Cuenta el genial Borges que en alguna época pasada y legendaria, el mundo real y el mundo de los reflejos eran universos muy diferentes y autónomos, comunicados por las superficies lisas y brillantes de los espejos, por los que se transitaba a uno y otro lado.
Pero una noche, los seres que habitaban al otro lado quisieron invadir el mundo real, y sólo la poderosa magia del Emperador Amarillo consiguió devolverlos al mundo del que procedían. Una vez sellados los espejos, el Emperador les impuso el castigo eterno de repetir, como en una especie de sueño, todos los actos que sucediesen en el mundo real, condenados sin su fuerza y sin su verdadero rostro, reducidos a silenciosos reflejos serviles del mundo de los humanos.
Borges acaba su relato anunciando que, algún día, podrán liberarse del hechizo del Emperador:
Gradualmente diferirán de nosotros, gradualmente no nos imitarán. Romperán las barreras de vidrio o de metal y esta vez no serán vencidas. Junto a las criaturas de los espejos, combatirán las criaturas del agua.
Así que, cuando te veas reflejado en un espejo, piensa que desde el otro lado te está mirando un ser muy diferente a ti, soportando con paciencia la carga de tu imagen, esperando el momento de poder liberarse de la poderosa magia del Emperador Amarillo.
Recuerdo que, al principio, sentía miedo cuando pensaba en ello y retiraba la mirada de mi reflejo. Pero un día me asaltó la idea de que quizá el Emperador Amarillo no fuese el salvador de la Humanidad, sino un malvado que nos quiso privar para siempre de la mitad que nos falta, y que había intentado reunirse con nosotros. Esa mitad que vemos en el espejo y ahora no nos aporta nada, porque solo le está permitido contarnos con su reflejo lo que ya sabemos de nosotros mismos, nada más.
Te contaré hoy un secreto, que ni siquiera Borges alcanzó a descubrir. En realidad, son seres luminosos, llenos de conocimiento, que nos observan desesperados, tratando de transmitirnos chispas de conciencia cuando el Emperador Amarillo está despistado. ¿Esa genial idea que has tenido mientras te afeitabas? ¿Esa solución que te ha llegado mientras te desmaquillabas? Eran ellos, no tengas ninguna duda. Muchas veces el mérito se lo lleva la almohada, pero en realidad han sido también ellos, siempre son ellos.
Hay personas que nacen con el don de saber atrapar los jirones de luz que nos lanzan del otro lado del espejo, a estos les llamamos científicos y artistas. Los griegos tenían una sola palabra para describir esa habilidad: τέχνη / téchne. Quizá por esa formación griega que tenía Saulo de Tarso, pudo explicar en su Primera Carta a los Corintios la esencia de esta historia:
Pues ahora vemos de un modo oscuro, como en un espejo; pero entonces veremos cara a cara. Ahora conozco sólo de modo fragmentario; pero luego conoceré así como soy conocido.
Ahora ya sabes el verdadero motivo de mi pasión por ayudar a los científicos y a los tecnólogos, la batalla que cada día libro contra el malvado y cruel Emperador Amarillo. Porque hace años que descubrí la forma de atravesar el espejo, aunque tuve que pagar un precio muy alto por ello: quedo mudo como los seres que allí habitan cuando quiero contar en este mundo las cosas que he descubierto en el otro, mis dedos se enredan cuando trato de escribirlo o dibujarlo…
Esa es mi condena, peregrino entre dos mundos, capturado por la luz que me espera cada noche cuando atravieso el espejo, y atrapado por la tiniebla que no puedo romper al regresar a este cada amanecer. Por eso me gustan tanto el relato de Alicia y sus viajes, por eso me gusta tanto jugar al ajedrez, piezas blancas y negras en un espejo que se rompe en cada movimiento…
Ahora ya lo sabes. Por eso necesito tu ayuda para que nos dejemos invadir por la luz que nos trae el conocimiento, seamos capaces de abrir la puerta del futuro de claridad que nos espera.
¿Me ayudarás ahora, que sabes mi secreto?