Recuerdo la llegada del primer ordenador a casa de mis padres. Por entonces yo cursaba BUP, me gustaban las ciencias. Bueno, me gustaban la biología y las matemáticas. Reconozco que aquella máquina no produjo ningún efecto en mí. Nos ignoramos. No le ocurrió lo mismo a mi hermano, que pasaría muchas horas programando juegos rudimentarios e intentado entrar y sabotear vaya usted a saber qué; hoy es ingeniero industrial y vive de crear programas que solucionan problemas, o simplemente de crear soluciones.
Hace unos 15 años escribía “las ciencias de la vida han sufrido una revolución de orden tecnológico (…)” refiriéndome a las importantes aportaciones que gracias a los novedosos instrumentos habían realizado los científicos de este campo en la segunda mitad del siglo pasado. El “hardware”, las máquinas de precisión, cada vez más rápidas, más potentes, más precisas fueron las grandes impulsoras. Hoy soy consciente de que esa revolución no ha hecho otra cosa que acelerar, pero ahora gracias a la capacidad de los nuevos ordenadores y a millones de líneas de código escritas para analizar los billones de datos generados en los laboratorios del siglo XXI. Estamos descifrando la vida con pasos de gigante, nos hemos calzado las botas de siete leguas.
Aquel ordenador que fuera completamente ajeno a mis intereses se ha convertido en una herramienta de investigación y desarrollo esencial. El “software”, los programas, los algoritmos, las líneas de código son actores principales de los avances en biología y es que la vida es Big Data. La bioinformática se ha establecido pues como herramienta fundamental. Esta colonización de la tecnología que se ha venido produciendo en todos los espacios del conocimiento de manera irreversible es esencial para el avance de las ciencias de la vida y sus aplicaciones en salud humana y medioambiental.
En el caso de la salud humana, caso que como especie más nos importa, se están produciendo avances espectaculares. Tomemos el ejemplo del diagnóstico médico:
IBM desarrolló a mediados de los 90 el mejor jugador de ajedrez del mundo, “Deep Blue”. Ahora están desarrollando “Watson”, casi con toda seguridad el mejor diagnosticador del mundo. Y es que Watson es capaz de leer 40 millones de documentos en 15 segundos, de generar hipótesis, aprender en base a evidencias y dar una respuesta diagnóstica al profesional médico. Nuestras ochenta y seis mil millones de neuronas, desgraciadamente, procesan un poco más lento.
Ante el escenario que la tecnología está desplegando, profesionales de las ciencias de la vida y de las ciencias de la computación deben trabajar en el mismo campo de juego, convergiendo y compartiendo conocimientos. Se impone un nuevo perfil de profesional para el que nuestras universidades tendrán que demostrar si están a la altura del desafio.
Y a cada paso que daba…
***Maria Pascual de Zulueta: Doctora en ciencias biológicas y médicas por la Universidad de Burdeos. Soy bióloga. No sé bien qué tipo de bióloga; microbióloga, bióloga molecular, genetista de eucariotas, biotecnóloga…He sido profesora de Bioquímica y Biología Molecular, Genética y Farmacología en las universidades de Burdeos y del País Vasco. He sido Directora de I+D+i, Coordinadora de Comunicación y Marketing y Coordinadora del mercado de Biotecnología en el centro tecnológico GAIKER-IK4.
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