de Dante: el mar se cierra sobre ellos. (…) Salvo que Ahab no está movido por ímpetu noble sino por deseo de venganza. En cambio, Ulises obra como el más alto de los hombres. Ulises, además, invoca una razón justa, que está relacionada con la inteligencia, y es castigado.
Sin duda yo seré Ahab, enredado en mis obsesiones, o quizá el anciano pescador de “El Viejo y el Mar”. Ya os hablé de ello una vez ¿recordáis? Entonces era con el PCTI 2015, en Diciembre del 2011… Y antes todavía os hablé de la caza de las ballenas, de aventuras locas y aventureros cuerdos, en Diciembre de 2009. Sí, sin duda soy Ahab, y mi destino será hundirme amarrado a mi ballena, la Ciencia y la Tecnología de este pequeño gran País.
Pero dejadme hoy, antes de hundirme, que sueñe un momento que soy Ulises, y que me embarco una vez más, en una aventura loca (tanto da, hacer de Euskadi el referente europeo de innovación, o de Deusto Business School la mejor escuela de negocios del mundo…). Dejadme pensar que es posible, dejadme embarcar…
Allí está el puerto; el barco extiende sus velas;
allí llama el amplio y oscuro mar. Vosotros, mis marineros,
almas que habéis trabajado y sufrido y pensado junto a mí,
y que siempre tuvisteis una alegre bienvenida
tanto para los truenos como para el día despejado, recibiéndolos
con corazones libres e inteligencias libres, vosotros y yo hemos envejecido.
La ancianidad tiene todavía su honra y su trabajo.
La muerte lo acaba todo: pero algo antes del fin,
alguna labor excelente y notable, todavía puede realizarse,
no indigna de quienes compartieron el campo de batalla con los dioses.
Las estrellas comienzan a brillar sobre las rocas:
el largo día avanza hacia su fin; la lenta luna asciende; los hondos
lamentos son ya de muchas voces. Venid, amigos míos.
No es demasiado tarde para buscar un mundo nuevo.
Zarpemos, y sentados en perfecto orden hiramos
los resonantes survos, pues me propongo
navegar más allá del poniente y el lugar en que se bañan
todos los astros del occidente, hasta que muera.
Es posible que las corrientes nos hundan y destruyan;
es posible que demos con las Islas Venturosas,
y veamos al gran Aquiles, a quien conocimos.
A pesar de que mucho se ha perdido, queda mucho; y, a pesar
de que no tenemos ahora el vigor que antaño
movía la tierra y los cielos, lo que somos, somos:
un espíritu ecuánime de corazones heroicos,
debilitados por el tiempo y el destino, pero con una voluntad decidida
a combatir, buscar, encontrar y no ceder.