Turquía es una democracia multipartidista desde la década de los años cincuenta del siglo pasado. Pese a que el régimen democrático se ha visto interrumpido en tres ocasiones por golpes de estado militares (ocurridos respectivamente en 1960, 1971 y 1980, de los cuales el último se consideró como el más brutal de todos), el país cuenta con una trayectoria de relativa estabilidad en la celebración de elecciones libres y justas. En las dos últimas décadas, los procesos electorales han estado dominados por un único partido, Justicia y Desarrollo (AKP), y su popular líder, Erdoğan. Nacido como partido escindido de una larga tradición de partidos islamistas, el AKP llegó al poder en 2002 con un programa conservador, la promesa de democratizar el país y reformas de corte neoliberal. Por aquel entonces, numerosos estudiosos equipararon al partido con la democracia cristiana europea. Sin embargo, la democracia se ha ido deteriorando, especialmente a partir de 2013, año en que se produjeron en todo el país protestas relacionadas con el Parque Gezi y su violenta represión.
El AKP ha abierto dos frentes fundamentales en el proceso de desgaste progresivo de la democracia en el país. El primero de ellos se ha centrado en la modificación de la Constitución y de la normativa electoral, valiéndose de su mayoría en el Parlamento. El AKP ha recurrido al hiperelectoralismo para polarizar a la sociedad y criminalizar tanto a la oposición como a la disidencia social, haciendo uso los recursos del Estado y monopolizando los medios de comunicación. El segundo de los frentes conducentes al deterioro democrático ha sido el control de los medios de comunicación (actualmente el 90-95% de los canales de televisión y periódicos están controlados por el gobierno) y de la sociedad civil mediante acciones represivas (amenazas, escrutinio legal y burocrático y encarcelamiento de activistas), así como la implantación de organizaciones de la sociedad civil de tendencia progubernamental. Desde la entrada en vigor de la nueva Constitución en 2017, el sistema parlamentario de Turquía ha dejado de ser efectivamente operativo, y Erdoğan gobierna el país mediante decretos presidenciales. En el marco de estas condiciones, pésimas para las libertades y la democracia, Turquía acudió a las urnas el 14 de mayo de 2023 para celebrar elecciones presidenciales y parlamentarias.
¿Cómo se ha desarrollado el proceso electoral?
En regímenes autoritarios competitivos como Turquía, para los partidos de la oposición ganar las elecciones no es imposible, pero sí enormemente difícil. Si desean contar con opciones de derrocar a los actuales dirigentes autocráticos, la oposición debe adoptar una estrategia de cooperación extraordinariamente precisa. Es necesario que coordinen la selección y asignación de candidatos de manera que logren optimizar sus posibilidades de triunfo electoral, eludir la represión y el sesgo de los medios de comunicación y conseguir llegar a las bases. Esto es precisamente lo que han intentado hacer los partidos de la oposición turca. Parece haberse dado una confluencia de múltiples factores que han influido en la coordinación entre los diversos partidos de la oposición, como sus divergencias en las percepciones de la vulnerabilidad del AKP, la asimetría en la dependencia mutua entre estos partidos y sus previsiones sobre la reacción de los electores ante una posible alianza. A pesar de estos obstáculos, la oposición ha logrado establecer tres alianzas preelectorales para designar listas conjuntas en las elecciones parlamentarias y apoyar a un único candidato, Kemal Kılıçdaroğlu, presidente del partido más antiguo (el CHP) en los comicios presidenciales. La mayor de estas alianzas, la Alianza del Pueblo, está compuesta por el CHP, con un programa de centroizquierda, y otros cinco aliados más pequeños de tradición derechista, entre ellos, el liberal-nacionalista Partido Bueno, un pequeño partido islamista y dos partidos escindidos del AKP.
Kılıçdaroğlu ha reclamado apoyos cada vez más sólidos respaldándose en el contenido de su campaña, en la que prometía derechos, justicia, Estado de Derecho y prosperidad económica. Por el contrario, Erdoğan ha seguido una estrategia agresiva, alardeando de la industria de defensa nacional y acusando a la oposición de «aliarse con terroristas» (en referencia al apoyo del partido prokurdo a Kılıçdaroğlu).
