La mitología vasca
Andrés Ortiz-Osés
La mitología vasca representa la concepción vasca del mundo, así pues la cosmovisión tradicional vasca. La cual se caracteriza por ser una cosmovisión terrestre o telúrica con una diosa Madre, frente a las clásicas visiones del mundo de carácter celeste con un Dios Padre. Ello conlleva la sacralización del trasfondo mágico del universo, simbolizado por Adur, la energía mágica que religa el cosmos matrialmente. Desde ese trasfondo sagrado emerge la extroversión simbolizada por Indar, la energía expansiva y extroversora de carácter celeste (patrial).[1]
La consecuencia es la sacralidad del trasfondo matrial-femenino, auténtica potencia interior que subyace y posibilita la emergencia de lo patrial-masculino de carácter profano, civil y exterior.
El asunto está en que, si el trasfondo terráceo del universo tiene un carácter sagrado que se asocia con lo afectivo matrial-femenino y, en definitiva, con la mujer, entonces el ámbito profano del mundo efectivo y de la realidad pública se asocia con el hombre varón. Desde nuestra perspectiva moderna que prefiere lo profano a lo sagrado, esto significa obviamente que el hombre pertenece al dominio de lo efectivo. Ahora bien, desde la perspectiva antigua que prefiere lo sagrado a lo profano, el submundo religioso asociado a la mujer tiene más sentido que el supramundo o mundo-superficial asociado a los trabajos masculinos. Esta consideración resulta crucial para aclarar la controvertida cuestión del trasfondo matrial vasco.[2]
Y la conclusión a la que llegamos es que tanto los defensores de semejante trasfondo matrial como sus detractores tienen razón. Los defensores porque se colocan en la perspectiva antigua, valorando religiosamente el carácter sagrado del elemento matrial-femenino; los detractores porque se colocan en la perspectiva moderna, desvalorizando dicho carácter sagrado asociado a la mujer y revalorizando el mundo profano asociado con el varón.
A partir de aquí cabe caracterizar a la mitología vasca por su naturalismo mágico, así como por su comunitarismo en torno a la diosa Mari, personificación de la Tierra madre. Ello proyecta una especie de ideario ecologista, femenista y comunitarista que se diferencia netamente del ideario globalizador, patrial e individualista.
Sintetizando, podríamos definir la concepción mitológica vasca por su animismo. El animismo propio de la mitología vasca recorre los siguientes estadios delineados por nosotros anteriormente:
- En primer lugar, la Tierra comparece como el Cuerpo materno del universo mundo.
- En segundo lugar, el Alma Madre de la Tierra está representada lunarmente por la diosa Mari.
- En tercer lugar, las Casa o Etxe aparece como el Cuerpo materno del universo familiar.
- Y en cuarto lugar, la Etxekoandre o Ama de la casa es el Alma madre de la Casa.
Podríamos finalmente simbolizar esta concepción del mundo por el ídolo Mikeldi, el cual representa un animal (verraco o toro) que porta en sus flancos un disco de dos caras (probablemente el sol y la luna). O el universo animado como un animal viviente, que inspira y espira real-simbólicamente. Curiosamente la propuesta de la mitología vasca es una propuesta que vuelve hoy bajo el nombre de filosofía del alma, una filosofía que trata de remediar el dualismo del cuerpo (material) y del espíritu (inmaterial) propugnando la compresencia del Alma y lo anímico como especificidad humana frente al materialismo animalesco y al espiritualismo angélico[3]
Quisiera finalizar tratando el controvertido tema vasco del nacionalismo y del internacionalismo, personificado en nuestros dos egregios escultores complementarios, E. Chillida y J. Oteiza. El vasco Eduardo Chillida proyecta su internacionalismo incluso en su escultura, al reconvertir el espacio en tiempo, es decir, lo arquetípico en típico y lo esencial en existencial. Por eso toma el simbólico hierro tradicional convirtiéndolo en Peine de los vientos, de modo que la materia elemental se hace relación, lo inmóvil móvil y lo estático dinámico, por cuanto sometido al tiempo y al temporal, a la tempestad, la tormenta y el tormento del oleaje marítimo. El espacio revierte aquí en tiempo condensado, a modo de coagulación dinámica y tensional.
Si en E. Chillida el espacio se coagula en tiempo, en su maestro Jorge Oteiza el tiempo típico del devenir se disuelve/resuelve en espacio arquetípico, inmóvil o estático (pero finalmente extático o abierto). En el santuario de Aránzazu, Oteiza es capaz de trasformar los tipos humanos en arquetipos simbólicos, sean los Apóstoles, sea la Virgen madre con su Hijo (la Pietá vasca). Se trata de un movimiento complementario al de Chillida, consistente en revertir el devenir a su origen o matriz, de modo que ahora el tiempo se subleva hasta convertirse en espacio revolucionado.
