Símbolos amorosos
(de Galería de símbolos)
AMOR PROFANO, AMOR SAGRADO
Lo propio del amor profano es su virulencia y pasión, el deseo de posesión ajena que suele acabar en posesión propia. Un tal amor es un amor turbulento, conducido por un ángel exterminador que concede a la vez la gracia y la desgracia. Como ya intuyera Rilke, todo ángel es terrible, y el ángel del amor hace de este algo fascinante y temible.
En su bello poema “El ángel exterminador”, la poetisa cubana María Elena Cruz Varela expone la terribilidad de este ángel amoroso y, a la vez, terrible precisamente porque la belleza resulta lacerante:
Aquí está lo terrible, Lo hermoso abrumador. Lo destructivo. El ángel que me roza. Aro de luz. Presencia del candor que nos fulmina el arquero suspenso entre dos rayos. Soy infeliz. Mortal. Me inicio en lo terrible. Iluminándome. Las otras que no soy me determinan. Puesto que todo ángel anuncia el exterminio. Cómo dejar pasar las caricias mordaces de la lumbre. Y cómo no adorar el cuerpo por el cuerpo. Al hombre en sí. Al junco vibratorio.Variaciones del acto en que me elevo. Fatalidad de acróbata. Lo bello. Lo terrible. Lo insoportable eterno exhala sus burbujas. Qué débil soplo soy. Tan implorante. Hundiéndome en el cuerpo por el cuerpo. Se vislumbran los restos de antiguos esplendores. Quizás no haya más luz. Tal vez no habrá más fuego. Quizás vuelva al país de las nieves perpetuas. A mi disfraz de huérfana en invierno. Un ángel es la fragua. Temedle a la belleza. En ella se concentran la levedad y el peso. Aquí está lo terrible. Lo hermoso destructor. Y apenas sé si puedo soportarlo.
La belleza corrosiona simbólicamente el mundo, por eso el ángel del amor a la belleza resulta insoportable.
Ahora bien, hay otro amor no pasional sino sereno, un amor no interesado sino interesante, no mórbido sino férvido, no profano sino religioso. Se trata de un amor asuntivo y no autoproyectivo, espiritual y no meramente corporal. Es el amor de caridad cantado por san Pablo en su Carta a los Corintios:
Si no tengo amor nada soy, si no tengo amor nada me aprovecha. El amor es paciente y servicial, no es envidioso ni se jacta ni se engríe, es decoroso y no busca su interés, no se irrita, no toma en cuenta el mal, no se alegra de la injusticia sino de la verdad. Todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor no acaba nunca. Desaparecerán las profecías, las lenguas, la ciencia. Por ahora subsisten la fe, la esperanza y el amor. Pero la mayor de todas ellas es el amor.
Curiosamente tanto el amor pagano como el amor cristiano tienen un ángel al frente, sea el ángel terrible en el primer caso sea el ángel apacible en el segundo caso. Mientras que el primero nos da la gracia de la belleza que luego nos quita por su decadencia, el segundo nos da la gracia de la bondad que poco a poco se convierte en cadencia o benevolencia. Pues mientras el amor pagano es una donación que se pierde en el otro/otra, el amor religioso es una donación que fructifica en el otro u otra.
Es la diferencia entre pasión y ética, deseo y religación, mundo y religión: la diferencia entre el amor erótico y el amor agapeístico. El primero tiene por archisímbolo la cama (eros), el segundo tiene por archisímbolo la comida en común (ágape). Pero ambos amores no son contradictorios sino complementarios: la humanidad necesita en su devenir ambos amores.
EL AMOR EN CUESTIÓN
Ha sido Woody Allen quien en su película “Amor y muerte” ha planteado la cuestión del amor como una cuestión ambivalente. Según el cineasta, querer es sufrir, pero no querer es también sufrir, y desde luego sufrir es sufrir. Esto parece confirmar que hagamos lo que hagamos lo pagamos, y si no lo hacemos también.
Ya desde los comienzos de nuestra lírica, Garcilaso de la Vega plantea la cuestión del amor y el desamor:
¿Quién me dijera, Elisa, vida mía, cuando en aqueste valle al fresco viento andábamos cogiendo tiernas flores, que había de ver con largo apartamiento venir el triste y solitario día que diese amargo fin a mis amores?