Escenario postelectoral
El 14 de mayo se registró una afluencia masiva a las urnas, con una participación en torno al 90%. A pesar de algunas denuncias iniciales de fraude electoral, las irregularidades no fueron lo suficientemente sistemáticas como para cambiar los resultados. Sin embargo, ha quedado patente que las encuestas habían sobrevalorado los apoyos del electorado a Kılıçdaroğlu. En mayor o menor medida, todas las encuestas habían pronosticado una segunda vuelta, pero habían perfilado un escenario en el que Kılıçdaroğlu se situaría en cabeza en la primera vuelta. Por el contrario, Erdoğan ha cosechado el 49,5% de los votos, y Kılıçdaroğlu ha captado en torno al 45%. Sorprendentemente, Kılıçdaroğlu ha logrado recabar la gran mayoría del apoyo de la población kurda, que ha alcanzado hasta el 70% en algunos distritos. Los resultados han abocado al país a una segunda vuelta que enfrentará a Erdoğan y Kılıçdaroğlu, poniendo de manifiesto una vez más la polarización social y política en Turquía y sumiendo en el desánimo a los ilusionados votantes de la oposición.
Los resultados electorales en Turquía ofrecen aprendizajes relevantes para los estudiosos procedentes de los ámbitos de la política comparada y la autocratización. En primer lugar, de este proceso se desprende que, aun cuando los líderes de la oposición deciden unirse y establecer alianzas, no está garantizada la derrota del gobernante que está en el poder, ya que sigue latente el problema de convencer al electorado de la oposición, de carácter diverso, de que otorgue su voto a un bloque que incluye a partidos ideológicamente distantes, lo que conlleva hacer ciertas concesiones ideológicas. Esto es exactamente lo que ha ocurrido. Aunque Kılıçdaroğlu consiguió el apoyo de los kurdos, parece que ha resultado efectiva la criminalización del partido prokurdo por parte de Erdoğan. De hecho, no solo permanecieron unidos en su respaldo a Erdoğan los votantes del AKP contra todo pronóstico (teniendo en cuenta los malos resultados económicos), sino que además los partidarios del Partido Bueno de la alianza opositora no votaron en bloque a Kılıçdaroğlu. Algunos de ellos prefirieron al tercer candidato, Oğan, que se muestra defensor del nacionalismo étnico turco y es ideológicamente más cercano a algunos votantes del Partido Bueno. Este resultado pone de manifiesto que llegar a un acuerdo que exige compromisos ideológicos, listas conjuntas y campañas comporta una gran imprevisibilidad en cuanto a las ventajas y desventajas que puede reportar a la oposición.
En segundo lugar, aunque Kılıçdaroğlu ha sido objeto de una propaganda negativa deliberada e insidiosa, ha obtenido el 45% de los votos con una campaña basada en un mensaje político global de derechos, justicia, Estado de Derecho y prosperidad para todos. Erdoğan se ha visto obligado a aceptar por primera vez una segunda vuelta en las elecciones. Durante la campaña, la oposición concentró sus esfuerzos en transmitir un relato despolarizado para captar a los votantes indecisos, a los «neutrales» y a la población kurda. Por el contrario, Erdoğan se situó a la defensiva, tratando de crear nuevos «enemigos» (como las personas LGBTQ) para intensificar el nivel de polarización y mantener intactos a sus partidarios. Si bien esto fue conveniente para la oposición, Kılıçdaroğlu no logró penetrar en la caja de resonancia de los partidarios incondicionales de Erdoğan. El fondo de la cuestión radicaría en establecer de qué forma la oposición puede ampliar la agenda política despolarizadora y profundizar en ella más allá de la política electoral.
