Llevamos tiempo inmersos en un constante cambio educativo donde los aspectos cognitivos dejan de ser único valor para dar lugar a la llamada innovación educativa y todo lo que ello conlleva. Si bien es cierto que esta transformación se observa en el ámbito escolar, la realidad es bien distinta en la enseñanza superior donde la calidad educativa sigue estando supeditada a los resultados académicos. Hace ya años que la UNESCO (1998) estableció las necesidades de los estudiantes como prioridad a la hora de hablar de calidad educativa, apuntando a la satisfacción académica como uno de los mayores facilitadores del proceso de enseñanza aprendizaje.
Así, la satisfacción académica es parte de la ansiada ecuación de éxito en la carrera profesional, habiendo sido demostrado que aquellas personas que experimentan una mayor sensación de plenitud en sus carreras académicas, logran unos mejores resultados en el ámbito profesional. Podríamos decir, que el hecho de lograr una satisfacción académica dando respuesta a las necesidades de los estudiantes debería ser un requisito para hablar de calidad en la universidad. Podríamos decir a su vez, que las universidades deberían trabajar en el desarrollo de estrategias para cumplir este fin. La realidad en cambio nos revela, que a pesar de la claridad de este fin, sigue estando borroso.
Como investigadores en el área de la educación y la psicología, quisimos ahondar en este vacío desde la investigación científica para esclarecer la importancia del componente personal en este campo. Los datos que a continuación se muestran, se presentaron en el III Congreso Nacional de Inteligencia Emocional junto con el Dr. Natalio Extremera de la Universidad de Málaga.
Previas investigaciones habían demostrado la importancia de la satisfacción académica a la hora de lograr una actitudproactiva en la búsqueda de empleo, en relación a un mayor bienestar psicológico…Teniendo esta relación establecida, quisimos ir un paso más allá, ¿qué es lo que hace que se logre la satisfacción académica? Entre las respuestas a esa cuestión se encontraron ciertas atribuibles a factores externos a la persona como buenos docentes, buen plan de estudios, estructura universitaria adecuada…pero todo ello, no dejaba de estar en un segundo plano en referencia al propio estudiante. Por ello, nos propusimos establecer componentes personales que se viesen envueltos en esta problemática.
Uno de los componentes personales más destacados de la satisfacción académica era la inteligencia emocional, esto es, aquellas personas que eran capaces de percibir, asimilar, comprender, regular y manejar adecuadamente sus propias emociones como las de los demás, experimentaban una mayor sensación de plenitud académica. Siendo la inteligencia emocional una habilidad de las personas con capacidad de desarrollo, nos propusimos ver si incluso por encima de rasgos de personalidad como la conciencia seguía manteniendo su valor. La elección de este rasgo de personal se debió a que investigadores en el ámbito de la psicología habían probado que aquellas personas que tienen una personalidad en la que la conciencia predomina, tienen más capacidad de persistencia en el desempeño académico. Con esto, queríamos probar que incluso contando con un rasgo estable como es la personalidad, la inteligencia emocional predominaba y ayudaba así al desarrollo de la mencionada satisfacción académica.
Una vez establecida esta relación, quisimos ver qué papel jugaba el engagement en todo ello, esto es, aquellas personas que son más inteligentes emocionalmente viven su experiencia académica con mayor satisfacción pero, ¿tiene algo que ver el compromiso del estudiante con el propio proceso?
Los resultados nos mostraron aquello que esperábamos encontrar, por un lado, probamos que la satisfacción académica dependía en gran medida del grado de implicación del estudiante en el proceso de enseñanza-aprendizaje, y por otro lado, que el propio engagement a su vez, dependía de la inteligencia emocional para poder darse en plenitud. De esta manera, podríamos hablar de una triangulación en la que el estudiante que es capaz de reconocer lo que le rodea y siente, que es capaz de asimilar todo lo nuevo y aprende a manejar las diferentes emociones que acompañan a un proceso como es el académico, acaba regulando mejor y comprometiéndose con el entorno educativo en el que se ve envuelto. Así, la sensación de autorrealización experimentada llevaría a una satisfacción académica que otorga confianza y proactividad de cara a la carrera profesional.
Pues bien, queridas universidades, queda dicho y demostrado que la calidad educativa pasa por las necesidades de los estudiantes y a su vez, por su propia satisfacción, inviable esta última sin la formación en componentes personales como la inteligencia emocional y el engagement. Demos por fin al desarrollo personal el lugar que se merece pues como bien dijo Aristoteles, educar la mente sin educar el corazón no es educar en absoluto.
Itziar Urquijo Cela
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- ¿Te gusta la Universidad? - 31 enero, 2017
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