“La vida es una comedia,
escrita por un escritor de comedias sádico“
Woody Allen, Café Society, 2016
Me dice mi padre que últimamente me nota más pesimista cuando hablo sobre el futuro que nos espera, que debería recuperar una mirada más esperanzada. Tiene mucha razón, ya decía Ortega que somos mitad circunstancia, mitad proyecto. Y si las circunstancias y el proyecto se nos van llenando de sombras, la vida se nos va oscureciendo.
Así que hoy no voy a hablaros del último informe que ha publicado el FMI esta semana, sobre el National Manufacturing Day que celebraron ayer en USA, o sobre el último y profético post de Atkinson sobre el grave error que vamos a cometer volviendo a impulsar las inversiones en ladrillo. Si queréis poneros tristes, ya os dejo los links : )
En vez de eso, como estamos en Octubre, recuperaré mi tradición de recordar historias que tienen que ver con sonreir aunque la vida nos haga esperar. Y para no olvidar buenas costumbres, lo voy a hacer con una película, la última de Woody Allen (un director recurrente en estos temas de sonreir aunque uno vaya perdiendo…)
Igual no has visto todavía Café Society (Allen, 2016), así que no te destriparé el guión. Pero si te contaré que el argumento va dando vueltas precisamente a esa idea de que somos circunstancia y somos proyecto, y que muchas veces con nuestras decisiones y las de las personas que nos importan, se nos va abriendo una brecha entre nuestros sueños y nuestra vida.
Casi al final de la película, el guión le da la vuelta a la famosa cita de Sócrates en Apología. Ya sabes que le ofrecieron las opciones de morir tomando una copa de cicuta o ser desterrado, y él eligió morir: “Una vida no examinada, no merece la pena ser vivida“: una vida que no responde al proyecto que tenemos, que no es coherente con ese futuro que perseguimos, no merece la pena ser vivida….
Pero Woody Allen añade “… pero una vida examinada, tampoco es ninguna ganga“. Porque en muchas ocasiones esa combinación de circunstancias y proyectos nos encierra en un laberinto sin salida. En una trampa perfecta, construida por nosotros mismos, de la que parece no haber salida…
Ortega reflexionó también sobre esa trampa entre nuestro proyecto racional y las circunstancias, y llegaba a la conclusión de que por encima de la racionalidad de nuestros proyectos, y la tozudez de las circunstancias, nos quedaba la “razón vital”. Una fuerza que llevamos por dentro, un impulso que siempre es capaz de encontrar una salida, aunque a ratos no seamos capaces de verla…
Algo así nos viene a contar también Woody Allen en la última escena de la película. Algunos críticos se quejan de que el final queda abierto, aunque a mí me parece que no. Simplemente, el director elige no mostrarnos el camino de salida de la trampa porque, como en la vida misma, en ese momento los protagonistas tampoco son capaces de verlo. Se le nota en la mirada ¿verdad?
Elegiré pensar que las trampas de la vida siempre tienen salidas. Es un buen consejo el de mi padre, no perder la sonrisa aunque a ratos no veamos la salida de la trampa…
Ya llegará, la vida siempre se abre camino.