Actualmente, los escándalos políticos y universitarios (no pretendemos profundizar en el orden ni en la relación de ambos) sobre la obtención de títulos han contribuido a visibilizar apuestas como las del “blockchain”, donde cada gestión académica está “controlada” telemáticamente. ¿En qué vías queremos y podemos emplear la tecnología? Un primer paso es reconocer que existe no solo un reto pedagógico de digitalización (al que podemos sumarnos o dar la espalda), sino también que, lo queramos o no, es un creciente e inexorable fenómeno socioeconómico.
“¿Qué ocurrirá con la universidad tradicional cuando libros, clases e investigación sean trasladados a Internet?” Retomamos esta cuestión, planteada por Markus Lahtinen (profesor de la Universidad de Lund, Suecia, una de las 100 mejores universidades del mundo) el pasado 8 de marzo en el III Café Tertulia eCampus UD. Ante el fenómeno de la digitalización, Markus identifica tres posibles escenarios de futuro universitario:
- La universidad complementa la formación en la clase presencial con la experimentación en lo online. Ejemplo con “Flipped Classroom”.
- La universidad valida las habilidades (aprendidas por cuenta propia) a través de una prueba (no tiene por qué ser entendida como un examen tradicional).
- ¡Nada! “Singularity University” como estilo de vida universitario, acorde al pensamiento de Silicon Valley. Es decir, una universidad corporativa que prima y auto-garantiza las competencias de sus futuros empleados más allá de la obtención de títulos.
Podemos posicionarnos con más o menos escepticismo ante estas posibilidades, pero sin duda es necesario reflexionar sobre cuestiones estratégicas: ¿Qué significa este reto-fenómeno para las universidades en el modo en el que hoy las conocemos? ¿Cuáles serán las posibles consecuencias de la continua e imparable digitalización?
Markus apuntaba algunas evidencias en este proceso, como la digitalización instalada en nuestra realidad a través de la competitividad económica y los nuevos hábitos de consumo (fenómenos como Uber) aunado al exponencial desarrollo computacional; la arraigada “computarización” que no es un concepto nuevo, como tampoco lo es el aprendizaje a distancia; el nuevo perfil de estudiantes que quiere consumir a través de vídeos, con teléfonos móviles, tablets; las nuevas condiciones y espacios laborales, “mucho más flexibles para bien y para mal”; la tecnología sobreestimada a corto plazo y subestimada a largo plazo; la posibilidad de acceder a los mejores cursos del mundo a través de plataformas online, “customizándolos” al gusto o las inquietudes al respecto del “entrenamiento social” en los campus online.
De hecho, en ocasiones las oportunidades no exploradas pueden conllevar distopías, en palabras de una de las participantes: “Si únicamente contemplásemos la universidad como evaluadora (caso B), ¿qué ocurre con la universidad en el momento en el que las empresas no le den valor? Formamos parte de una sociedad que necesita formarse a lo largo de toda la vida: estamos dando respuesta a un grupo muy reducido (por dedicación y edad) y el resto de la población se está formando en otros sitios. (…) Surgen miedos, pero también oportunidades de posicionarnos”. Y tú qué opinas… ¿distopía o reto? ¡Esperamos tus comentarios!
Matxalen Belausteguigoitia y Ángela García
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