Heidegger según Ortiz Osés

por

Isidoro Reguera

Quienes no entiendan al Prof. Andrés Ortiz-Osés, uno de nuestros poquísimos filósofos originales e interesantes, es porque saben poco y piensan despacio, o porque están llenos de prejuicios y faltos de gracia. Justo lo contrario de la agudeza, rapidez, inteligencia, libertad y saber del ánimo ortiz-osesiano. Sí lo entiende y aprecia, por ejemplo, Gianni Vattimo, promotor de su reciente libro HEIDEGGER Y EL SER-SENTIDO (Deusto), a quien se debe la iniciativa de recoger en él los trabajos dispersos de AOO sobre Heidegger. AOO comenzó su andadura filosófica con Heidegger (pasada de inmediato por C. G. Jung, no es extraño) y quiere acabarla, aunque de hecho no la acabe (sería una pena), con él.

El libro que señalamos gira en torno a la cuestión crucial del sentido del ser y del ser como sentido, en su radical sentido de sentido de la existencia. “El ser es la trascendencia. Heidegger pierde a Dios y lo busca toda su vida”, escribió Gadamer. (Dios sería el sentido.) Heidegger plantea resueltamente esa cuestión -más acuciante si cabe para él, en esos términos y tras esa pérdida melancólica, sin el requerido trabajo de duelo-, aunque camuflada “bajo la jerga sutil de un lenguaje complicado”, dice AOO. Un lenguaje complicado porque, a pesar de él mismo y de toda su escolástica, envuelve, y es envuelto por, toda una mitología, o gnosis.

La viejecita que lo visitaba en la cabaña de Todtnauberg decía de él: un filósofo intrigante que se pasa la vida raptado por el duende del ser, recuerda AOO. De la sacristía a la cabaña fluyó su vida: no hay mucha diferencia, ambas huelen a vela, espacio oscuro, hábito (el Tracht/traje schwarzwaldeño en este caso). O de novicio jesuita en Feldkirch a pastor del ser en Freiburg. Filósofo pastoral siempre, que en 1936, hablando del gran acontecimiento del ser que inaugura todo (dioses y hombres, realidad e irrealidad, entes y nada), escribe en los Beiträge: “Esta es una instrucción para los pocos, para los insólitos: para los creyentes en la verdad (y no en lo meramente verdadero): para los futuros que se acercan al ser salvador del ente”. No es extraño que diga esto, porque para él el ser es el fundamento y el abismo, el ajuste y desajuste, concierto y desconcierto, junción y disyunción, sentido y contrasentido, amor y muerte; incluso la nada pertenece al ser mismo. (De modo que si el ser es todo, el sentido de la vida habría que buscarlo entre esas contradicciones. Ése creo que es el mensaje de este libro que comentamos.)

Ya le decía Cassirer en Davos, 1929, que se abriera del tiempo al espacio, como interpreta AOO, del Dasein como existencia temporal al Sein como ser espacial o espaciado. Confinado como estaba en la finitud radical, mortal, sigue AOO, Heidegger había de salir al espacio simbólico infinito, o al menos indefinido, hasta la síntesis final del lenguaje como configuración del tiempo (fluente) en el espacio (simbólico), como un espacio definitivo de acogida hogareña del ser-ahí-perdido-en-el-tiempo. Y eso hizo, más o menos, entreverado todo de veladura sacra, santa, numinosa, en el sentido preciso de Rudolf Otto, muy presente tácitamente en él, como desvela este libro.
Seguramente exagera Mario Bunge al considerar (en Barcelona, hace pocos meses) que conceptos de Heidegger como el de ser no dicen nada, y que sus escritos, en general, son propios de un esquizofrénico. Exagera porque no quiere darse cuenta, por sus propios prejuicios, de que ese aparente absurdo y disociación psíquico-lingüísticos son debidos a otra cosa que a un talante psicológicamente obtuso y profesionalmente aprovechado, que seguramente también tuvo. Una hermenéutica del sentido como la de AOO explicaría a Bunge el supuesto caos heideggeriano. Detrás de la filosofía de escaparate de Heidegger hay toda una mitología (o gnosis) del ser, como maquinaria de crear símbolos y valores, que son los que dan cuerpo a su filosofía. Un escenario mitológico de símbolos y valores que él achaca sólo a filosofías que rechaza, pero a las que debe más de lo que quisiera, aunque nada más sea a contrario: vitalismo, neokantismo o existencialismo.

