Ampliar la humanidad. El filósofo Vattimo y la crisis
Andrés Ortiz-Osés
Gianni Vattimo es el pensador más interesante de la actualidad. Fundador de la posmodernidad filosófica y maestro del “pensamiento débil”, es profesor de la Universidad de Turín y parlamentario europeo en Estrasburgo. Heredero de Heidegger y Nietzsche, concibe su “pensamiento débil” como un pensamiento debilitador de todo poder violento. Por lo tanto, el pensamiento débil es el pensamiento de los débiles y en favor de los débiles, los desposeídos y emergentes, así como los “indignados” europeos, árabes o latinoamericanos. En este contexto, caracteriza al famoso filósofo italiano una simpatía humana que sin duda promana de su empatía personal, social y cultural. Se nota que aprecia a la gente, y por eso también es apreciado por la gente.
En su visita a la Universidad de Deusto en San Sebastián, con motivo del 125 Aniversario de su fundación, nuestro filósofo impartió una conferencia sobre su filosofía, en la que realizó una crítica de la realidad establecida oficialmente, en nombre de un pensamiento que, con W. Benjamín, se reclama de las víctimas del sistema capitalista y su violentación económico-social. Se trataría de sobrepasar esa violencia instituida aunque sin añadir aún más violencia institucional, buscando lo que podríamos llamar nuevas clases de lucha cultural, política y social. Creo que la revolución aún pendiente sería de signo anarcoidal/anarcordial, aunque no anárquica ni anarquista. Y ello con el obvio fin de desmontar la verdad oficial impuesta de arriba abajo, en nombre de un movimiento de abajo arriba o transversal, basado no ya en la razón pura o puritana, especulativa, sino en la razón humana o encarnada o humanada, práctica y ética.
Para G. Vattimo, filósofo de origen católico e inspiración marxiana, la verdad instituida debe deconstruirse por la caridad instituyente, es decir, por el acuerdo y la solidaridad, articulando inmanentemente las diferencias en un acuerdo o acorde siquiera plural, así pues en un interlenguaje presidido por Hermes, el dios hermenéutico de la mediación de los contrarios (diría yo). El caso es que nos rigen leyes económicas trascendentes e impersonales, inhumanas, propias de un capitalismo que hace capital abstracción de nuestra convivencia y coexistencia. De ahí que nuestro filósofo propugne la solución disolutora de un mundo dominado por el mecanismo despiadado del mercado presidido por Mercurio como deidad absoluta. Se trataría de humanizar este mundo dominado por la inhumanidad, así como de ampliar o amplificar lo humano: una lucha por ampliar la humanidad no sólo a la mujer y al homosexual, al negro y al inmigrante, al pobre y desposeído, sino también a favor de la dignidad de la vida y de la muerte (con el tema candente y concomitante de una eutanasia socrática e incluso cristiana).
En este contexto, la presencia de G. Vattimo representa una voz que denuncia nuestro atraso mental y nuestra cerrazón cultural, propugnando una apertura radical. A este respecto, no se puede definir al hombre narcisistamente como homo sapiens u hombre sapiente, sino como homo insipiens u hombre insipiente/insapiente. Pues el hombre es un homo incipiens o incipiente, un hombre que apenas sabe de algunas cosas pero que cree saberlo casi todo suprahumanamente, proyectando visiones abstractas o abstraccionistas. Esta revisión autocrítica nos haría más conscientes de la negatividad que nos rodea, tratando de asumirla críticamente, o sea, tratando de remediarla humanamente entre todos. Pues todo hombre está necesitado de todo otro hombre para serlo.
Ya se sabe, hay personas que viven intensamente, y hay personas que viven intonsamente. Gianni Vattimo es una persona que ha vivido intensamente en lo personal y social, en lo cultural y político, aunque a veces se hace el intonso o tonto. A pesar de sus 75 años cumplidos, su agenda internacional sigue en activo. Es un tipo majo, de una elegancia pop o popular, que no rehuye hablar de nada en un tono afectivo e irónico. He verificado que no se interesa mucho por la naturaleza ni por los monumentos, sino por el hombre y su humanidad. Por eso encontramos finalmente la verdad en Donosti en torno a un vino blanco (francés), una verdad encarnada y no encarnizada, compartida y departida al anochecer. O la caridad como fundamento no fundamentalista de una realidad no impositiva o impuesta.
POSDATA SOBRE REALIDAD Y REALEZA
Giani Vattimo está últimamente trabajando en un nuevo libro “contra la realidad”, al que quisiera brevemente aportar algo que sin duda ya conoce. Pienso que el pensamiento tradicional concibe la realidad explícita o implícitamente como realeza, y lo real como regio. La realidad dada o dominante es una regalidad o legalidad instituida de arriba abajo y de dentro afuera, concentracionariamente, una realidad establecida por el poder como realidad reinante o vigente, el tinglado dominante (el “Gestell” de Heidegger). Significativamente nuestro padre Aristóteles define la realidad real o verdadera como sustancia, es decir, como esencia apropiadora de lo accidental o incidental. Por eso el nombre propio o apropiado/apropiador de la realidad es el ser sustancial o sustantivo, el sujeto que sujeta a los accidentes, incidentes o incidencias en su núcleo central, a modo de detención o plastificación del flujo vital.
