Durante estas semanas de confinamiento, las familias pasamos juntas más tiempo de lo que jamás hubiésemos imaginado. ¿Persisten temas tabúes, asuntos que nos incomodan o perturban porque nos sacan de nuestra zona de confort? Quizás para evitar conflictos, poco se habla en familia de temas con connotaciones políticas.
¿Qué sucede con la violencia que ha sufrido Euskadi durante el último medio siglo y que ha sembrado nuestras calles de víctimas, muerte, sufrimiento y destrucción por decisión explícita de una organización terrorista que decía actuar en nuestro nombre?
En la sociedad vasca se ha fomentado un tipo de cultura política deficitariamente democrática. Hemos tendido a omitir o suspender el juicio sobre este asunto. En las familias es un tema prácticamente ausente, a veces por no considerarlo relevante y otras para evitar deteriorar relaciones cuando se es consciente de que cualquier pronunciamiento puede «levantar ampollas» o exigir por nuestra parte un esfuerzo añadido, casi contracultural, para evitar interpretaciones inadecuadas.
Testimonios de víctimas en las aulas
La presencia de los testimonios de víctimas (tanto de ETA como de terrorismo de Estado y de violencia policial y parapolicial) en las aulas es para un sector significativo de los y las jóvenes el primer y quizás único contacto con esa realidad. Este contacto puede actuar como pistoletazo de salida para preguntas incómodas que, a posteriori, plantean a sus progenitores; otros ni siquiera han tenido la oportunidad de vivir semejante experiencia.
Desde una perspectiva ética, como madres y padres tenemos una responsabilidad ineludible; este es un buen momento para ejercerla. Las familias no debemos escudarnos en la falacia de que hay que pasar página, que la violencia es agua pasada -ahora tenemos otras prioridades. y que no tiene sentido remover lo sucedido porque carece de utilidad para el presente y el futuro -cuando en realidad sucede todo lo contrario- o en que el deber de memoria corresponde única y exclusivamente al sistema escolar.
Y, por supuesto, tampoco rendirnos al riesgo de la equidistancia (cuando no de la equiparación) y del relativismo moral, haciendo uso de eufemismos como “aquí ha habido mucho sufrimiento” que revictimiza a las víctimas.
Transmitir siempre implica un aprendizaje que exige el paso progresivo del ejercicio de una tutorización intensa al reconocimiento de la autonomía de hijos e hijas. Autonomía que adquiere especial significado e importancia en la adolescencia y en la juventud, cuando hay capacidad de interpelación y de razonamiento moral.
Por poner algún ejemplo, el ejercicio de un sano rol educador demanda saber cuándo puede ser el momento más idóneo para explicar que aita o ama fueron perseguidos por ETA y el entorno violento o que aitite perteneció a las primeras generaciones de etarras, pero lleva décadas denunciando la sinrazón de la violencia.
El coraje cívico de Gesto por la Paz
No se tiene por qué entrar en detalles cotidianos, pero sí evidenciar que la violencia normalizó rutinas de protección y de seguridad hoy inconcebibles ni siquiera estando confinados o pensando en cómo vamos a tener que protegernos para emprender el camino hacia la “nueva normalidad”. O de qué modo las amenazas se multiplicaron durante la estrategia de socialización del sufrimiento, afectando a las concentraciones en contra de la violencia convocadas por Gesto por la Paz. Por cierto, dedicar una especial atención al coraje cívico de esta organización contribuye a la socialización en la excelencia moral y en la solidaridad desde memorias ejemplares.
Como antídoto contra la ideologización de los derechos humanos se puede recurrir a los testimonios de víctimas que, cuando lo fueron, tenían edades similares a nuestros hijos e hijas y que se han convertido en auténticos supervivientes.
También resulta didáctico el contraste de Euskadi con lo sucedido en otros casos, a pesar de diferencias contextuales que no conviene minusvalorar. A su vez, para combatir la persistencia de planteamientos ideológicos excluyentes aún demasiado presentes, resulta muy importante que nuestros procesos de transmisión muestren el significado político de los asesinatos que ETA cometió.
Porque en Euskadi, a diferencia de lo sucedido con el Covid-19, no todo el mundo estuvo igualmente expuesto al terror: las víctimas lo fueron por su condición de miembros de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado o ertzainas, porque eran empresarios a los que la banda extorsionaba o jueces, periodistas o políticos no nacionalistas.
El perdón
La problemática en torno al perdón emerge con fuerza en la vida cotidiana de cualquier familia porque continuamente tiene que enfrentar conflictos de lo más diversos. Pues bien, la (re)construcción de la convivencia exige en los hogares apuestas educativas que muestren el sentido ético que tiene la relación entre arrepentimiento de los perpetradores por actos injustos -que requiere ineludiblemente asunción de responsabilidades y de culpa moral- y perdón.
Las víctimas no tienen el deber de perdonar, pueden hacerlo o no, pero los victimarios deben arrepentirse de sus crímenes si desean recuperar plenamente su condición ciudadana. Para ello, se puede hacer uso del valor pedagógico de los encuentros restaurativos entre víctimas y ex-miembros de ETA.
Quizás atribuimos a las familias demasiada responsabilidad. Pero, ¿quién dijo que educar en ciudadanía, potenciando creencias y virtudes democráticas, fuera fácil?