Símbolos filosóficos
(de Galería de símbolos)
HERMES: EL DIOS DEL SENTIDO
Hermes es probablemente el dios más interesante del Panteón griego. Considerado el heredero de Thot, el dios egipcio de la escritura, Hermes introduce en el Olimpo heleno el lenguaje de la mediación y la comunicación entre los diferentes y las diferencias a través de su figura ambivalente. Hijo de la ninfa Maya y de Zeus, esta divinidad ambigua procede del trasfondo cultural pre-griego, de modo que representa bien la síntesis entre lo pre-heleno y lo heleno, lo telúrico y lo olímpico, lo agrícola y lo pastoril, el naturalismo y el culturalismo, lo extraño o mágico y lo doméstico o popular.
En la fina escultura de Praxíteles (siglo IV antes de Cristo), sita en el Museo de Olimpia, Hermes comparece en connivencia con el niño Dioniso, el dios menos olímpico del Panteón griego, el Baco latino, con el que juega ofreciéndole un racimo de uvas en su mano derecha (mutilada). El clásico equilibrio de su cuerpo lozano se desequilibra levemente hacia la izquierda dionisiana, como para significar la asunción de la siniestra y lo siniestro, lo oscuro y lo bárbaro simbolizados por Dioniso. Por eso la belleza contenida de Hermes dista de la belleza esplendente del Apolo Citaredo esculpido por el propio Praxíteles, ya que la belleza hermesiana está como contaminada por cierto ensombrecimiento procedente del inframundo.
Hermes es el dios del lenguaje y la mediación, un dios alado y transitivo, mensajero de los dioses y mediador entre estos y los humanos. Se trata del Hermes transitivo, transeúnte y transicional, el cual se acabará reconvirtiendo entre los romanos en un dios transaccional bajo el nombre de Mercurio, el dios del comercio y del intercambio mercantil.
Mientras que Hermes es el dios del tiempo sucesivo o dinámico, Mercurio es el dios del tiempo estratificado en el espacio estático de la transacción mercantil o intercambio en el mercado, lonja o comercio, por lo que es un experto en los trucos con los trueques (de donde su fama de prestidigitador, pillo o ladronzuelo). Hermes-Mercurio representan así las dos funciones del lenguaje en cuanto transicicional y transaccional, diacrónico y sincrónico, dinámico o temporal y estático o espacial, tal y como se representa respectivamente por la función verbal y la función sustantivizadora del lenguaje.
Este Hermes que juega con Dioniso es el dios de la relación y la conjugación universal de lo diferencial. Por eso se sitúa simbólicamente entre el ser apolíneo y el devenir dionisiano, a modo de dios relacional de los contrarios. De aquí que sea considerado a la vez el patrono de la hermenéutica racional o luminosa, académica, y de la hermética oscura u ocultista, no académica. Su archisímbolo es el Caduceo, el cual conjuga simultáneamente la serpiente telúrica con las alas ascensionales, el elemento terráceo con el elemento aéreo.
No extrañará que Hermes sea el numen de la apertura y de las puertas, en su doble función de mostrar y ocultar, abrir y cerrar, vivir y morir. Mas la importancia decisiva de Hermes radica en ser el significante del sentido de la existencia. Este sentido comparece precisamente como una mediación o implicación entre la vida, simbolizada por el falo hermesiano, y la muerte simbolizada por los túmulos como cúmulos de piedras erigidos en su honor. En efecto, este dios humanizado habla a través de piedras o mojones simbólicos, el principal de los cuales representa la vida y el amor procreador (el falo), mientras que su correspondiente representa la tumba y la muerte (el hades o inframundo). En donde la vida es significada por una flecha transicional o temporal, cuyo término espacial es la muerte como intercambio con el otro mundo.
Como numen de la vida procreadora y de la muerte en el seno de la tierra, Hermes es el protector de nuestras almas, el “psicopompo” o ángel pagano que las conduce transversalmente por la vida y por la muerte hasta su destino final en la ultratumba (el inframundo).
SABIDURÍA
La sabiduría remite a una larga y amplia tradición sapiencial que trata de vivir el sentido de la vida desde dentro y no desde fuera, auscultando el curso de la experiencia y el decurso de la existencia asuntivamente, a través de la cautela y la intuición de las claves y valores fundamentales. En esta tradición sapiencial la sabiduría se concibe como el entroncamiento de la vivencia individual y colectiva, así como el decantamiento de dicha con-vivencia en la interioridad anímica.
Significativamente hay una sabiduría universal que se repite aunque con variaciones. Podríamos hablar de sabiduría unidiversal, ya que sus temas y soluciones son los mismos en su diversidad, como si se tratara de arquetipos generales que se encarnan o tipifican diferenciadamente. Así por ejemplo, el gran tema de la coimplicación de la vida y de la muerte, de lo positivo y de lo negativo, del día y de la noche, del sentido y del sinsentido, del héroe y del dragón. Pascal lo ha expresado por todos los demás así:
Gusta ver en las disputas el combate de las opiniones, pero en manera alguna contemplar la verdad encontrada. Para contemplarla con gusto es preciso verla nacer de la disputa. Igualmente en las pasiones se experimenta placer en ver entrechocarse a dos contrarios, pero cuando una es dueña ya no es sino brutal. No nos agrada sino el combate, pero no la victoria.
Esto significa que el hombre sabio no busca las cosas sino su relación, no quiere la verdad pura sino la impura, no quiere vencer sino convencer, no tiene nada que hacer con la razón sino con su encarnación pues, como dice Séneca, necesaria es la experiencia para saber cualquier cosa, y la experiencia nos dice que cuando uno gana pierde otro.
Por eso en su sabiduría experiencial nuestro filósofo sabe que la virtud pierde sus fuerzas si le falta oposición, y que un peligro nunca se vence sin otro. En su filosofía lúcida no hay hombre más desdichado que el que nunca probó la adversidad, porque no tiene una experiencia real sino irreal. Por lo demás, aquí dejamos un elenco de este pensamiento sapiencial:
El que a lo más alto llega, cerca está de caer. Mucho falta al que mucho tiene. Lo que más se ama más veces corre peligro. Más seguro está en la virtud el que ya pasó por los vicios. Uno y otro es cobardía, tanto el querer como el no querer morir. Lo que hay después de la muerte es vida y no muerte.
Quizás la sabiduría consista no en abdicar de la razón sino en darle la vuelta, buscando quijotescamente la razón de la sinrazón y la sinrazón de la razón, en nombre de una razón transracional que bien podríamos denominar razón surracional del mundo (la razón oscura).