El miércoles, 9 de marzo, el alumnado de la asignatura de Ética Cívica y Profesional del campus de Bilbao ha vuelto a tener un encuentro con víctimas de la violencia de motivación política en Euskadi.
Esta iniciativa, que se celebra desde hace seis años, se enmarca en la opción de la Universidad por contribuir a la construcción de una cultura de paz que pasa por un trabajo de conocimiento crítico de lo acontecido y la deslegitimación de la violencia. Nada mejor que escuchar de primera mano a quienes han tenido que sufrir esa violencia para mostrar con nitidez su injusticia e ilegitimidad.
En dos sesiones, una celebrada a las 12:00 con la asistencia de 450 personas, y otra a las 15:30 con 324 asistentes, pudimos escuchar los testimonios de Inés Núñez de la Parte y de Nerea Barrios, respectivamente, y dialogar con ellas.
Al padre de Inés, Francisco Javier Núñez Fernández, profesor de matemáticas, lo mataron las torturas infligidas por dos policías de extrema derecha pertenecientes a la entonces llamada Policía Armada, en mayo de 1977. A pesar de que los hechos nunca fueron juzgados, pues el crimen prescribió por la ley de amnistía de 1977 y nunca se pudo calificar como crimen de lesa humanidad, Inés ha logrado el reconocimiento como víctima por la ley vasca de víctimas en 2012, y en febrero de 2021 recibió una carta de disculpa por lo acontecido firmada por el gobierno español. La misma semana que apalearon a su padre y luego lo torturaron para matarle, murieron en Bilbao 8 personas a manos de fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado.
Al padre de Nerea Barrios, José Luis Barrios, hostelero de Santurtzi y de ideología socialista, lo asesinaron dos personas del comando Vizcaya en septiembre de 1988 en su bar-restaurante, mientras trabajaba, disparándole un tiro en la nuca. Nunca se ha juzgado a los asesinos. Aunque se sabe que fue Gadafi una de las personas que cometieron el crimen, no se pudieron reunir pruebas que lo acusasen, más allá del reconocimiento del padre de José Luís, que trabajaba tras la barra con su hijo.
Ambas mujeres, ambas víctimas, relataron su camino personal para aprender a vivir con el desagarro que tales hechos introdujeron en sus respectivas vidas. Ambas expresan una verdad irrebatible desde su sufrimiento, pero también transmiten esperanza y ofrecen sus testimonios con intención de explicar las consecuencias vitales que han tenido para ellas y sus entornos inmediatos lo que se han visto obligadas a vivir. Ambas pusieron de relieve el dolor del silencio en sus entornos, la revictimación que supuso tener que defender la memoria de sus padres, teñida por la sospecha del “algo habrán hecho”. Ambas han sabido transmitir la sinrazón, la profunda injusticia que hay detrás de los actos que las convirtieron, muy a su pesar, en víctimas. Porque precisamente ese es uno de los rasgos esenciales de la víctima: su total y completa inocencia con respecto al daño que se le ha infligido. Ambas mostraron en toda su crudeza qué supone violar derechos humanos.
Probablemente, una de las más relevantes y significativas clases de ética cívica que han recibido nuestras y nuestros estudiantes en todo su recorrido universitario. No solo por su impacto emocional, que lo tiene, sino también -y quizá, sobre todo- por las reflexiones provocadas por ambas intervenciones. Como decía Nerea, “hacer memoria es la capacidad de ver rosas en invierno”, es decir, recordar para comprender de qué está hecho nuestro presente y buscar cómo queremos que sea nuestro futuro.
No podemos dejar de expresar un profundo agradecimiento y reconocimiento a ambas, Inés y Nerea, por su valentía al regalarnos sus testimonios y por la oportunidad de aprender de sus respectivas experiencias, tan diferentes, tan idénticas.