Símbolos de transfiguración
(de Galería de símbolos)
SIMBOLISMO: ERÓTICA CULTURAL
A través del simbolismo tratamos de abrirnos paso hacia un cierto sentido humano, el cual no resulta posible sino asumiendo el sinsentido a lo Thomas Mann: pues no hay sustancia sin accidentes, ni bien sin mal, ni vida sin muerte, ni gozo sin sufrimiento. Cioran ha podido decir que sólo de la imperfección puede aprenderse algo todavía: porque la auténtica perfección es la complección, y esta sólo se completa con lo imperfecto. Así que ahora la presunta, presuntuosa o presumida victoria del héroe (moderno) está en celebrar la derrota, ya que el triunfo no radica en el fracaso, sino en su coimplicación.
Coimplicación significa remediación, y encuentra en la simbólica su lenguaje
específico. El simbolismo es la asunción de lo sobreseído por nuestra razón victoriosa, y lo sobreseído es el sentido y el consentimiento humanos, los afectos y afecciones del alma en pena, los trasuntos del ser que son los asuntos repudiados, los márgenes de lo real convivido, los residuos de una experiencia aún sin reciclar, las consideraciones intempestivas, los pensamientos sin cobijo oficial u oficioso. Por ello el simbolismo eleva la realidad a categoría a través de su trasfiguración. En su obra Adiós a la filosofía el concitado Cioran afirma:
Sólo por cobardía experimentamos sentimientos: quiero, sin embargo, ser cobarde, imponerme un alma. Existir es una protesta contra la verdad, y sólo nos salvan las opacidades de nuestras clarividencias. Pues no se puede eludir la experiencia sino soportarla: el universo no se discute, se expresa. Todas las vías, todos los procedimientos de conocer son válidos: razonamientos, intuición, repugnancia, entusiasmo, gemido.
La filosofía tradicional suele eludir la existencia con explicaciones de verdad, de modo que una auténtico filosofar debería aludir la existencia con implicaciones de sentido, las cuales tienen que ver/oír con lo sentido, porque son los sentimientos los que expresan el/lo sentido: los sentimientos que son lo más hondo por cuanto patrimonio del alma. En El libro de las quimeras, el autor rumano proyecta el amor contra la verdad como la definición de la existencia humana, ya que somos gracias al amor:
El amor es una fuente de existencia. Somos gracias al amor. Buscamos nuestro amor para librarnos de hundirnos en la nada por obra y gracia de la lucidez de nuestro conocimiento. Deseamos el amor para no ser contrahechos y adulterados por la verdad y el conocimiento. Pues existimos sólo a través de nuestras ilusiones, desesperanzas y yerros, ya que sólo ellos expresan lo individual frente a lo genérico del conocimiento y la abstracción de la verdad.
Es la respuesta de un joven Cioran posnietzscheano que recurre a la mística amorosa en ese bello libro sobre las quimeras, publicado en Rumanía antes de su llegada a París. En esa obra el vacío existencial no es superado pero sí trasfigurado por la música, en una especie de vacío cuántico que vibra extáticamente, lo cual reconduce el nihilismo a un nihilismo místico. Podríamos hablar entonces de erótica cultural, ya que dicha trasfiguración simboliza el eros del logos o el logos del eros: logoerótica basada en la abundancia del corazón.
LA RESURRECCIÓN
En el cristianismo la resurrección es una especie de insurrección de la carne, ya que se preconiza el renacimiento final de la propia materia y corporalidad en el trasmundo. Se trata de una especie de materialismo espiritual, según el cual el hombre no sólo no perece del todo, como pedía Horacio, sino que se yergue al final íntegro e integrado. Una tal fe o creencia es sobre todo una esperanza de sobrevivencia y un amor de más vivencia, el deseo de no podrirse para siempre en este mundo. Pero sobre todo es un desafío al cálculo materialista en nombre de una visión de la materia transida de espíritu, la cual se corresponde con un espíritu encarnado en la materia:
Algo en mí que no es mío se levanta. Hay algo que no empieza ni acaba, pero tiembla. (J.L.Hidalgo)
En otras religiones como la budista, la visión negativa de esta vida y de este mundo se proyecta en el más allá, en el cual no se recupera nuestra miserable vida mundana sino que se deniega en nombre de su extinción (nirvana). Cansado de la vida en este mundo, el budista no desea continuar sus fatigas con otra vida o en otro mundo sino descansar plenamente. De aquí que el paraíso budista se represente como la gota de agua que alcanza el mar, en el cual pierde su finitud recuperando su infinitud, accediendo así a la nada mística o al vacío simbólico, lo cual no tiene que ver con el nihilismo ya que se trata de una nada preñada de sentido. Un sentido de aquiescencia, reposo y paz eterna.
Tanto la resurrección cristiana como la dejación o relajación radical budista plantean la cuestión de la inmortalidad o continuación de la vida, sea vívidamente como en el cristianismo sea mortecinamente como en el budismo. El alma simboliza universalmente ese principio de inmortalidad, ya que se considera espiritual. La inmortalidad del alma espiritual estaría simbolizada por su captación matemática de los números transmateriales, así como por su captación de la música como un orden trascendental.
Sin embargo, el archisímbolo de la inmortalidad del alma estaría representado por el amor, puesto que en el amor se trasciende el tiempo y se eterniza la vivencia, la cual queda reflotando por encima de los avatares sensibles anímicamente. En el amor accedemos a una experiencia honda que, sobrepasando los límites del mundo, accede a cierta infinitud beatífica. En la (con)vivencia del amor logramos traspasar la gramática superficial del mundo para arribar a la engramática profunda del universo, en una visión que el fino poeta José Luis Hidalgo ha expresado así en su poema Este amor:
Yo soy más que la tierra sobre la que transcurro, es ella quien trascurre y pasa sin saberlo; hay un divino fondo sin nubes ni fronteras, una profunda entraña, un imposible fuego. Sólo el amor en pie cada mañana espero, Porque los días pasan y sin amor destruyen.
En el enigma de la vida y de la muerte, que es el enigma del hombre en el mundo, sólo cabe una actitud filosófica consecuente: la apertura radical a la otredad. En el lenguaje popular esto mismo se expresa diciendo que “hay algo”, algo más que lo visto, algo más que esto, algo más. Que hay algo quiere decir que hay algo que nos trasciende, que hay algo más que algo meramente. Ahora bien, algo más que algo meramente dice simbólicamente “alguien”. Y, en efecto, Dios personifica ese plus de sentido, ya que simboliza la trasfiguración del mundo y la resurrección de la carne, la trascendencia del sentido inmanente y la logosfera de nuestro logos humano.