Trato de no resignarme a vivir este año aplastado por la incesante cháchara pre-electoral o post-electoral (ahora mismo, es difícil distinguir si es pre o post…). Echo en falta, como Will McAvoy en el monólogo que abre la primera temporada de “The Newsroom“, a personas que nos informen de lo que realmente importa. Que nos ayuden a ver lo que hay en el fondo.
Porque me temo que lo que importa no es la interminable negociación de los políticos sobre quién tendrá el poder (puede tener morbo, pero no tiene interés). Lo que importa es entender lo que nos está pasando en Europa. Igual que Will McAvoy explica que Estados Unidos ha dejado de ser el mejor país del mundo, necesitamos periodistas que nos expliquen que Europa hemos dejado de ser el mejor continente del mundo (puedes poner España o Euskadi si prefieres, estamos contagiados de la misma autocomplacencia, de la misma falta de información relevante…)
Que nos expliquen cómo estamos viendo abrirse una brecha creciente entre nuestros jóvenes y el proyecto común que hemos construido y del que se sienten excluidos, y para el que no ven futuro (puedes leer al respecto el interesante artículo de Bruegel “The growing intergenerational divide in Europe“).
Todo el día nos hablan del síntoma (los jóvenes votan diferente, votan en direcciones inesperadas, y eso complica la vida a los políticos en todas partes). Nadie nos habla del virus, de la causa, de la auténtica enfernedad que nos aqueja…
Los jóvenes, en todas las épocas, en todos los sitios, necesitan escuchar proyectos apasionantes. Necesitan encontrar personas referentes por sus valores, por su pasión, por su compromiso, a los que poder seguir. En vez de eso en Europa les estamos dando la cháchara electoral. Mientras esperamos que se preparen para ir pagando nuestras pensiones. Y a asumir que el lento crecimiento de la economía creará pocos empleos, de duración temporal, mal pagados. Que es su futuro.
No estamos entendiendo su mensaje. Los jóvenes no están pidiendo que gobierne éste o aquel. Y su mandato tampoco va de que sean capaces de llegar a acuerdos, o tengan que volver a convocar elecciones. Les da igual… A nosotros, por solidaridad intergeneracional, nos tendría también que importarnos poco…
Su mandato, me parece, es otro. Nos están pidiendo que alguien de una vez afronte los verdaderos problemas que tenemos como país, como continente. Empiece, como dice McAvoy, por reconocer nuestros problemas. Y que nos expliqe con claridad que la solución no pasa por quién asuma el poder en una legislatura, sino por soñar un nuevo proyecto para este mundo que ha cambiado tanto en tan poco tiempo. Un proyecto en el que habrá que afrontar grandes cambios sociales y económicos, además de políticos.
Nos explica el genial Borges en Ajedrez, que la partida que vemos no es en realidad la única. Que los jugadores que mueven las piezas son, a su vez, piezas en un tablero más amplio. Deberíamos tomar perspectiva, subir un nivel de tablero, ver el otro juego…
En su grave rincón, los jugadores
rigen las lentas piezas. El tablero
los demora hasta el alba en su severo
ámbito en que se odian dos colores.
Adentro irradian mágicos rigores
las formas: torre homérica, ligero
caballo, armada reina, rey postrero,
oblicuo alfil y peones agresores.
Cuando los jugadores se hayan ido,
cuando el tiempo los haya consumido,
ciertamente no habrá cesado el rito.
En el Oriente se encendió esta guerra
cuyo anfiteatro es hoy toda la Tierra.
Como el otro, este juego es infinito.
II
Tenue rey, sesgo alfil, encarnizada
reina, torre directa y peón ladino
sobre lo negro y blanco del camino
buscan y libran su batalla armada.
No saben que la mano señalada
del jugador gobierna su destino,
no saben que un rigor adamantino
sujeta su albedrío y su jornada.
También el jugador es prisionero
(la sentencia es de Omar) de otro tablero
de negras noches y de blancos días.
Dios mueve al jugador, y éste, la pieza.
¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza
de polvo y tiempo y sueño y agonía?