El pasado 9 de marzo se celebró la presentación del libro “Misivas del terror”, un análisis ético-político de la extorsión y la violencia de ETA contra el mundo empresarial. Por la mañana se celebró una rueda de prensa y por la tarde un acto en organizado en colaboración con Deusto Forum. En este acto participaron, además de los coautores y miembros del CEA Izaskun Sáez de la Fuente y Xabier Etxeberria, José Antonio Zamora, del Instituto Superior de Filosofía del CSIC y experto en víctimas y memoria. El encargado de presentar y modelar el coloquio fue el director del CEA, Javier Arellano.
Esta investigación desvela algunos de los principales entresijos de la extorsión, una forma de violencia ejercida por ETA que buscó convertir a sus víctimas en copartícipes forzosos de su actividad criminal. La obra constituye un primer paso en la compleja y delicada tarea de visibilizar desde la perspectiva académica una de las vertientes más oscuras y ocultas de la actividad terrorista de ETA y de reconocer a sus más de 10.000 víctimas.
¿Quién ha sido víctima de la extorsión?
Todas las personas que han sufrido la extorsión son víctimas inocentes de una violación de su dignidad, con independencia de sus comportamientos antes y después de sufrir el chantaje, y como tales deben disponer de sus correspondientes derechos y ser receptores activos de nuestra solidaridad.
Ingredientes clave del proceso de la extorsión
Los prejucios y la estigmatización alimentaron una desvalorización social de la figura del empresariado que le hacía corresponsable de su propia victimización.
La organización terrorista y su amplia red de informadores, delatores y colaboradores fueron los que decidieron qué palabras utilizar y qué sentido debían revestir estas para legitimar la extorsión.
La estrategia de la “privatización del chantaje” a la que contribuyeron, de muy distintas maneras, ETA y las personas extorsionadas, fue determinante para su persistencia.
El arraigo social de la microextorsión muestra la proyección de los tentáculos del terror en el ámbito de los pequeños negocios, especialmente en municipios dominados por el entorno radical, y la diversidad de perfiles profesionales afectados.
Los círculos de la responsabilidad
Buena parte de la sociedad mantuvo una actitud indiferente y públicamente distante hacia las víctimas del terrorismo en general y de la extorsión en particular -aunque, a medida que el hartazgo frente a la violencia crecía, la indiferencia pública se combinase con el rechazo privado-.
El entorno de la autodenominada izquierda abertzale y de su vanguardia juvenil jaleó a los victimarios y legitimó e incluso contribuyó a que la dinámica de la extorsión y de las prácticas mafiosas funcionase en nuestros pueblos y barrios como realidad autoevidente.
De forma minoritaria fue surgiendo una actitud de rechazo hacia la violencia y de solidaridad con las víctimas. La década de los años 90 supuso un cierto punto de inflexión porque se visibilizaron algunos colectivos de víctimas y porque Gesto por la Paz y el lazo azul lideraron los diversos tipos de movilizaciones contra los secuestros, la mayoría de ellos contra personas relacionadas con el mundo empresarial.
Consecuencias de la extorsión
Algunas víctimas o sus familiares más próximos sufrieron trastornos psicológicos temporales e incluso crónicos y, de forma más generalizada, tendencias hacia el retraimiento social.
La sociedad se ha visto afectada de formas muy diversas (p.ej: víctima indirecta por sus relaciones con la extorsionada, futura y potencial víctima de la organización terrorista, víctima de socioeconómicas negativas y, sobre todo, de los profundos perjuicios provocados por la subcultura del chantaje en los valores cívicos democráticos).