Epílogo: Carta a Ortiz-Osés
Barcelona 29 de julio de 1988
Querido Andrés:
Desde luego soy bastante desastre: me hablas largo y tendido de La aventura filosófica y yo ya te pregunto por cuestiones relativas a la lógica del límite. Entiendo que te haya fastidiado la “degustación” de aquélla, como me dices en tu carta. Vuelvo, pues, al principio.
Quizás el punto que más me gustaría discutir es el que probablemente, como dices, sea el más problemático. ¿Es posible pensar el límite (frontera, gozne) como absoluto? Quizás la expresión que mejor conviene a esta determinación del límite (su “absolutización”) sea la que a veces empleo: línea proyectiva.
Lo que se proyecta en y desde esa línea es un doble espacio. Ambas “partes” se condicionan mutuamente. Pero en tanto la línea es su fundamento, ésta es pensable “sin condiciones”, suelta en cierto modo de lo que ella misma, y por ella misma “proyecta”. Me interesa sin embargo figurar ese límite como “línea”. Línea si se quiere, “entre dos puntos”. Pero atención, es la línea la que funda esos “dos puntos”.
Siguiendo con figuras diría que el punto es una abstracción de la línea. Nuestra
onto-teología parte de la concepción contraria: Dios como punto luminoso, como Uno: Fusión de todas las figuras en lo infinito según el razonamiento del Cusano. El problema está en que eso incondicionado y suelto se “agota” en cierto modo en la doble condición, del mismo modo como el todo así formado en absoluto es “superior a sus partes”.
En este sentido ciertamente eso absoluto es algo tan extraño y paradójico como un “relativo absoluto”. Pero esa paradoja es precisamente la que se invita a pensar. Eso significa pensar “fuera” de lo que estos términos sugieren dentro de la tradición, pero con la finalidad, desde la distancia que así se adopta, de pensarlos de verdad. Lo relacionado se funda en eso que relaciona, en tanto relaciona, y agotándose en ese relacionar.
Esto es lo que se me ocurre al respecto. De todas maneras, Andrés, todo lo que te escribo aquí es tentativo. No así lo que escribí en el libro, que pasó por la criba de x + 1 redacciones.
En tu primera carta me preguntabas si era consciente del valor y del sentido de mi libro. Te voy a ser sincero. Creo ser plenamente consciente. Por eso me emocionó tanto tu carta porque, en algún sentido, y entiende bien lo que te digo, sentía que alguien próximo, apreciado y querido, pensaba lo mismo que yo pienso. Creo que lo que me aguanta y me mantiene es una conciencia muy clara de una determinada “misión” (envío, encargo). Por eso en algún sentido no me afecta en lo profundo, aunque sí en la superficie, ciertos niveles de incomprensión o de ignorancia interesada que puedo percibir en la sociedad filosófica. En el fondo tengo algo naturaliter religioso (en sentido literal).
Por eso, y porque estamos “en el mundo”, nos vemos obligados a la acrobacia, al sube-y-baja: un poco más fugitivos quizás, como volatineros o trapecistas del ser. El problema que siento es que, a medida que me interno en la cosa misma, desaparece la red, o la alfombra. Pero ser filósofo es, creo, vivir peligrosamente.
Un abrazo,
Eugenio