Una Filosofía acuática

Presentación de Tragicomedia de la vida. Una filosofía acuática

Andrés Ortiz-Osés

Fue el músico anglo-alemán Haendel quien propuso una “música acuática” de carácter barroco e impresionista. Hoy en día el sociólogo judeo-polaco Z. Bauman ha propuesto denominar a nuestra cultura como “posmodernidad líquida”. Según el autor, nuestra cultura posmoderna liquidaría críticamente los viejos arquetipos rígidos –Dios y el Ser, loa Razón y la Verdad-, diluyéndolos en nuevos tipos flotantes reescritos con minúscula y en plural: los dioses y los seres, las razones y las verdades. Lo cual significa tomar en serio a lo temporal y contingente, transitivo y transeúnte en contraste con las nociones tradicionales de lo eterno y necesario, lo estático o inmutable.

Pues bien, una “filosofía acuática” como la que aquí presentamos trata de ubicar simbólicamente el elemento agua en el centro descentrado de nuestra cosmovisión, así pues en el medio y mediación tragicómica de los contrarios u opuestos. En efecto, el agua simboliza la mediación entre la tierra y los cielos, el elemento cósico o pétreo y el elemento aéreo o uránico, entre lo terráceo o telúrico y lo celeste o uránico. A partir de aquí hay que redefinir a la Razón clásica como una razón pasada por agua, o sea, fluidificada y abierta: la razón afectiva como sentido humano y no inhumano. La categoría de sentido humano resulta típica de esta filosofía acuática, ya que representa el fuego pasado por agua, la pasión enfriada, el eros pasado por el logos (lenguaje) y, por lo tanto, por el diálogo como medio fluido o fluente –influyente- de entendimiento y comprensión interhumanos sobre todas las cosas.

En realidad el autor de la presente obra lleva toda la vida navegando con este tema de las aguas, desde su nacimiento tras la ruptura de las aguas madres en pleno desierto de los Monegros hasta su actual ubicación junto al mar Cantábrico. En verdad se me quedó grabada en la adolescencia aquella visión que mi tío canónigo adujera al Presidente Primo de Rivera junto al Canal de los Monegros: “ Corriendo parejas con la aridez de los campos, veías con pena la de las inteligencias y la de los corazones” .[1] Mas he aquí que la Expo-08 de Zaragoza se organiza monográficamente en torno al tema radical del agua: en su decurso por el Pilar el Ebro puede reconvertirse de padre reseco en un río riente.

Ello conlleva un significativo cambio de paradigma desde los tradicionales arquetipos pétreos a los nuevos arquetipos fluentes. Esta transición podría representarse en el héroe antiheroico Pedro el Saputo, el quijote sanchopancesco que concibe la vida, simbolizada por la mujer, como un engaño vital, cuyo desenlace es el desengaño existencial. Sin embargo, junto a este escepticismo crítico, el héroe de la novela de Braulio Foz es un aragonés de pro (un abogado de secano) y un aragonés de proa, ya que a través de su humor fluidifica la realidad secante en una realidad hilarante y, en consecuencia, humanada. De esta guisa Pedro el Saputo redime con su humor vivificante el alma en pena de Aragón, un alma o ánima acuática.[2]

El tema del agua es radical porque la vida es fundamentalmente agua y, en consecuencia, el agua simboliza lo viviente frente a lo muerto o muermo. Mas el agua vivificante se sitúa entre los extremos del desecamiento (por defecto) y del desbordamiento (por exceso), en el punto medio o medial capaz  de desleir y releir, disolver y resolver la realidad. Por eso en una antropología hermenéutica el agua está simboliza por el alma –el mar interior-, alma acuática que media y remedia la realidad exterior y la surrealidad interior, las cosas y nuestra intimidad, la inmanencia externa y la trascendencia interna. No extrañará que en autores sapienciales como Montaigne o nuestro Gracián, la realidad acuática sea el paradigma de nuestro comportamiento humano en cuanto a su elasticidad y apertura.

Los aforismos que aquí ofrecemos representan las gotas de lluvia que sirven de riego a nuestro imaginario cultural. A veces se trata de lluvia fina, como el sirimiri vasco, otras de lluvia gruesa, como el chaparrón aragonés, y en ocasiones de granizo contundente: en este último caso nos las habemos con aforismos abruptos que yo bautizaría como “saputos” en honor al antihéroe de secano Pedro el Saputo (el sabido o resabido, pero no el resabiado): auténticos sapos simbólicos o exabruptos para exorcizar meigas y démones. Pues la existencia humana es tragicómica, y se trata de afrontar culturalmente tanto el sentido como el sinsentido, lo positivo y lo negativo, el bien y el mal que componen cuasi acuáticamente nuestro mundo.


[1] Discurso de Miguel Ortiz y Alcubierre, Secretario del Arzobispo de Santiago de Cospostela, ante el Presidente Primo de Rivera en la Inauguración del Grupo Escolar en Tardienta (Huesca) en 1929.

[2] Recuérdese aquí que el alma es simbólicamente el mar interior; ver al respecto mi libro La identidad cultural aragonesa,  Centro Estudios Bajoaragoneses, Alcañiz 1992, pág. 122. Cabría decir que Aragón tiene su alma marítima cautiva desde su desalianza con Cataluña y el Mediterráneo.

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