«…Entonces se adentro en una lengua de árboles y arbustos donde yo ya no pude verlo ni a él ni a nadie, y ahí sí que conocí la sensación de soledad que invade al corredor de fondo cuando surcas los campos, y me di cuenta de que, en lo que a mi se refería, esa sensación era lo único honrado y genuino que existía en el mundo…»

Me dice un buen amigo que me estoy oscureciendo. Que le gustaba leerme por la esperanza que transmitía en mis posts, y que últimamente la echa en falta.

La conexión emocional es siempre un arma de dos filos. No puedo dedicar las horas y las deshoras que dedico a defender la importancia de que este pequeño gran país incremente su apuesta por el conocimiento, y que la triste noticia que EUSTAT publicó este jueves no me oscurezca la mirada. En realidad, la conocía desde hace un año, igual que conozco desde ahora que, cuando se publique el año que viene ese mismo dato, el retroceso será mayor todavía…

Tú, ni te habías enterado ¿verdad? No ha sido noticia, ni parece que a nadie le haya generado demasiado malestar… Debo confesaros que, algunos días, me dan ganas de tirar la toalla…

Pero no quería hoy oscurecer otra vez el post, así que he decidido refugiarme en los libros. Un poco ellos, un poco las canciones, un poco las películas, un poco las montañas, un poco los acertijos y el ajedrez, y sobre todo unas pocas personas me mantienen cuerdo en este viaje que a ratos me resulta tan ajeno…

Así que he releído esta mañana “La soledad del corredor de fondo“, un cuento breve de Allan Sillitoe que me acompaña desde que lo leí por primera vez, hace muchos años.Tony Richardson, uno de los maestros del free cinema, lo convirtió después en una película muy singular, en blanco y negro, que también me acompaña.

the lonelyness of the long distance runner

Recuerdo que cuando cayó en mis manos tenía 17 años, estaba perdido como ahora, y entrenaba para la prueba de 3.000 obstáculos (en la que caes en un foso con agua, ya sabes). Siempre perdía, así que no me costó mucho identificarme con el protagonista. Después descubrí que correr por el monte y caer en los arroyos es infinitamente más divertido que las carreras de obstáculos y que, como al protagonista de la historia de Alan Sillitoe, lo que me gusta es correr, no ganar carreras o perderlas, que en realidad, nunca me ha interesado…

Después de leer el libro, y de recordar qué estaba buscando cuando inicié este viaje, he decidido que necesito parar un poco. Aprovecharé los fines de semana de julio y el mes de agosto para descansar, volver a mis montañas, a los libros, las canciones y los acertijos matemáticos, a las películas y las pocas personas que me mantienen cuerdo, me ayudan a renacer, a coger fuerzas, a recuperar el sentido de este viaje.

A la vuelta, en septiembre, os hablaré de otro libro que también me acompaña, aunque desde hace menos tiempo “La soledad de los números primos“, una historia parecida, pero con matemáticas. Debe haber alguna conexión entre los dos libros, que se me escapa : )

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