El progreso ha poblado la historia de las maravillas y los monstruos de la técnica, pero ha deshabitado la vida de los hombres.
Nos ha dado más cosas, no más ser.
Octavio Paz en la Postdata de “El laberinto de la soledad”

A ratos, el mundo me parece un lugar más oscuro, con menos sentido. Es posible que el invierno haya llegado demasiado de golpe, cargado de noticias que también son como nubes oscuras (sí, me refiero a Trump…).

Así que, en parte para refugiarme, y en parte para desquitarme y solidarizarme un poco con algunos familiares y buenos amigos que tengo en México, hoy os hablaré de libros y de poesía (todos los 12 de noviembre se celebra en México el Día Nacional del Libro ¿sabías?). Trump tendrá sus cuatro años pero, por fortuna, la poesía es eterna.

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He estado releyendo a Octavio Paz, y me he encontrado con la descripción que hacía del momento en el que le visitaba una poesía “La nube preñada de palabras viene dócil y sombría, a suspenderse sobre mi cabeza, balanceándose, mugiendo como un animal herido“. Así mismo me visitan a mí los posts que os escribo : )

Me he acordado de un libro que me vino a la cabeza en mi último post sobre la inteligencia artificial. Es “La poesía de los números“, y lo ha escrito Daniel Tammet, un autor muy peculiar, afectado por el “síndrome de savant” que solo ha sido diagnósticado a 50 personas en el mundo. Es una variedad del autismo que se caracteriza por una memoria prodigiosa, especial, por un funcionamiento del cerebro extraordinario.

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Tammet ve los números y las letras con colores, formas, emociones, y eso le permite por ejemplo ser capaz de recitar de memoria 22.514 dígitos del número “Pi”, o hacer complejísimas operaciones matemáticas de manera intuitiva, sin lapiz ni papel. La mente humana encierra misterios sorprendentes, que quizá algún día seamos capaces de comprender. Quizá ese día descubramos que la realidad, los números, la música y la poesía están unidos por ecuaciones más profundas que las que describen las leyes de la física…(Leibnitz ya decía que el placer que nos proporciona la música viene de contar, pero de contar inconscientemente. “La música no es más que aritmética inconsciente”)

Hasta entonces, me gusta saber (gracias a la mirada de Tammet) que el número cinco “es de color amarillo”, y “suena como un trueno, o como el sonido de olas rompiendo contra rocas”. También que los miércoles son azules, o que los números primos son poéticos. Yo no alcanzo a ver esos colores ni formas, pero desde siempre he presentido que era así.

Seguro que mi afición a perderme en los bosques tiene que ver con la música de los números que encierran sus hojas. Siento envidia de Tremmet, que es capaz de contarlas…

“A la hora del recreo, durante un tiempo, preferí la compañía de los árboles que crecían en filas rectilíneas a lo largo del perímetro del patio. Los árboles me transmitían una sensación de seguridad y yo me imaginaba que, cuando pasaba por detrás de ellos, desaparecía por un segundo del ruido y el ajetreo que me rodeaba. Los árboles tienen hojas y, efectivamente, yo las miraba y admiraba sus colores y sus formas, y contaba unas cuantas. Pero entonces sonaba el timbre para volver a clase.

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