En efecto, el espacio oteiziano es un espacio vaciado, un espacio extático en el que puede recircular el tiempo, un espacio abierto a lo universal, tal y como comparece en la adjunción de nuevos apóstoles en el friso de Aránzazu, o también en la Pietá vasca abierta en canal, rajada y generalizada como Virgen Madre de todos. Ya en sus Cajas metafísicas, el escultor supera lo físico finito hacia lo transfinito, mientras en la Esfera ovoide de Bilbao señala un ámbito abierto de encuentro y mestizaje, de recirculación de diversos y de comunicación o coimplicación de contrastes y contrarios.[4]
Si la visión internacionalista de Chillida trasforma el espacio vivido en tiempo vívido, la visión nacionalista de Oteiza traspone el tiempo vivido en espacio convivido por cuanto abierto: complementaridad del internacionalismo (comprometido) de Chillida y del nacionalismo (abierto) de Oteiza. Nos las habemos pues con la dialéctica entre espacio y tiempo, que en la mitología vasca están representados respectivamente por la madre Tierra –el espacio telúrico- y por la diosa Mari –el alma o tiempo interior de la Tierra-.
Mientras la diosa Mari atempera el espacio terráceo, Ama Lur (la madre Tierra) cobija espacialmente la temporalidad de Mari, sus idas y venidas, sus metamorfosis. He aquí que con su actividad temporal y su dinamismo, Mari universaliza la Tierra vasca más allá de sí misma hasta convertirse en la común Tierra humana: pero esta universalidad sólo es posible si la propia Tierra se hace una oquedad o concavidad receptora cada vez mayor, abriéndose al infinito incluso más allá de sí misma.
Pues bien, conviene advertir finalmente que el maestro nacionalista y el discípulo internacionalista se reconciliaron y abrazaron públicamente. Todo un símbolo para la encrucijada del tiempo presente y para el espacio del futuro abierto. Pues como ha dicho mi discípulo el cineasta Álex de la Iglesia, se trataría de que los hijos de Mari –Atarrabi y Mikelats- logren un auténtico armisticio. Pero un auténtico armisticio ha de considerar las razones del otro, incluso del adversario, buscando finalmente la complicidad con el mismísimo enemigo, como adujera el propio Otegi en su declaración de tregua. En efecto, la clave de la hermenéutica contemporánea está en pensar que el adversario puede tener razón.[5]
[1] Así que se da una cierta androginia en la diosa Mari, personificación de la madre Tierra, ya que se distiende lunarmente entre lo matrial-femenino (adur) y lo patrial-masculino (indar): aquél representa lo telúrico o terráceo, éste lo celeste (el Firmamento/Ortzi). El sol y lo solar comparecen en la mitología vasca en el límite entre lo matrial-telúrico y lo patriar-celeste, ya que aquí el sol es femenino pero fundamento de la extroversión, la claridad diurna y lo patrial-masculino. Al fin y al cabo también la madre Tierra es femenina y basamento de lo masculino en la mitología vasca.
[2] Oficialmente funciona hoy día el mito del patriarcado universal, el cual rechaza a su vez como mero mito al matriarcado particular; puede consultarse al respecto Joan Marler, The myth of universal patriarchy, en: Feminist Theology, 14 (2), 2006.- De todas formas, nosotros preferimos hablar de matriarcado simbólico, matriarcalismo o matrialismo, y más exactamente del trasfondo mitológico matrial vasco.
[3] Por una parte, el animismo ha sido reivindicado por la cultura contemporánea, así por ejemplo por el gran filósofo Schelling o por el psicólogo americano J. Hillman; al respecto ver A. Ortiz-Osés, “Manifiesto del sentido”, en: G. Vattimo y otros, La interpretación del mundo, Anthropos, Barcelona 2006.
[4] Sobre Oteiza ( y Chillida), véase A.Ortiz-Osés, Amor y sentido, o.c., cap. VI; idem, en:Varios, Jorge Oteiza creador integral,Universidad Pública de Navarra/Jorge Oteiza Fundación-Museo, Pamplona 1999. Finalmente, Joseba Zulaika, Epílogo a: Olatz González Abrisketa, Pelota vasca: un ritual, una estética, Muelle de Uribitarte, Bilbao 2005.
[5] Yo diría que Chillida coagula pasado y futuro en el tiempo presente, mientras que Oteiza abre el pasado mitológico al futuro simbólico; véase al respecto A. Ortiz-Osés, Las claves simbólicas de nuestra cultura, Anthropos, Barcelona 1993. De Álex de la Iglesia puede verse El País, 18.XI.2006.