Símbolos culturales
(de Galería de símbolos)
RITOS Y DEPORTES
En los ritos y rituales “gesticulamos” ceremonialmente nuestra vivencia del mundo a un nivel no meramente individual sino colectivo. Por su parte, los deportes suelen ser viejos ritos o rituales secularizados o profanados, desvestidos del ceremonial y simplificados lúdicamente.
Pero este trasvase del ritual al deporte es posible porque el propio ritual recoge del deporte ciertas formas y gestos, ciertos ademanes y prácticas, ciertos juegos que son formalizados ritualmente. Por eso los ritos tiene algo de deportivo, y los deportes algo de ritual.
Entre los deportes rituales más extendidos sobresale el juego del balón, el fútbol como rey del deporte, el rito del esférico en el estadio. A partir de ciertos juegos rituales mesoamericanos anteriores a la Conquista, podemos interpretar el esférico o balón como un símbolo del sol, al que los antiguos jugadores trataban de impulsar hasta introducirlo en un hueco o aro del campo, simbolizando así la conjugación del sol padre con la tierra madre en pro de la fecundidad o fertilidad.
Si el juego del balón es un rito secularizado en torno al sol, el juego de la pelota parece ser un rito secularizado en torno a la luna. Mientras que el balón simboliza al sol en campo abierto, la pelota simbolizaría a la luna en una cancha restringida, en la que se impulsa a la pelota en su rotación nocturna. Esta hipótesis se acentúa en el caso de la pelota vasca, ya que en la tradicional mitología vasca la luna –ilargi– ocupa un papel central como astro sagrado reduplicativamente matriarcal-femenino.
Ahora bien, el gran rito deportivo o deporte ritual es el toreo: la tauromaquia. En este caso conocemos su prehistoria, según la cual el toro es un animal fertilizante y fecundizante, pero al servicio de la tierra madre. De esta guisa, el torero es el sacerdote que realiza el ceremonial litúrgico para la consagración, muerte y revitalización del toro fecundador en el seno de la tierra madre.
Lo que ocurre es que en el proceso de secularización del viejo rito taurino se han perdido ciertas connotaciones sacrales del propio toro, e incluso se han trasformado ciertos símbolos, muy especialmente en lo referente al torero, el cual ha dejado de ser sacerdote para convertirse en figura cuasi heroica del rito, ahora elevado a Fiesta nacional.
DON QUIJOTE
Una de las cosas que más me extrañaron en mi inmersión cultural en Centroeuropa en la prodigiosa década de los 60, fue que los germánicos concibieran el idealismo como algo positivo, mientras que en nuestro ámbito hispano tenía y tiene cierta connotación negativa. Pero el idealista por antonomasia es Don Quijote, considerado entre nosotros más bien como un loco o chalado, mientras que extramuros ha sido considerado más bien como un loco cuerdo y, en todo caso, como un adalid de la humanidad en su lucha por un ideal.
Comprendo que en el caso germano la positividad del idealismo está marcada por la gran tradición filosófica del “idealismo alemán”, con Kant, Fichte, Schelling y Hegel a la cabeza. Mas en el ámbito hispánico esa tendencia filosófica se invierte, ya que en estos lares ha triunfado un cierto realismo exento, un realismo hirsuto y de sentido común acrítico, el casto realismo casticista, en fin, un realismo sanchopancesco con un toque fatalista (que parece combinar la tradición estoica y el injerto arábigo).
Miradas así las cosas, uno piensa que Sancho Panza representa bien nuestra idiosincrasia popular, simpática pero tradicional, afectiva pero atrasada. Parece como si cierto atraso material, cultural o civilizatorio conllevara ciertas virtudes precisamente tradicionales, perdidas con el fragor del desarrollo superior, y podríamos concitar al respecto pueblos como el irlandés y el polaco (con los que compartimos el catolicismo) o bien pueblos con los que compartimos la tradición mediterránea como el portugués, el griego e incluso el italiano. En nuestro caso español nuestra idiosincrasia empática y tradicional habría sido trasladada a los pueblos hermanos hispanoamericanos.
Así que Sancho Panza representaría nuestra retranca nacional, para bien y para mal, la cual se proyecta en una especie de humanismo castizo algo receloso del progreso y un punto fatalista. Por su parte Don Quijote simbolizaría el idealismo y la modernidad, en su conjura contra el statu quo, lo establecido correosamente y la mediocridad ambiental. Quizás tenga su razón Américo Castro cuando descubre en Cervantes cierto acerbo judaizante, lo mismo que observamos en el Quijote una inquietud mítico-mística que busca sobrepasar el realismo popular, el sentido común alienado y la sociedad estancada.
Mientras que el pobre Sancho Panza es algo tuerto o corto de miras, Don quijote es un “desfacedor de entuertos” y largo de miras, con el ojo puesto en la punta de su lanza (más simbólica que real, más defensiva que ofensiva). Si Sancho Panza representa la retranca y la panza, el atraso y la pobreza, Don Quijote simboliza el progreso y el ingenio, la riqueza mental y los libros que abren nuestra cerrazón tradicional. Como ha dicho Rubén Darío, Don Quijote lucha no sólo contra la mentira (degradadora), sino también contra la verdad (dogmática).
Don Quijote es el héroe romántico que, en nombre de Dulcinea, lucha contra el machismo patrio y la chabacanería, el héroe cultural que con su lanza abre nuestras fronteras más allá de nuestra decadente Escolástica, nuestra Inquisición con sus gigantes y nuestro encierro o encerrona sanchopancesca. Don Quijote es un héroe erasmista y europeísta, aunque al final se cansa y decepciona, pero para entonces ya ha inficcionado a Sancho Panza con su inquietud: que es al parecer la intención secreta del propio Cervantes.