Esa mitología, manifiesta también este libro, va desde la infladura existencial del Hombre, que llega hasta un perfil nacionalsocialista, pasando por la mística del Ser oscuro, sombra de Dios, hasta un Lenguaje salvador, transversal a ser y hombre, que media el diálogo y el parlamento democrático, dice AOO, pensando también, más bien, en Gadamer. Un Heidegger totalitario, pastoral y democrático, respectivamente, todo ello siempre con medida y entre comillas. Siempre mítico: Hombre, Ser y Lenguaje con mayúsculas, o: super-hombre, super-ser, super-lenguaje. Una aburrida y angustiada existencia para la muerte; la verdad que verdadea, esquiva, desvelándo-velándo-se o viceversa (aquélla cuya huella descubrió, por fin, en Delos, en medio de su peregrinaje alethéico/veritativo por Grecia); y el lenguaje, hogar de recogida de ambos monstruos (con medida y comillas). De este tercer, y último, Heidegger, el de Unterwegs zur Sprache, 1959, creo que nadie habla excepto AOO; es interesante ver en el libro cómo discute con Vattimo al respecto.

Es un difícil contrincante AOO discutiendo, porque es muy rápido y sabe mucho, pero porque cuenta, además, con un instrumental propio, suyo propio, de interpretación y diálogo: una refinada modalidad de ironía, que hace que recuerde a Sócrates, y que derrocha en este libro, que, porque no en vano recoge casi 25 años de andadura intelectual del autor, muestra mejor su talante, también en este aspecto. Sí, la hermenéutica de AOO es pura ironía. Ironía en estado puro, “ironía pura” que llamó Kierkegaard en su tesis doctoral, es decir, socrática y, si me apuran, romántica asimismo, schlegeliana (gusta de la belleza lógica de la paradoja, de la incesante aniquilación de autor y obra, florece entre contradicciones, lejana a la realidad dada, etc.); en un caso y otro siempre ha sido distintivo de excepcionalidad en el pensar y vivir, sabiduría e inteligencia.
No lo que dices (inmediatamente), sino lo que no dices (inmediatamente), importa; o no lo que dices, sino lo que quieres decir, quizá sin darte cuenta. No lo que dices tiene sentido, sino el sentido de lo que dices. El ser no es lenguaje sino sentido, porque el lenguaje no significa sino se usa (en un marco de mitos, valores y símbolos de una forma de vida e imagen del mundo ejercitadas). No lo que se dice literalmente importa, sino lo que se quiere decir simbólicamente (aunque uno mismo no sea muy consciente de ello). No el significado objetual importa, sino el sentido simbólico o el uso real que haces de las palabras (que has aprendido reflejamente en un contexto dado). Es decir: no dices lo que dices, sino lo que no dices pero dices (de algún modo). ¿Y qué es, entonces, lo dicho? ¿Y la realidad de lo dicho? Algo surreal todo ello.

¿Quieren más ironía? Éste es, llevado a su extremo elucidante, el serio corazón de la hermenéutica del sentido de AOO y de este libro (con el toque surrealista que insinuamos) frente a la hermenéutica del lenguaje al uso: una hermenéutica crítico-irónica refinada (uso simbólico del lenguaje), frente a una iluso-entusiasta ingenua (el lenguaje casa del ser). Seguro que por algo así le ha escrito Jean Grondin al autor, refiriéndose explícita y convencidamente al rastreo que su libro lleva a cabo de la mitología y gnosis heideggerianas, agazapadas en el planteamiento del problema del ser, o del sentido, de la vida: “Avec votre herméneutique, vous êtes évidemment celui qui est le mieux placé pour savoir lire entre les lignes.” Efectivamente.

Quienes no entienden a AOO es porque no quieren, o por lo que decíamos al principio; no será, desde luego, porque no hable claro. La claridad es uno de los méritos de este libro. (No está de más recordar aquí aquello de Wittgenstein, que, además de apuntalar esta obra, aplicado a casos como el de Heidegger -ejemplo modélico para el vienés del humanamente comprensible “arremeter” contra los límites del lenguaje y de los chichones filosóficos que provoca, síntomas a pesar de todo de que filosofamos, o síntomas simplemente de que “filosofamos”- tiene su quid, o su gracia: lo que se puede decir se puede decir claramente, y lo que no… no vale de mucho decirlo porque o nada dice o se desdice o no se puede decir y además es imposible, como quieran.) La claridad distingue este libro, decimos, o su accesibilidad… ¡y su belleza! Ambas emocionan a Grondin, como al autor de estas líneas: “C’est avec beaucoup d’émotion que j’ai lu votre beau et très accessible livre sur Heidegger et la question du sens de l’existence”. Que añade: “Je pense bien que je vais adopter dorénavant votre formule: ‘L’être qui peut être compris est sens’. Tout simplement génial!” Efectivamente.

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