“Zeus no podría desatar las redes
de piedra que me cercan. He olvidado
los hombres que antes fui; sigo el odiado
camino de monótonas paredes
que es mi destino. Rectas galerías
que se curvan en círculos secretos
al cabo de los años. Parapetos
que ha agrietado la usura de los días.”
Fragmento de “El laberinto” J.L. Borges

Si leemos la palabra usura, normalmente la cabeza se nos va al significado que tiene que ver con el interés excesivo que se cobra en algunos préstamos. La RAE nos explica que tiene también otra acepción, menos conocida, aunque usada en la literatura con el sentido del deterioro asociado al paso de los días.

No difieren mucho los dos significados, la avaricia del tiempo nos cobra un interés desorbitado por vivir. Lo erosiona todo, más rápido de lo que desearíamos. Es muy evidente en lo físico, en lo biológico, sobre todo a partir de cierta edad. Es menos visible en el alma, aunque supongo que mientras está atada al cuerpo, no puede librarse del todo de la implacable merma de su cautivo y carcelero.

A ratos, esta usura de los días me vence. No es tanto ese cansancio que se puede curar con el reposo. Tiene más que ver con la derrota de experimentar esa usura, que Borges elige describir con la palabra “espantosa” en las últimas líneas de su precioso cuento “Tigres azules“, publicado poco antes de su muerte.

“Dejé caer todas las piedras en la cóncava mano. Cayeron como en el fondo del mar, sin el ruido más leve.
Después me dijo:
– No sé aún cuál es tu limosna, pero la mía es espantosa. Te quedas con los días y las noches, con la cordura, con los hábitos, con el mundo.
No oí los pasos del mendigo ciego ni lo vi perderse en el alba.”

En días así, se me acaban las ganas de seguir recorriendo el laberinto, se me acaba la tinta para escribir esta bitácora, se me acaba el ovillo que un día me regaló Ariadne. Rencoroso, trato de aprender a matar el tiempo (igual que él me va matando a mí). Me pierdo en las montañas, siempre pacientes con mis estados de ánimo, siempre esperandome acogedoras, siempre inspiradoras en su indómita resistencia a la codicia del tiempo.

Con la edad, he aprendido a refugiarme en sus bosques y en sus arroyos. También en libros y en juegos (inmortales como ellas). En poquísimas personas (estas mortales, me temo, aunque espero que sus almas no).

Así que me perdonarás si no hay pistas hoy. Voy a ver si encuentro a Asterión en el laberinto y me enseña cómo salir, o si puedo encontrar algún tigre azul.

O quizá tenga suerte, y encuentre el otro tigre

(…)
Un tercer tigre buscaremos. Éste
será como los otros una forma
de mi sueño, un sistema de palabras
humanas y no el tigre vertebrado
que, más allá de las mitologías,
pisa la tierra. Bien lo sé, pero algo
me impone esta aventura indefinida,
insensata y antigua, y persevero
en buscar por el tiempo de la tarde
el otro tigre, el que no está en el verso.”

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