Símbolos fílmicos

(de Galería de símbolos)

András Ortiz-Osés

ORFANDAD

Orfandad es el tema único del film “Marcelino, pan y vino”, de Ladislao Vajda, con música de Sorozábal y fotografía de Guerner, sobre un libreto de Sánchez Silva. La acción de la película se desarrolla en un pueblecito tras la Guerra de la Independencia contra Napoleón, aunque en realidad refleja toda la orfandad provocada por nuestra Guerra Civil.

Un niño es abandonado en la puerta de un convento de franciscanos, siendo adoptado por estos buenos frailes hasta que cumple cinco años. Entonces comienzan sus pequeñas trastadas, interpretadas por Pablito Calvo, pero se trata de un niño encantador, aunque huérfano de madre y de padre ( fallecidos).

Hasta aquí la historia es algo típica, incluso recuerda al Chico de Chaplin. Pero poco a poco una honda tristeza, que por su negrura podríamos llamar tristura, se va apoderando de esta cinta. El niño, solitario, se inventa un amigo imaginario (Manuel), al tiempo que anhela profundamente a sus padres, en especial a su madre.

En el hermoso Cristo crucificado del desván del convento encuentra Marcelino la figura o figuración de su padre, con el cual habla, ya que el Cristo se compadece del niño que viene a visitarlo trayéndole pan, vino y otros alimentos, al tiempo que lo libra de la corona de espinas. Finalmente el Cristo le concede al niño realizar su anhelo más hondo, que es poder estar con su madre, lo que consigue a través de un sueño beatífico que lo conduce de esta vida a la vida eterna.

El film tiene un doble interés individual y colectivo. Individualmente, asistimos a aun drama sentimental desgarrador, con un niño huérfano, triste y solitario, desarropado y desarrapado. Colectivamente, la orfandad del niño parece determinada por un patriarca inclemente (el rudo alcalde de la película) y por la madre ausente (la propia España moribunda).

Este film está marcado, como nuestra posguerra, por la pobreza, el supernaturalismo católico y la orfandad nacional. Thánatos (la muerte) reflota en ese aire denso y contristado, a modo de símbolo radical de otra vida: de la otra vida feliz. La película logra realizar, con materiales pobres y escuetos, una obra bella que nos recuerda a Albarracín, el bonito pueblo turolense edificado lindamente a base de ladrillos de barro (adobes).

ORIENTE Y OCCIDENTE

En la extraordinaria película Gran Torino, el protagonista es el viejo Clint Eastwood, el cual encarna a un americano de origen polaco que ha luchado en Corea y, tras jubilarse como trabajador, ha quedado viudo y solitario en un barrio habitado mayoritariamente por inmigrantes orientales. Sin relación afectiva con sus hijos y nietos, todos bien adaptados al modo de vida pragmático anglosajón, sólo se comunica con algunos amigotes en el bar y con un inexperto cura católico de origen irlandés.

Pero poco a poco va cediendo la distancia entre el occidentalismo patriarcal del protagonista y el orientalismo matriarcal de la familia vecina, huérfana de la figura del padre fallecido años atrás. La mediación entre el arisco americano y los sufridos orientales se debe a la iniciativa de la hermana mayor de estos, la cual introduce al occidental en su propio ambiente familiar exótico.

Precisamente en este nuevo ambiente oriental reconocerá el americano una forma de vida complementaria de la suya propia y, aunque la matriarca de la casa le cae mal, allí conoce al adolescente Thao, al que Eastwood llama cariñosamente “atontao”, representando la figura del padre que enseña hombría al femenino adolescente y da seguridad a la insegura familia inmigrante, hasta el punto de acabar inmolándose por ella.

El gran director, autor y actor americano realiza aquí el papel más humano y sensible tras la máscara típica de duro y machote. El héroe resulta a la postre un héroe antiheroico que, lejos de proyectar su activismo belicoso propio del Oeste americano, aprende a manejar un pacifismo o  pasivismo activo más propio de ciertas filosofías del Este, incluida la filosofía cristiana orientalizante (puede verse la muerte del protagonista como la muerte por amor propia de un crucificado). Si en tantas películas nuestro Clint Eastwood  debería haberse llamado Clint Westwood, en este filme recupera todo el sentido oriental de su propio apellido que en inglés mienta “madera del este”.

Especial interés reviste la relación entre Clint y el adolescente Thao, cuya pasividad recrimina pero asume, cuya feminidad ataca pero le afecta, cuyo desvalimiento finalmente le hace recobrar el valor interior que, más acá del valor exterior, se expresa en el amor de compasión típicamente religioso. Mas es propio del expresionismo de Eastwood que funcione de fuera adentro y no al revés, por lo que podríamos hablar mejor de impresionismo.

(Todo este impresionante film está señalizado simbólicamente por el fiel perro del protagonista, el cual marca los tiempos y el espacio de la acción cinematográfica puntualmente).

Escudo Universidad de deusto