Tal día como hoy, hace 73 años, en París, la por entonces recién creada Organización de Naciones Unidas, proclamaba la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Un documento peculiar, ciertamente, porque básicamente se trataba de un reconocimiento consensuado de una treintena de “derechos” destinados a inspirar órdenes sociales, políticos y jurídicos sostenidos sobre la idea de la dignidad del ser humano. Su pretensión declarada era generar un mundo en el que la barbarie destructiva de las dos guerras mundiales no pudiese ser nuevamente posible.
Más allá de las intenciones, sin duda loables, el balance posible, 73 años después, no es quizá demasiado halagüeño. Si echamos un vistazo a los informes anuales sobre derechos humanos en el mundo publicados por Human Rights Watch o Amnistía Internacional, además de los pronunciamientos del Comisionado para los Derechos Humanos de Naciones Unidas, el panorama mundial es desalentador.
Sin entrar en detalles, se observa con preocupación que muchos defensores y promotores de derechos humanos, en todas las regiones del mundo, han sufrido graves violaciones de sus derechos: ejecuciones, tortura, amenazas, palizas, detenciones ilegales, prisión arbitraria, amenazas de muerte, acoso y difamaciones… Se han limitado sus libertades de circulación, asociación, reunión y expresión, y han sido también víctimas de acusaciones falsas y de procesos y condenas injustas. Estos ataques se dirigen tanto a los defensores como contra sus familias o las organizaciones en las que desarrollan su actividad. Y, como siempre, a las mujeres defensoras de los derechos humanos les toca, además, sufrir el añadido del agravante de género.
Covid, cambio climático, movimientos sociales
Obviamente, el impacto de la COVID ha sido mayor allí donde las políticas de austeridad debilitaron los sistemas públicos de salud y protección donde los había. Donde no los había, la enfermedad ha segado vidas a discreción, sin capacidad de reacción de una población impotente, más allá del heroísmo del personal sanitario y de organizaciones internacionales dedicadas a la salud que respondieron lo mejor que pudieron y supieron al desastre. Y no hay que olvidar que esta pandemia llega en medio de una situación de emergencia en cuanto a la salud ecológica del planeta se refiere. Sabemos de la urgencia, padecemos las consecuencias del cambio climático, y no somos capaces de adoptar las medidas necesarias para, al menos, paliarlo.
Aparecieron movimientos sociales, como Black Lives Matter o Mee Too en respuesta a las enésimas formas de discriminación de personas por razones de todo tipo: género, color de piel, pobreza… o contra formas de dominación y exclusión sociales apoyadas por mecanismos policiales represivos, como las protestas en Irak, Polonia, Bielorrusia, Nigeria o Chile. Mientras todo esto sucedía, la desigualdad en el mundo sigue ampliando sus dimensiones. El Informe sobre la Desigualdad Mundial del Laboratorio Mundial de Desigualdad dice que “el 10% más rico de la población mundial recibe actualmente el 52% del ingreso mundial, mientras que la mitad más pobre de la población gana el 8,5%».
La mitad más pobre de la población mundial apenas posee el 2% del total de la riqueza. En contraste, el 10% más rico de la población mundial posee el 76% de toda la riqueza. En estas circunstancias y con estas cifras, se complica muchísimo desarrollar derechos económicos, sociales y culturales, además de los derechos políticos, pues resulta casi imposible financiar el entramado institucional capaz de gestionarlos. Y, de nuevo, es necesario destacar que la población que más padece estas formas de desigualdad tiene rostro de mujer.
Gramáticas de la dignidad humana
73 años después, el mundo sigue sin estar de acuerdo con los derechos humanos. Seguimos sin tomarnos en serio esa dignidad común a todo ser humano que requiere cuidado y atención para que pueda desplegar todo su potencial. Un cuidado y atención que reside en el orden social e internacional que, como nos recuerda el artículo 28 de la Declaración Universal, tiene que hacer posible el cumplimiento de derechos contenidos en ese documento. No se trata de un lujo que adviene después de haber logrado generar riqueza o determinadas libertades formales. Se trata de una necesidad ineludible a la que es necesario atender desde el principio.
Sin el marco de justicia dibujado por los Derechos Humanos no hay manera de vivir una vida humana merecedora de tal nombre. En expresión de Boaventura de Sousa Santos, si los entendemos como “gramáticas de la dignidad humana”, ese documento, como cualquier otra gramática, permite decir esa dignidad de maneras muy diferentes, con toda la creatividad y diversidad que permite cualquier gramática… pero no nos permite decir de cualquier manera.
Sería una vileza inaceptable tomar las cosas como son para dejarlas como están. Que el panorama mundial no arroje un balance todo lo positivo que debiera sobre la situación de observación y cumplimiento de derechos humanos en el mundo no desmiente tales aspiraciones de justicia social, de orden político, de protección jurídica. Simplemente juzgan un estado de cosas que, a todas luces, no debería ser.
Derechos humanos y nuevos desafíos
Refuerza, de hecho, la necesidad de esa declaración. Impone su recuerdo y actualización para hacer frente a nuevos desafíos, especialmente los ligados a la emergencia climática o a ese mundo digital paralelo en el que, dejando atrás nuestros cuerpos, desaparecen necesidades insoslayables, mucho más humanas que la ficción de los avatares virtuales, dotados de una apariencia prestada.
Tenemos un instrumento de emancipación impecable. Hay instituciones nacionales e internacionales capaces y con recursos para hacer bien su trabajo de promoción y cuidado. Hay organizaciones sociales, civiles, con capacidad sobre el terreno para cuidar los derechos humanos, y personas dedicadas a ello. Pero sobre todo hay millones de razones, tantas como seres humanos, para no cejar en el empeño. Celebrar el reconocimiento a los derechos humanos es una forma de actualizarlos, de urgirlos, de cuidarlos, para decir lo que sobra, para buscar lo que falta y nos hace mucha falta.