En “Las Ciudades Invisibles” del genial Italo Calvino, el Gran Kublai Kan disfruta de los relatos que el viajero Marco Polo le va haciendo de las diferentes ciudades que ha recorrido. Hasta que, en uno de los capítulos, le pide que le describa las ciudades utilizando únicamente el tablero y las figuras de un ajedrez.
Al volver de su ultima misión, Marco Polo encontró al Kan esperándolo sentado delante de un tablero de ajedrez. Con un gesto lo invitó a sentarse frente a él y a describirle con la sola ayuda del juego las ciudades que había visitado.
El veneciano no se desanimó. El ajedrez del Gran Kan tenia grandes piezas de marfil pulido: disponiendo sobre el tablero torres amenazadoras y caballos espantadizos, agolpando enjambres de peones, trazando caminos rectos u oblicuos como el paso majestuoso de la reina, Marco recreaba las perspectivas y los espacios de ciudades blancas y negras en las noches de luna.
Lo hace con tanta maestría, que llega un momento en que el Gran Kan decide que no es necesario que Marco Polo siga viajando. Les basta jugar partidas de ajedrez para visitar las diferentes ciudades que han existido, existen o existirán, porque en el fondo el tablero encierra todas las combinaciones posibles…
El Gran Kan trataba de ensimismarse en el juego: pero ahora era el porqué lo que se le escapaba. El fin de cada partida es una victoria o una pérdida: ¿pero de qué? ¿cuál era la verdadera apuesta?
Nos pasa a veces, acabamos confundiendo los relatos que vamos tejiendo en torno a nosotros y nuestros proyectos, las partidas de ajedrez que jugamos, con la realidad, con lo que de verdad nos importa en ella.
Y por eso a veces es tan necesario levantarse del tablero, y volver a recorrer las calles, las montañas, las puestas de sol y las personas que nos quieren y a las que queremos para ayudarnos a recordar, como a Kublai Kan, cuál era la verdadera apuesta.
Por eso, como cada año, dejaré algunos fines de semana de aburriros con mis interminables partidas de ajedrez. Dejaré el tablero con las piezas ordenadas para septiembre, y me dedicaré a viajar de nuevo, por dentro y por fuera, para poder después contaros el relato de mis descubrimientos.
Me perderé por las calles de la ciudad casi olvidada en la que nacen mis sueños, la única que nunca aparece en mis relatos… Igual que en el mismo libro de “Las Ciudades Invisibles”, Marco Polo se resiste una y otra vez a hablarle al emperador la ciudad que realmente le define, la ciudad que ama…
Su repertorio podía considerarse inagotable, pero ahora le toco a él rendirse. Era el alba cuando dijo:
– Sir, ahora te he hablado de todas las ciudades que conozco.
– Queda una de la que no hablas jamás.
Marco Polo inclinó la cabeza.
– Venecia – dijo el Kan.
Marco sonrío.
(…)
El agua del lago estaba apenas encrespada; el reflejo de cobre del antiguo palacio de los Sung se desmenuzaba en reverberaciones centelleantes como hojas que flotan.
– Las imágenes de la memoria, una vez fijadas por las palabras, se borran – dijo Polo – Quizás tengo miedo de perder a Venecia toda de una vez, si hablo de ella. O quizás, hablando de otras ciudades, la he ido perdiendo poco a poco.
Detendremos los relatos, pues, por un tiempo, no vaya a ser que pierda por completo el recuerdo del origen de mi viaje, que “olvide el regreso” que según Italo Calvino, es lo único que salva al otro viajero, a Ulises. El pasado y el futuro, la identidad y el relato…
«Lo que Ulises salva del loto, de las drogas de Circe, del canto de las sirenas no es sólo el pasado o el futuro. La memoria sólo cuenta verdaderamente – para
individuos, las colectividades, las civilizaciones – si reúne la impronta del pasado y el proyecto del futuro”
Por que no olvidemos nunca nuestro regreso, por que Ulises conserve siempre Itaca en la memoria, y por que Marco Polo conserve siempre a Venecia en su corazón…