Así pues, la realidad clásica en su ser dice sustancia, que en griego significa hacienda o posesión, el haber y los haberes (ousía), pero se trata de una sustancia especulativa o ideal (eidos).La sustancia es el nombre propio, apropiado y apropiador del ser de lo real como algo que contiene realencia, o sea, capital o reales, algo que vale regiamente, por cuanto es lo principal en el sentido de lo principial o principesco. En efecto, la sustancia como nombre propio o apropiado del ser real dice propiedad y privatización, por cuanto es algo señorial, de-suyo y dominador/domeñador de las circunstancias, accidentes o aconteceres de lo real (el propio Aristóteles habla del nombre propio/principal de lo real como “kyrios”, tanto en su Metafísica como en sus Categorías). La realidad dice sustancia estática frente a la realización de los accidentes, por ello representa lo sustantivo frente a lo verbal o dinámico, la realidad ideal frente a la realización, la racionalización de la vida así atrapada o apresada.
He aquí que el principio y fundamento de la realidad es la sustancia como propiedad o apropiación, ya que es el nombre propio de lo real en su ser (real o principial). Así que la sustancia es la regalía de lo real, el orden y la razón formal, lo estable o establecido, el fundamento, sustrato y posesión (como en alemán Grund), la esencia sustante (como en francés “essence”= gasolina), lo que tiene entidad, mientras que los accidentes son la materia dinámica, relacional y vital-mortal, la irrazón y el caos, el azar y la contingencia, el acontecer o devenir, el movimiento y el cambio, la vida. La sustancia es soberana y domina a los accidentes en sus incidencias, representando la razón pura o puritana proyectada en el alma-espíritu, el Estado y finalmente en Dios en cuanto ser realísimo (se trata de la herencia idealista o platónica de Aristóteles).
Sólo la sustancia es real, los accidentes resultan surreales: se trata de una visión aristocrática que privilegia el principio y la principialidad, el origen que se hereda en la herencia como posesión. De esta guisa, la sustancia es el principio patriarcal o patricial, la causa frente a la casualidad (curiosamente la causa en griego es “aitía”, y “aita” es padre en vasco). La sustancia es la identidad esencial o patricial, los accidentes representan lo existencial, la alteridad y la alteración con sus altercados, la otredad o diferencia, lo extraño o estrambótico respecto al núcleo esencial, la filiación meramente metafórica o simbólica.
Precisamente a partir de Heidegger podemos ver cómo Aristóteles y el pensamiento clásico proyectan en la sustancia como esencia de la realidad la prepotencia del ente concebido como poder establecido y verdad cosificada. Por eso Heidegger se distancia de esa versión clásica de la realidad como sustancia o ente, reinterpretando el auténtico ser de la realidad como potencia o emergencia, sentido latente aunque reprimido/oprimido por la realidad en su realeza o realce oficial. En efecto, Heidegger redefine la realidad no en su realidad o principialidad (sustancial), sino en su acontecer, en su accidentalidad y contingencia radical, en su emergencia abierta, por encima y debajo –transversalmente- respecto a la cerrazón entitativa y sustancial de nuestro mundo aristocrático y oligárquico, real o principesco. El propio Heidegger define el ser profundo de la realidad como acontecimiento (Ereignis), que no debe traducirse como suele por “apropiación” cerrada (aristotélica), sino por “coimplicación” abierta (hermenéutica)…
Debemos deconstruir el principio tradicional de la soberanía (kyrios), proyectado tradicionalmente en la realidad como ente o sustancia, y reproyectado en Dios como Ente supremo o Señor del universo. En su lugar emerge la realidad auténtica como accidente/accidencia inmanente de la trascendencia, al tiempo que Dios reaparece cual accidentación o encarnación en la realidad (humanización). Se trata ahora de una realidad ya no propia o apropiada por el Superhombre como Señor del ser (voluntad de poder), sino de una realidad impropia o desapropiada y de un Dios ya no apropiador sino propiciador, caracterizable ya no por la voluntad de prepotencia, sino por la voluntad de potencia o amor. Ha sido el cristianismo el que, frente al ser sustancial del paganismo, ha reivindicado el ser relacional, la persona frente a la cosa, de modo que la realidad sustancial o sustantiva es ahora la persona como relación hipostática (hipóstasis). Frente a la sustancia clásica y su contenido efectivo, se yergue ahora la persona y su relación afectiva. Cabría hablar entonces en favor de un “anarcopersonalismo” caritativamente (ver al respecto mi libro “Amor y sentido”).
(Conclusión) En la actualidad la experiencia físico-científica de la realidad la concibe como surrealidad cuántica. Por su parte, la experiencia posmoderna de la realidad la concibe como realidad virtual o flotante, reticular o redacional (redalidad). Finalmente la experiencia hermenéutico-democrática de la realidad la concibe como realidad encarnada o humanada, personalizada. En los tres casos, la realidad pierde su realeza, la cual se conserva empero en la experiencia predemocrática que incluye a nuestro capitalismo, con su viejo dualismo clásico entre sustancia y accidentes, la cabeza, el capital, la capital o el capitolio y sus miembros descapitalizados o decapitados. Pero he aquí que en la auténtica democracia la realidad dice interrealidad, por cuanto se trata de una realidad común y compartida, comunicacional: su dios es Hermes el mediador o remediador y no Mercurio el medidor o dimidiador. Pues en la democracia la sustancia es el sustento o sostén de la persona, y no al revés: de donde se sigue un necesario reversionismo simbólico y axiológico (la reversión de los valores).