Si quieres el bien, trabaja por la justicia
Ignacio Ellacuría
Mañana domingo, 9 de noviembre, Ignacio Ellacuría hubiese cumplido 84 años.
No los podrá cumplir, ya sabes. Una semana más tarde, el próximo domingo 16 de noviembre, se cumplirán 25 años del día en que fue asesinado junto con otras 7 personas en la Universidad Centroamericana de El Salvador. Así que he aprovechado estos días de Noviembre para recordarle, y para releerle, ya os conté una vez que este joven me parece una persona de las que merece la pena. Me he encontrado con una historia que me ha hecho sonreír, otras que me han hecho pensar.
Primero la sonrisa. Es de un día en 1984 que había subido a un campanario con Jon Sobrino para refugiarse de un tiroteo de los que había en El Salvador. De vez en cuando, el uno y el otro asomaban un poco la cabeza para ver si paraban los tiros. Acabada una de las comprobaciones, Ellacuría preguntó a Sobrino cómo andaba la cosa. Y dicen que éste le respondió: “Aún hay esperanza. Porque acaba de marcar Noriega”. Y es que estaba aprovechando para escuchar la radio, y acababan de contar que el Athletic se adelantaba por 1-2 en Mestalla y quedaba así a un solo partido de lograr el título de campeón. Era muy del Athletic, este joven; hubiera disfrutado mucho en la nueva Catedral.
Ahora el pensamiento. Me he encontrado con estas palabras suyas, pronunciadas en 1989, el año en que fue asesinado, no puedo dejar de traerlas aquí:
“Yo no creo que, por su propia dinámica, el capitalismo lleve a su fracaso económico, que es el que había subrayado Marx, ya que ha demostrado una gran capacidad de reacomodo, sobre todo mediatizando a la clase obrera europea a través de beneficios y de consumo, cargando ese débito sobre las clases no obrera o pre-obrera del resto del mundo.
Quizás, cuando ya no hubiese a quien cargarle la última carga de la plusvalía, volviera la ola a esa orilla.
El problema es si el capitalismo sabe rehacerse también desde el punto de vista humano y social: yo, personalmente, creo que lleva a callejones sin salida. De ahí que la Iglesia haya dicho que el capitalismo tiene tales defectos que, sin un profundo cambio, no es aceptable. Y este cambio no se está dando.”
Ya no hablamos de “clase obrera”, ahora decimos “clase media”, pero por lo demás el comentario de hace 25 años no podía ser más actual, más lúcido, más profético.
Ignacio Ellacuría veía con mucha claridad que los países desarrollados estábamos disfrutando de una calidad de vida construida en buena medida sobre una dolorosa desigualdad, que ya existía en lo local, pero que a nivel mundial era sangrante. Pero, con esa misma claridad, vio también que ese viaje acabaría antes que después, y esa desigualdad haría el viaje de vuelta, y acabaría instalándose también aquí, cuando los países emergentes empezasen a despegar. Porque el capitalismo es una máquina muy perfeccionada para crear riqueza (la mejor que conocemos), pero muy poco eficiente cuando llega el momento de repartirla.
La ola ha vuelto a nuestra orilla, y ahora nos enfrentamos a la tarea de corregir un sistema del que nos hemos estado beneficiando durante décadas, hasta el punto de que se nos ha metido en los huesos. Pero ahora que no crecemos y la poca riqueza que podemos crear no se reparte adecuadamente, la sociedad se nos está rompiendo, y no sabemos cómo arreglarla… (esta semana ha presentado Cáritas en Deusto el Informe Foessa de Euskadi sobre exclusión y desarrollo social, deberías leerlo).
Nos conviene por eso recordar a Ignacio Ellacuría, una persona que dedicó la vida a luchar contra esa desigualdad que vivía cada día en El Ecuador. No tenía dudas de cuál era el papel de la Universidad, nunca creyó en la violencia como el instrumento para corregir los errores que cometemos, y sí en el conocimiento…
Todo centro jesuita de educación superior está llamado a vivir dentro de una realidad social y a vivir para tal realidad social, a iluminarla con la inteligencia universitaria, a emplear todo el peso de la universidad para transformarla.
En otro discurso en la UCA ampliaba esta idea:
La forma específica con que la universidad debe ponerse al servicio inmediato de todos es dirigiendo su atención, sus esfuerzos y su funcionamiento universitario al estudio de aquellas estructuras que, por ser estructuras, condicionan para bien o para mal la vida de todos los ciudadanos.
Debe analizarlas críticamente, debe contribuir universitariamente a la denuncia y destrucción de las injusticias, debe crear modelos nuevos para que la sociedad y el Estado puedan ponerlas en marcha. Insustituible labor de la universidad en su servicio al país como un todo y a todos los ciudadanos.
De esta orientación se aprovecharán además los profesores y estudiantes al vivir en una universidad, que al ser lo que debe ser, les ofrece una tarea crítica y creadora, sin las que no hay formación universitaria.
Todo un programa para construir una Universidad como la que necesita esta sociedad ¿no te parece? Nos iría bien seguir los consejos de este joven, que sacaba su esperanza de Dios y también de las personas (“la esperanza somos nosotros mismos“, he leído que solía repetir).
Dios no nos fallará, o eso espero. A ver qué hacemos nosotros.