Si algo ha puesto de manifiesto la Covid-19, además de nuestra vulnerabilidad intrínseca, es que vivimos interconectados y todos dependemos de todos. Y eso no se reduce al mundo virtual ni a las influencias de mercado… Es algo mucho más profundo.
La vida, todos los seres vivos, dependemos unos de otros. Y no debemos olvidar que cuanto hagamos por cuidar y salvaguardar la vida –del planeta, de otras personas, cercanas y lejanas en el espacio- es una acción sobre nuestro propio futuro. No deja de resultar curioso que algo tan pequeño como un virus, haya cambiado tanto nuestra vida. ¡Qué cura de humildad para las personas del siglo XXI, que pensábamos que podíamos controlar todo o casi todo y que estábamos tan por encima de otras formas de vida…!
Lo cierto es que, como toda crisis, este momento de cambio se ofrece también como oportunidad. En la encrucijada en que nos encontramos podemos decidir si continuamos o no transitando el mismo camino. Pensar hacia dónde queremos ir nos proporcionará pistas sobre cómo llegar evitando el riesgo de dar vueltas sin avanzar en la dirección adecuada.
De dónde venimos
Instantáneas de un pasado reciente
Entre las imágenes que nos ha dejado este tiempo de confinamiento recojo cuatro que se han convertido en icónicas por su fuerte carga simbólica:
- Los aplausos de las 20 h. en ventanas y balcones. Esa manifestación de gratitud y admiración a quienes nos han cuidado poniendo en riesgo su propia seguridad y la de sus allegados. Y, junto a ellos, el reconocimiento a otras muchas personas de servicios básicos que han hecho posible que la vida no se parara pese a que la gran mayoría estábamos encerrados en casa.
- Animales en las poblaciones, recuperando los espacios que la actividad humana les ha arrebatado. La eclosión de esta primavera en la que el cese de muchas de nuestras actividades ha contribuido a restablecer el equilibrio natural.
- Publicidad, en general, y carteles en tiendas y portales, alentando al cuidado, a quedarse en casa, a atender a quien lo pueda necesitar más. La comunicación al servicio de la salud y la solidaridad. Mensajes con un acento diferente al que suele ser habitual.
- Científicos trabajando juntos, compartiendo resultados en una carrera para vencer al virus. El conocimiento al servicio de la humanidad, de todas las personas, buscando un tratamiento y una vacuna universal.
Esta es parte de la realidad de la que venimos. Porque sabemos que detrás de los recuerdos más positivos hay otra cara: el poco reconocimiento que en situaciones normales tienen algunos trabajos, la falta de medios y financiación, el mercadeo con la salud de las personas, la falta de cobertura universal de la asistencia pública, la irresponsabilidad de algunos políticos…
Y tenemos también otras imágenes, igual de icónicas, como las de cementerios inmensos que esconden la cara más terrible de la pandemia: la que habla de la tragedia de cientos de miles de fallecidos, muchos de ellos solos, sin la atención adecuada, sin despedida… Escenas terribles que nos muestran lo que no debe ser.
En la nueva normalidad
No cabe duda de que es algo “nuevo”. Y la hemos estrenado con la frescura que acompaña a toda novedad. Nos hemos dado cuenta del valor de las pequeñas cosas: pasear al aire libre, visitar a familiares y amigos, tomar algo en una terraza, descansar en la naturaleza… Y seguir protegiéndonos, que es la mejor manera de cuidarnos y cuidar.
Una gran parte de nosotros lo vive así. Pero corremos el riesgo de que la solidaridad que hemos visto en este tiempo de pandemia sucumba al cansancio, o sea derrotada por el egoísmo. Nos acechan otros virus: la indiferencia, el miedo, la inconsciencia… Y es fácil dejar en manos de los políticos el esfuerzo de que nadie se quede atrás, mientras pensamos sólo en nuestro bienestar.
Corremos el riesgo de querer volver al estilo de vida anterior a la pandemia y meternos de nuevo en la escalada de consumo y abuso del medioambiente que sigue deteriorando la vida en el planeta. Y corremos el riesgo de olvidar que la otra cara de la libertad -que tanto echábamos de menos- es la responsabilidad, y que las consecuencias de nuestros actos se extienden mucho más allá de nosotros mismos y de lo inmediato.
Es tiempo, por tanto, de compromiso y de cuidado, con una mirada amplia que abrace a todo el planeta, aunque nuestro radio de actuación sea pequeño y concreto. Esto es parte de lo que hemos aprendido o, al menos, de lo que hemos tenido oportunidad de aprender.
Actitudes para el camino
Si es que queremos caminar hacia un futuro mejor, de convivencia armónica entre todos los seres vivos, no podemos decir que “para ese viaje no es menester alforjas”. Tenemos, en parte, poder de decidir, y hacerlo bien supone tener consciencia, experimentar las emociones adecuadas y desarrollar una voluntad capaz de asumir pequeños sacrificios para posponer la recompensa inmediata.
Señalo algunas actitudes que podemos cultivar:
- La admiración de la vida y de lo bello junto a la conciencia de que gran parte de lo que tenemos y vivimos es recibido. Esto mueve al agradecimiento y al cuidado.
- El disfrute de lo sencillo, que ayuda a no entrar en una espiral de consumo y sofisticación.
- La relación con uno mismo, necesaria para tener raigambre y construir la identidad desde lo profundo.
- El ponerse en lugar del otro y sentir con el otro. Desarrollar la empatía y la compasión.
- El cuidado como modo de relación que brota de la conciencia de la interdependencia y del aprecio.
Pertrechados con estas alforjas, podremos fortalecer las redes para sostenernos en la fragilidad. Y disfrutar del camino.