El alto representante de la UE para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, Josep Borrell, lanzaba hace unos días una propuesta a la ciudadanía: bajar el termostato de las calefacciones para reducir así el consumo de gas y disminuir la dependencia del gas ruso. Lo hacía invocando a nuestra responsabilidad ciudadana en el contexto de la invasión rusa de Ucrania.
Más allá de la eficacia de esta medida, tanto el fondo como la forma de la propuesta ofrecen sugerentes ángulos de análisis. ¿Dónde empieza y dónde termina la responsabilidad del ciudadano y, correlativamente, la del responsable político en relación con los comportamientos que cabe esperar de nosotros como personas consumidoras? Vayamos por partes.
Respuesta política a una coyuntura bélica
Si atendemos al contenido concreto de la propuesta de Borrell, no hay muchas novedades: la recomendación de reducir el consumo de combustibles fósiles se realiza actualmente desde muy diversos frentes, existiendo un amplio consenso sobre su necesidad y urgencia. Sin embargo, el alto representante no lo hace en este caso por razones de sostenibilidad medioambiental, sino como respuesta política en una coyuntura bélica.
La iniciativa se orienta a incidir en el mercado, impulsando decisiones de consumo individual con la intención de afectar económicamente a un proveedor (un país, en este caso) identificado como una amenaza. También podría entenderse como un aviso sobre una coyuntura de mercado que conducirá inevitablemente a una escasez de oferta y un aumento de precios. Ambos efectos harán que se amplíe el grupo de demandantes no atendidos en la provisión, no lo olvidemos, de un bien básico.
Que un representante político interpele a quienes debemos legitimar su labor y nos traslade una recomendación que, a su juicio, juega a favor de la defensa de nuestros intereses, es un ejercicio que no es loable simplemente. Es, al menos en su carácter formal, lo propio de su labor, lo pertinente.
Sin embargo, es necesario también tener en cuenta que sobre el contenido concreto de esta propuesta la cuestión no está tan clara, y no solo por la eficacia esperable de lo que se aconseja. Lo hemos visto mucho últimamente: políticos convertidos en meros agoreros, portadores de malas noticias realizando continuas apelaciones a la responsabilidad ciudadana que esconden una flagrante falta de capacidad en la gestión de su propia responsabilidad.
El concepto de responsabilidad ciudadana de Pericles
El segundo ángulo de análisis que ofrece la declaración de Borrell apunta, como decíamos, a la consecuente responsabilidad ciudadana a la que se apela. En este aspecto, podemos encontrar algo de luz en unas palabras atribuidas a Pericles –político de la Edad de Oro ateniense– y recogidas por el historiador Tucídides en El discurso fúnebre de Pericles. En ese texto, Pericles plantea que aquellos ciudadanos griegos que decidían no participar en los asuntos públicos deben ser tomados no solo por inactivos, sino por inútiles. O lo que es lo mismo: indignos de la ciudad.
El discurso de Pericles resulta pertinente en este caso no solo por su claridad a la hora de trasladar una concepción de la ciudadanía muy concreta. Lo hace, además, enmarcado también dentro de un conflicto de naturaleza bélica –en su caso, la guerra del Peloponeso–. Sin embargo, la brillantez reside, sobre todo, en que las reflexiones que subyacen en dicho texto nos llevan más allá de lo puramente contingente. Describen una forma de entender la responsabilidad de la ciudadanía que no solo se activa en momentos de extremas coyunturas, sino como parte inherente a nuestra propia condición ciudadana.
¿Qué cabría esperar de un ciudadano consciente de esta responsabilidad en estos tiempos de ciudadanía global? La recomendación de Borrell nos invita a pensar sobre aquellos compromisos ciudadanos que estamos llamados a asumir si queremos contribuir a la construcción de lo que Aristóteles llamó “una buena comunidad política”. En este sentido, la recomendación de Borrell sobre el gas ruso apunta en una dirección muy sugerente: ¿somos conscientes de las consecuencias que tienen nuestras decisiones individuales de consumo, agregadas globalmente?
No sabemos si Borrell lo tiene tan claro, pero parece difícil negar que la ciudadanía pueda convertirse en un sujeto político activo y significativo a través de sus decisiones de consumo. Otros han lanzado antes mensajes similares que reconocen este potencial transformador de la ciudadanía, aludiendo a nuestro potencial para generar bien común incidiendo en la demanda de determinados productos y servicios.
El modelo de empresa ciudadana
¿Han oído hablar del modelo de empresa ciudadana? Por ahí van los tiros. Actores económicos atentos a los impactos sociales y medioambientales, y sensibles a las respuestas de la sociedad civil a esos impactos. Quizás hoy se trata de pedir a la ciudadanía alemana o finlandesa que reduzca su consumo de gas ruso. Puede que mañana toque recordarnos que el consumo de determinada carne es insostenible o que algunas prácticas laborales en proveedores textiles son inaceptables. Puede que la potencia encerrada en la declaración de “no con mi dinero” sirva para incentivar a las entidades financieras a mejorar sus servicios o revisar sus inversiones.
Es bien cierto que desencadenar estas dinámicas exige de una serie de condiciones de contexto nada fáciles: legitimidad y reconocimiento en quien las propone, transparencia y rendición de cuentas por parte los actores económicos, marcos normativos adecuados… Elementos que, en definitiva, nos hablan nuevamente de una buena comunidad política.
No dejemos que Pericles nos tome, no ya por inactivos, sino por inútiles. El planeta y los seres humanos que lo habitamos no podemos permitírnoslo. Y especialmente las víctimas que, además, tampoco pueden esperar. Mantengámonos activos y, por lo tanto, dignos de la ciudad.
Este artículo de Peru Sasía y Mikel Sasia Tomas fue publicado en The Conversation.