Siento lástima por los textos cautivos. Trato de rescatarlos del olvido siempre que puedo. Lo intento por lo menos con los que considero más útiles o me resultan más necesarios, y lamentablemente son muy muy pocos. Ni de lejos llego a abarcar una mínima parte de los que quisera retener. Se trata de un proceso laborioso y sujeto a múltiples cortapisas.
¿Qué es para mi un texto cautivo? Nada que ver con los artículos escritos por Jorge Luis Borges entre 1935 y 1958 para la revista argentina El Hogar.
Los textos cautivos a los que me refiero son los que se han publicado alguna vez en papel pero han sido descartados para su trasvase a una edición digital. Los buscadores no saben nada de ellos y por tanto están retenidos, alejados del acceso de los lectores, tanto humanos como mecánicos.
Y es que un texto sin lectores es un texto muerto. Un contenido no interpretado, no conservado en ninguna mente (individual o colectiva), es un contenido perdido. ¿Qué porcentaje de los textos publicados llega a los lectores y qué parte se conserva en el recuerdo? Desconozco si hay datos al respecto, pero seguro que es un porcentaje bajísimo.
Precisamente hoy en el blog del proyecto estratégico Deusto 2014 (que es interno, lo siento) un compañero ha propuesto introducir en la universiad la práctica del acceso abierto (Open Access) para los textos académicos y científicos. Inmediatamente he aplaudido la iniciativa y sugerido que se aplique cuanto antes a las revistas de la propia universidad (Mundaiz, Boletín de estudios económicos, Cuadernos europeos, etc).
Acabo de hacer –en una fotocopistería que paga una cuota adicional a Cedro para ello– la fotocopia de uno de esos textos que quiero retener. En los próximos días teclearé fragmentos para poderlos citar y glosar con mayor facilidad, así como para relacionarlos mejor con otros contenidos. Voy a dedicar muchas horas a transcribir fragmentos que el autor ya introdujo en formato digital mediante su procesador de textos. ¿No es absurdo? Desgraciadamente, todavía tenemos que trabajar así.
Por casualidad hoy David Peterson me ha contado una anécdota de otro texto cautivo: Una comunicación que dos medievalistas amigos suyos presentaron en un congreso de 1990 y cuyas actas acaban de publicarse en 2008. ¡Casi veinte años en el cajón del editor! Me decía David “es que seguramente los propios autores no afirmarán ya muchas de las cosas que decían entonces”.
Al menos la anécdota tiene una parte positiva, y es que las actas se han publicado también en PDF. Lo siguiente será convertir el PDF en XML (¡o mejor en muchos RDF!), fragmentar el discurso y estructurar los datos para reutilizarlos tantas veces haga falta. Estos son los esfuerzos que de verdad merece la pena hacer.
Por eso soy forofo de Wikipedia, de la biblioteca digital de Google, de Europeana y de tantos otros proyectos afines cuyo fin es evitar que los textos sigan siendo rehenes del papel. (Eso sí, mejor si es en RDF.)