Mi incansable y buen amigo Luis ha tenido el detalle de regalarme este verano dos libros de Edoardo Nesi “La historia de mi gente” y “Una vida sin ayer“. El primero me ha gustado mucho, el segundo se ha quedado a vivir conmigo. Hay libros que son generosos como los Mares del Sur, siempre puedes bucear en ellos de nuevo para encontrar perlas de un valor incalculable.
Nesi nos deja reflexiones muy directas sobre la situación económica y social en Europa, con un especial acento en Italia y el resto de los países del sur y en su propia ciudad, Prato, en la Toscana. Una ciudad cuya antes pujante industria textil se ha visto arrasada por la nueva competencia global. Nesi sabe de lo que habla, porque pertenece a una de las familias que eran propietarias de una de estas industrias.
Su mirada es un tanto oscura y pesimista cuando mira el pasado reciente y el presente, y solo se ilumina para mirar un futuro en el que espera que los jóvenes, empujados por la necesidad, sean capaces de reaccionar y cambiar las reglas de este juego que les condena a un futuro en el que las personas cada vez importamos menos:
Esa historia de los PIGS a mí también me sentó fatal, y asimismo me ofendió. Más que uno de esos cínicos e ingeniosos juegos de palabras anglosajones, parecía una sentencia ya escrita, compartida de antemano, con que se condenaba a la Europa del sur a convertirse en la periferia extrema del imperio, una región de pasado ilustre y presente residual, olvidada y empobrecida, incapaz de velar por sus propios intereses y mucho menos defenderlos, poco más que una gran colonia turística, un “buen retiro”.
Austeridad fiscal que Europa se obstina en imponer a un país arrodillado, cuya economía real ya fue dada como pasto hace años al kraken (pulpo gigantesco) de la globalización. Imposible explicar con cifras el abatimiento del presente, el estancamiento de las iniciativas, el desconcierto por el futuro la languidez envenenada y ponzoñosa del recuerdo de un pasado perdido, la depresión silenciosa que parece haberse adueñado del país.
Ni en Italia ni en toda Europa del sur necesitamos empresas más grandes, sino empresas nuevas.
Necesitamos nuevas ideas, nuevas empresas que hagan uso de la globalización en vez de sufrirla, que recuerden la cruda lección del declive de las manufacturas y sean capaces de superarla y sublimarla. Empresas que produzcan sola y exclusivamente, conforme a un programa, productos imposibles de fabricar a un precio ridículamente más bajo en China, la India o Vietnam. Empresas muy diversas entre sí. Empresas artesanales pero radicalmente nuevas, que sepan unir el artesanado de las manos al artesanado del pensamiento para crear algo nuevo por entero; un artesanado de las ideas materializadas que sitúe en su centro a la Red y su monstruoso poder y velocidad.
Sueño con que la ciencia y la tecnología vuelvan a ser el carburante de un desarrollo libre, necesario y tumultuoso de la economía, pero guiado por una visión, por una idea elevada y valiente de la política, porque ya hemos visto dónde acabamos cuando dejamos actuar libremente al mercado. Una política en manos de persona capaces que logre recuperar el control de la economía mundial, eso querría yo. Una política libre, que conozca su poder y sus límites. Una política valiente, que sepa convencer y, si es necesario, obligar al mercado, sí, habéis leído bien, obligar, con leyes a adentrarse por el camino, más justo, útil y saludable para la colectividad.
Se podría decir que Edoardo me ha escrito el post esta semana ¿verdad? Fijaos hasta qué punto, que incluye en uno de sus capítulos una referencia cinéfila preciosa al alegato final que hace Paul Newman en la película “Veredicto Final” (Lumet, 1982). Una película sobre el renacimiento personal y colectivo, sobre la importancia de mantener la fe en la fuerza que tiene una persona que ha decidido hacer las cosas bien, cueste lo que cueste.
Sí, para que Europa renazca, creo mucho más en la fuerza que habita en nuestros corazones que en las medidas de política monetaria que acaba de aprobar Draghi. Uno de los capítulos de su libro acaba con una preciosa anécdota con Richard Ford, cuando Nesi le preguntó qué pensaba de la férrea presión que las leyes del mercado estaban ejerciendo sobre los pequeños industriales de su entorno, y el autor americano le contesta: “Mira, Edoardo, estoy seguro de que al final, de algún modo, la economía sucumbirá a un acto de la imaginación.”
Ya sabes el camino: imaginar un futuro diferente, trabajar con fe en que podremos construir un mundo en el que la economía esté al servicio de las personas. Vamos, que se nos va a hacer de noche y no podemos dejar todo el trabajo a los jóvenes.