La cuestión está en que el fin del amor no está al final, pues yace implícito desde el principio. Lope de Vega ha sabido plasmar la ambigüedad y contradicción del amor en su clásico Soneto:
Desmayarse, atreverse, estar furioso, áspero, tierno, liberal, esquivo. No hallar fuera del bien centro y reposo, mostrarse alegre, triste, humilde, altivo. Huir el rostro al claro desengaño, beber veneno por licor suave, Olvidar el provecho, amar el daño, creer que el cielo en un infierno cabe, Dar la vida y el alma a un desengaño; esto es amor, quien lo probó lo sabe.
Este ambiguo ámbito del amor se desdobla en Quevedo entre un amor atormentado o tormentoso y un amor enamorado y constante. Hay pues dos amores, el amor-loco y el amor-sentido. He aquí el amor-loco:
Osar, temer, amar y aborrecerse, entre llamas arder sin encenderse, con soledad entre las gentes verse. Morir continuamente, no acabarse, gastar todo el caudal en sufrimiento, con cera conquistar la piedra dura. Son efectos de amor en mis tormentos, nadie le llame dios, que es gran locura, que más son de verdugo sus tormentos.
Y he aquí el amor-sentido:
Cerrar podrá mis ojos la postrera sombra que me llevare el blanco día, y podrá desatar esta alma mía. Mas no, de esotra parte, en la ribera, dejará la memoria, en donde ardía. Alma a quien todo un dios prisión ha sido, venas que humor a tanto fuego han dado, médulas que han gloriosamente ardido; su cuerpo dejarán, no su cuidado, serán ceniza, mas tendrán sentido, polvo serán, mas polvo enamorado.
Entre el amor-loco y el amor-sentido, Bécquer coloca su amor como una querencia irrepetible, como un querer tan intenso que no admite extensión posterior. Un tal amor es único y singular como su amante:
Volverán las oscuras golondrinas de tu balcón sus nidos a colgar. Pero aquellas que el vuelo refrenaban tu hermosura y mi dicha al contemplar ésas... ¡no volverán! Volverán las tupidas madreselvas de tu jardín las tapias a escalar: pero aquellas cuajadas de rocío cuyas gotas mirábamos temblar ésas... ¡no volverán! Volverán del amor en tus oidos las palabras ardientes a sonar, tu corazón de su profundo sueño tal vez despertará. Pero mudo y absorto y de rodillas, como se adora a Dios ante su altar, como yo te he querido...desengáñate, nadie así te amará.
Finalmente en Pablo Neruda comparece (pos)modernamente la cuestión del amor como un querer y no querer, como una querencia intermitente, como la vivencia que va difiriendo de sí misma a medida que el hombre y la mujer cambian. Al final la cuestión del amor queda como cuestión abierta, en duda, ya que nos queremos y no nos queremos, nos amamos y nos olvidamos, vivimos y desvivimos:
Puedo escribir los versos más tristes esta noche. Yo la quise, y a veces ella también me quiso. Ella me quiso, a veces yo también la quería. Cómo no haber amado sus grandes ojos fijos. Mi corazón la busca, y ella no está conmigo. Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos. Ya no la quiero, es cierto, pero cuánto la quise. Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero. Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido.
De un modo más categórico, la ilustrada monja vasco-mexicana Sor Juana Inés de la Cruz había definido el amor como deseo inicial que se convierte en melancolía final, en cuyo trascurso tanto se pena cuanto se goza:
Amor empieza por desasosiegos, solicitud, ardores y desvelos: hasta que con agravios o con celos apaga con sus lágrimas el fuego.
El poeta Diego Hurtado de Mendoza ha sintetizado así la “gloria” del amor:
Amor, amor, quien de tu gloria cura busque el aire y recójalo en la mano; conocerá el placer cómo es liviano y el pesar cómo es grave y cuánto dura.
En realidad, el propio poeta renacentista enmarca el amor en el contexto más amplio de la existencia como”dexistencia”:
No me ha quedado más que sombra y nombre: pues es al fin de la jornada nada.