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Hace tan solo un año el epicentro de las urgencias mediáticas estaba en Kabul. La «vuelta» de los talibanes al gobierno afgano cerraba un círculo de veinte años desde la invasión estadounidense, alimentaba los relatos sobre el fracaso y el espejismo de estas dos últimas décadas y urgía a los gobiernos occidentales a ocuparse de la emergencia humanitaria en ciernes. Entre ellos, al gobierno español. Y, entre las prioridades, garantizar la seguridad de los afganos y afganas que, hasta ese momento, habían colaborado con la misión española en el territorio realizando, entre otras, labores de interpretación. Recordemos que, entre 2001 y 2014, España contribuyó a la misión militar multinacional ISAF, y ha participado en programas de carácter civil y humanitario hasta el presente. Pero no escribiré sobre eso aquí. Escribiré sobre la posibilidad de narrar una historia, de distribuir roles internacionales y de construir la legitimidad de la actuación española y occidental en Afganistán.

En aquellos días de cobertura continuada de la actualidad en Afganistán, el Gobierno español, especialmente a través de su Ministra de Defensa, su Ministro de Asuntos Exteriores y el propio Presidente fueron narradores locuaces de los acontecimientos que se estaban sucediendo en Kabul, del operativo español para evacuar a sus colaboradores y del papel protagónico de España como puente entre Europa y el país centroasiático.  

La historia es más o menos esta: Conforme se consumían los días de agosto de 2021 y se acercaba la fecha final para la retirada de las tropas estadounidenses del territorio afgano (el 31 de agosto), la débil arquitectura del Gobierno de Ghani se deshacía como un azucarillo. No solo eso: el espejismo de un ejército nacional afgano capaz de ejercer el monopolio de la violencia legítima quedaba al descubierto. La desbandada del Gobierno y de las Fuerzas Armadas había allanado el camino de vuelta al poder a los talibanes (que, comprendimos entonces con clarividencia, nunca habían dejado de ser parte de la realidad afgana). Todo esto estaba ocurriendo de forma sorpresivamente precipitada y, según admitió el Gobierno español, era «un fracaso sin paliativos de Occidente». En el horizonte inmediato, también nos contaron, la prioridad del Gobierno de España era «no dejar a nadie atrás». ¿A quiénes? A quienes habían colaborado con la misión española en Afganistán, a sus familias y a defensores y defensoras de los Derechos Humanos cuyas vidas estaban en peligro ante el empeoramiento de la situación de seguridad en el país. También nos contaron, y además vimos en imágenes, que llevar a cabo este objetivo estaba siendo tremendamente complicado. La situación aquellos días era caótica; un caos agravado por el colapso en la principal vía de salida del país para los occidentales y sus colaboradores: el aeropuerto de Kabul. Las imágenes del entorno del aeropuerto y de los centenares de personas que trataban de escapar sobrecogían. Sin duda, resultaba difícil no verse arrastrado al lugar que esta historia nos tenía (y tiene) reservado a cada uno.

Salvar vidas

La Ministra de Defensa, Margarita Robles, narró con visible emoción la labor de las Fuerzas Armadas españolas sobre el terreno aquellos días y el esfuerzo «sobrehumano» que se estaba llevando a cabo para salvar vidas. El objetivo de no dejar a nadie atrás poco a poco se vio matizado por la imposibilidad de que todos «nuestros colaboradores» alcanzaran el aeropuerto (si es que habían conseguido llegar hasta Kabul) y las limitaciones impuestas por los estadounidenses, que aquellos días gestionaban el aeródromo ante la incomparecencia de los controladores aéreos locales. La Ministra de Defensa nos contó que salvar las vidas de quienes habían colaborado con España y eran defensores de los derechos y libertades que nuestro país representa era el mejor homenaje que podíamos hacer a las 102 personas que han perecido a lo largo de estos veinte años de presencia española en territorio afgano, y cuyas vidas no podemos lamentablemente recuperar. Por su parte, el Ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel Albares, daba detalles en una entrevista concedida a la Cadena Ser sobre el papel de España como hub en esta crisis. Los socios europeos habían acogido muy positivamente el ofrecimiento español de convertirse en centro logístico de las operaciones de evacuación. La base de Torrejón de Ardoz se convertía así en lugar de tránsito para los afganos que llegaban a Europa y cuyo destino final no era necesariamente España. En esa entrevista, el Ministro decía lo siguiente: «No se olvide de que estas personas no son cualquier afgano. Son los afganos que han estado trabajando con las instituciones de la Unión Europea. Son, y entiéndame bien la expresión, “nuestros afganos”».

Quiénes somos «nosotros» y quiénes son «ellos»

La atención al lenguaje como constructor de la realidad social ha sido intensa en distintos ámbitos de los estudios internacionales, particularmente en los campos de la Geopolítica Crítica y los Estudios Críticos de Seguridad. Hace tiempo que el concepto de «acto de habla» ha guiado una agenda de investigación que nos empuja a examinar las condiciones de posibilidad de las palabras que narran la política internacional. Hablo de las condiciones materiales y discursivas para establecer y reproducir la jerarquía político-cultural que hace inteligible para «nosotros» el «problema de Afganistán» en general y la crisis del verano de 2021 en aquel país en particular. Hablo de «civilización» y «barbarie» como temas que subyacen a nuestro entendimiento de la política internacional y que nos dicen quiénes somos «nosotros» y quiénes son «ellos», y cómo actúan los que son como «nosotros» y cómo actúan los que son como «ellos». Hablo de la posibilidad de establecer grados de alteridad entre las posiciones «bárbaro» y «civilizado». ¿Dónde sitúa el discurso a «nuestros afganos» si no en algún lugar entre «nosotros» y el Otro radical que encarnan los talibanes? Hablo del poder soberano para decidir quién vive y quién muere, quién se salva y quién no, y de la ficción de las guerras virtuosas. Hablo del militarismo como ideología que trabaja para hacer digeribles las soluciones militares a los problemas políticos. También para hacer digeribles las muertes de los nuestros. Hablo de sentir incomodidad con el lugar y el papel que nos otorga esta historia.

Autora: Marina Díaz Sanz

Fuente de las imágenes CC: Pixabay