En tercer lugar, actualmente el Parlamento está dominado por un ámbito fragmentado de «nacionalismo-conservadurismo». Alrededor del 25% de los electores han votado a partidos de derecha distintos del AKP. Tres de ellos han logrado avances sorprendentes: el MHP, aliado de extrema derecha del AKP, un pequeño partido islamista marginal aliado del AKP que pretende criminalizar el adulterio y un nuevo partido que ha hecho campaña de forma independiente con un programa antirrefugiados similar al de los partidos de extrema derecha europeos. Durante mucho tiempo, el AKP aglutinó a los votantes nacionalistas conservadores. En cambio, ahora han desertado del AKP, lo que ha supuesto para el partido el coste de perder el 7% de sus apoyos respecto a las cifras registradas en las elecciones anteriores. No obstante, la mayoría no se ha decantado por el bloque de la oposición, que también incluía a algunos partidos conservadores menores. En el marco del aumento de la inflación y de la incompetencia en la prestación de ayuda y rescate en la zona del terremoto, estos electores han trasladado un mensaje al AKP: han ofrecido su lealtad a los aliados de ese partido que están posicionados aún más a la derecha del espectro político. Esto también muestra los límites del voto económico, es decir, la suposición de que los votantes castigan a los dirigentes políticos si no gestionan correctamente la economía. La justificación de esta cuestión puede radicar en que, cuando la escena sociopolítica está dominada por una intensa polarización, las preferencias de los votantes se rigen por el partidismo negativo y la lealtad a un líder fuerte. Dicho de otro modo, los ciudadanos toman decisiones partidistas y pueden llegar a sustituir principios democráticos por esas decisiones partidistas.
La segunda vuelta y el futuro de la democracia en Turquía
¿Está prácticamente garantizada la victoria de Erdoğan? ¿Qué puede hacer la oposición para aumentar sus posibilidades de triunfo? Parece bastante complicado que la oposición gane la segunda vuelta, sobre todo teniendo en cuenta que Erdoğan, al estar tan cerca del 50%+1 de los votos, hará todo lo posible por no dejarlo escapar. La oposición cuenta con tres estrategias hasta el 28 de mayo. La primera es asegurarse de que los kurdos acudan a las urnas como en la primera vuelta y voten a Kılıçdaroğlu. Esta es la más fácil de las tres, a menos que se produzca un improbable giro hacia el nacionalismo turco dentro del bloque de la oposición. La segunda consiste en captar y convencer a unos 8 millones de votantes que no acudieron a las urnas en la primera vuelta, lo que podría cambiar los resultados. Pero se desconocen sus afiliaciones partidistas y sus motivaciones para no haber votado en la primera vuelta. Es muy posible que se trate de votantes del AKP desilusionados que optaron por castigar al partido en el poder por el aumento de la inflación y del coste de vida, y que podrían respaldar a Erdoğan con su voto en la segunda vuelta. En tercer lugar están los partidarios de Oğan, que recibieron un 5% del apoyo de los votantes jóvenes, con una fuerte orientación contraria a la inmigración y a la entrada de refugiados, principalmente porque culpan a los sirios de «contaminar» la cultura autóctona y robar puestos de trabajo. De hecho, la oposición ha dado prioridad a la tercera estrategia porque los sentimientos contra los refugiados podrían ser el único tema que une a la sociedad turca por encima de las divisiones partidistas, socioeconómicas, étnicas y religiosas.
Se trata sin duda de una mala noticia para los más de cuatro millones de refugiados en Turquía. No obstante, en este momento incluso los votantes progresistas de la oposición, partidarios de acoger a refugiados, aplazan esta cuestión para debatirla más adelante. Una posible victoria de Erdoğan sería una noticia aún peor. Si contara con cinco años más de mayoría parlamentaria y se mantuviera en el ejercicio del poder sin control, podría intentar modificar el límite de duración de los mandatos, siguiendo el ejemplo de Putin y de los autócratas populistas latinoamericanos, e incluso podría tratar de cambiar las reglas del juego electoral para no arriesgarse a tener que entrar en rondas de desempate en el futuro. Los autócratas no son invencibles, pero son capaces de hacer lo que sea necesario para no perder.
Bilge Yabanci