Hay dos revoluciones pendientes en Europa, la de las personas mayores, y la de las personas jóvenes.
Las primeras porque estamos asistiendo al proceso de crecimiento de la desigualdad, cuyo efecto se está concentrando en las clases medias europeas y americanas. Ayer Manfred nos enseñaba la “curva del elefante” que muestra con claridad el mordisco a la prosperidad de las familias con rentas medias.
Este mordisco se hará más profundo en los próximos años, intensificado por dos tendencias imparables: la sustitución de empleos no cualificados debido al avance tecnológico, y la llegada a la edad de jubilación de las cohortes nacidas en la década del “baby boom”, que a partir de 2025 será una ola imparable.
La otra revolución vendrá de las personas jóvenes, porque los sistemas de protección social en Europa tienen el sesgo de proteger al que ya está, o estaba antes “dentro del sistema”. Eso, que nos gusta tanto a “los que ya estamos”, para “los que todavía no han podido entrar” (los jóvenes) se convierte en un problema. Que nos jubilemos solucionará parte del problema (dejaremos sitio), pero agravará el otro (las cargas del sistema de protección se harán insostenibles, ya te hablé hace unas semanas de la hucha vacía de las pensiones)
No te pierdas el análisis que hace el Nobel Michael Spence en su último artículo en Project Syndicate “Una oportunidad temporal para la reforma en Europa” sobre esta segunda cuestión y sobre el efecto que está teniendo, por ejemplo, en las elecciones francesas. La claridad de su lógica, y la coherencia con los datos que vamos conociendo, son inapelables.
Por primera vez en la historia, el desencanto y la frustración tendrá dos bandos, con intereses y motivaciones diferentes. Una persona joven piensa y arriesga de manera totalmente diferente a una persona de edad avanzada. Si las dos revoluciones sumarán, restarán, multiplicarán o dividirán, es una incógnita para la que no tenemos precedentes históricos que nos ayuden a despejar (hasta ahora los jóvenes siempre eran mayoría…).
Como siempre, Spence en su artículo da una receta práctica para los países que quieran evitar asistir en primera fila a esta tormenta perfecta:
Cada país de la UE tiene características propias, pero en todos son urgentes ciertas reformas obvias. En particular, hay necesidad general de reducir la rigidez estructural, que ahuyenta la inversión y obstaculiza el crecimiento. Para una mayor flexibilidad, es necesario independizar en gran medida los sistemas de seguridad social de su conexión con puestos de trabajo, empresas y sectores específicos, y reconstruirlos en torno de las personas y las familias, los ingresos y el capital humano.
El resto de la agenda nacional de reformas es complejo, pero el objetivo es simple: alentar la inversión privada. Esto incluye cuestiones como la reforma regulatoria, la lucha contra la corrupción, y la inversión pública (especialmente en educación e investigación).
De verdad, te juro que no sé a qué estamos esperando para hacerle caso…