Símbolos geográficos

(de Galería de símbolos)

András Ortiz-Osés

CANARIAS: MITOLOGÍA DEL SUR

Canarias evoca la mitología del sur: mar y sol, calor y color, desnudamiento adánico/edénico en medio de un paisaje matricial. Los nórdicos bajan de sus tierras frígidas a estas tierras cálidas que simbolizan el hogar y el fogón con su llar, el ombligo o útero, la regresión onfálica frente a la lucha fálico-agresiva, el aplatanamiento o aplanamiento horizontal frente al heroísmo vertical.

Si Oriente representa el origen originado, Occidente representa lo originado originante. Por su parte el Norte es el ámbito de la perfección glacial, mientras que el Sur es el ámbito de la imperfección vital y, a veces, mortal: tal es el caso de tantas pateras africanas naufragadas en su travesía a las Islas Afortunadas.

El calor canario típicamente sureño es la imago psicológica de la libido: el sol ardiente sobre la tierra ardida volcánicamente. Mientras que la mitología del norte es la mitología del pecado a frigore (por frío o frialdad anímica), la mitología del sur apunta al pecado lascivo o sensual, muelle o estival.

El vasco Miguel de Unamuno logró redescubrir en su destierro de Fuerteventura el mismo mar de su infancia, ahora recalentado en el sur y contrapuesto al páramo desértico de su amada Castilla. En la imagen clásica de Fuerteventura puede advertirse la piedra calcinada por el fuego, los breves arbustos verdes y ocres, así como las leves palmeras al borde de un desierto que culmina en una pirámide natural.

Y al fondo, naturalmente, el mar-madre y el cielo azul paterno. Situado entre el cielo paterno y el mar materno, Unamuno desea el abrazo simbólico entre ambos: pues si el cielo raso le recuerda Castilla, la mar que ríe y llora, canta y gime, le recuerda el regazo materno de Vasconia.

Ante la visión relajada de Canarias uno recuerda aquel poema de Yevtushenko, en el que define la prisa como la maldición del siglo, puesto que denigra el alma del hombre. Frente a la prisa, el poeta afirma la grandeza del que se detiene e, indeciso, decide oír su alma lejos del ruido mundano. Por ejemplo, junto al oleaje calmo del sur canario, junto al llar de algún fogón alejado del follón.

LA CAPITAL DEL MUNDO

Iba a Nueva York, la capital del mundo, pero en su aduana anglosajona me rebajaron a latino o hispano oscuro. Una vez metido en la “gran manzana” caí en el pecado de probarla, siendo expulsado del paraíso y entrometido en un pandemonium de bulla, razas, lenguas y leguas. Porque en Nueva York hay multiculturalismo aunque no interculturalidad, ya que sigue predominando el anglosajón, protestante y blanco o blanqueado, como es el caso reciente de Obama (Hosanna). América ha visto un panorama tan negro que se lo ha encajado a un presidente negro, aunque blanqueado. Como adujo nuestro García Lorca:

		La aurora de Nueva York gime
		por las inmensas escaleras
		buscando entre las aristas
		nardos de angustia dibujada.

Un ruido inmenso, sostenido y luengo, el eco del eco del tráfico y del tráfago, imposible de evitar día y noche. Una aglomeración de gentes que van y vienen sin descanso, pululando por doquier. Una contaminación altoambiental y un barullo anímico difuso. Imposible huir, levitar, marchar. El estruendo penetra en el gran parque y en las pequeñas tiendas, en los barrios opulentos y en los barrios desvencijados, aunque en estos sin amortiguación:

		La angustia de Nueva York tiene
		cuatro columnas de cieno
		y un huracán de negras palomas
		que chapotean las aguas podridas.

Nueva York es la capital del mundo exponiendo los luengos atributos de un mundo inmundo. Pero cabe irse de librerías, visitar con algún sociólogo la New School, visitar Brooklyn, pasear por Manhattan pero no por Harlem ni el Bronx, contemplar la Sinagoga del escultor Orensanz, asistir a las Naciones Reunidas aunque no unidas y subir a las Torres Gemelas antaño. La huida a las Torres Gemelas era una falsa huida, ya que simbolizaban el aspaviento americano de Nueva York, auténticos gigantes con sus aspas al viento imperialmente. Florida queda lejos, sólo cabe llegarse hasta Princeton y husmear por su campus elitista. Pero hay que volver a la gran manzana.

Nueva York me parece El Cairo occidental, ciudades excesivas en las que al llegar uno quisiera volverse al observar la confusión. Nueva York, El Cairo o México, ciudades desmesuradas o confusas frente a las bellas ciudadelas del alma Ahora bien, nadie niega el interés sociológico de Nueva York. Incluso algunos raros, como nuestro Severo Ochoa, se marchaban a Nueva York para relajarse. Quizás le dieron el premio Nobel por encontrar relajo en ciudad tan estresante.

		Los primeros que salen comprenden con sus huesos
		que no habrá paraíso ni amores deshojados;
		saben que van al cieno de números y leyes,
		a los juegos sin arte, a sudores sin fruto.
		La luz es sepultada por cadenas y ruidos
		en impúdico reto de ciencia sin raíces.
		Por los barrios hay gentes que vacilan insomnes
		como recién salidas de un naufragio de sangre.
			(F. García Lorca, Poeta en Nueva York)

Y, sin embargo, todo tiene sus ventajas. A la vuelta de Nueva York, España parecía un pueblo: apacible.

Escudo Universidad de deusto