Ane Bores | 08/11/2019.
Marian Turski es, sin duda, una de las voces más significativas que han pasado por el atril de DeustoForum. Sus reflexiones sobre la persecución, la resistencia, la muerte y la lucha por la supervivencia en los campos de concentración nos ayudaron a comprender mejor uno de los episodios más escalofriantes de la historia de la humanidad, que aún a día de hoy sigue generandonos múltiples interrogantes.
A sus 93 años, este superviviente del Holocausto sigue trabajando por preservar la memoria de las víctimas. Resumir una vida no es tarea fácil, especialmente si está llena de extremos, tragedia y sufrimiento, pero tal y como él mismo afirma, “es importante recordar para que no se vuelva a repetir”. A sus 93 años, este superviviente del Holocausto sigue trabajando por preservar la memoria de las víctimas. Resumir una vida no es tarea fácil, especialmente si está llena de extremos, tragedia y sufrimiento, pero tal y como él mismo afirma, “es importante recordar para que no se vuelva a repetir”.
Su historia
Marian Turski nació en 1926 bajo el nombre de Moshe Turbowicz. Tras la invasión alemana de Polonia en 1940, cuando tenía 14 años, fue forzado a trasladarse al gueto de Lodz junto con sus padres y su hermano menor, donde acudió a la escuela secundaria y se unió a un grupo juvenil comunista. Cuatro años después, en agosto de 1944, fueron deportados a Auschwitz-Birkenau (Polonia), el mayor centro de exterminio de la historia del nazismo, donde fueron enviadas cerca de 1.300.000 personas, de las cuales murieron 1.100.000. La gran mayoría fueron judíos (el 90 %), pero también hubo polacos, gitanos, prisioneros de guerra, comunistas, disidentes del régimen y otros muchos.
En la puerta de entrada a uno de los campos que componían el complejo (Auschwitz I) se podía leer el lema en alemán “Arbeit macht frei” (El trabajo libera), con el que las fuerzas de las SS que estaban a cargo del centro recibían a los deportados, desde su apertura el 20 de mayo de 1940 hasta el 27 de enero de 1945, cuando el campo fue liberado por el ejército soviético.
De los vagones de tren repletos de prisioneros, los miembros de las SS seleccionaban a aquellos que consideraban que eran útiles para trabajar. Al resto se les conducía a las “duchas” y se les ordenaba desnudarse para su supuesta desinfección. En 5 minutos, 3.000 personas morían gaseadas por el ZyKlon-B, filtrado por los canalones.
Turski logró, milagrosamente, superar todo: la selección inicial, los años de hambruna y trabajo extenuante en el campo, el frío extremo, la ausencia de higiene y las enfermedades, condiciones que día a día acababan con la vida de muchos de sus compañeros. Sobrevivió, incluso, a las terribles marchas de la muerte que los alemanes nazis realizaron con los prisioneros que aún les resultaban útiles para su máquina de guerra. Marian Turski tuvo que pasar por dos. La primera fue en medio de un invierno gélido, desde Auschwitz hasta el campo de Buchenwald (Weimar, Alemania). La segunda duró 15 días, desde Buchenwald hasta Terezin (República Checa), y estuvo a punto de no poder contarlo: “Estuve realmente en agonía, muy, muy grave, pero sobreviví“. Afortunadamente, Marian fue liberado en Terezín el 9 de mayo de 1945. Su padre y su hermano menor, como la mayoría de la población judía polaca durante la Segunda Guerra Mundial, no pudieron superar la selección y fueron asesinados en las cámaras de gas de Auschwitz. Afortunadamente, pudo reencontrarse con su madre tras la liberación, de vuelta en Lodz. Tiempo después, se casó con una superviviente del gueto de Varsovia y fundó su propia familia.
Tras el Holocausto, Marian Turski realizó sus estudios universitarios en Polonia y se convirtió en jefe de la sección histórica de la revista “Politika” en 1958, cargo que sigue ostentando hoy día. En las últimas décadas, ha labrado una distinguida carrera como periodista y activista judío, y es miembro del Consejo Internacional de la Fundación Museo Auschwitz y del Consejo de la asociación que supervisa el Centro de Conferencias de Wannsee. Además, ha conseguido hacer realidad su gran sueño de crear el Museo de los Judíos Polacos POLIN, que se inauguró en 2014 en Varsovia.
La cruda realidad
Durante décadas, tuvo una amnesia que le impidió recordar el horror vivido, pero hay ciertos recuerdos de los que jamás podrá desprenderse, que quedaron grabados en su piel a fuego, igual de imborrables que el número de prisionero tatuado en su brazo, su “condecoración más importante”. Uno de los que más le emocionan sucedió nada más llegar a Auschwitz:
“Uno de los capos, que también era prisionero del campo, era un alemán que hablaba una jerga berlinesa que yo no entendía bien. Me mando hacer algo, pero no le entendí. Su primera reacción fue pegarme un puñetazo en la cara, tan fuerte que se me cayeron las gafas y se rompieron. Un miope como yo no habría podido sobrevivir más de dos días. No podría haber cumplido una orden por no ver, y eso es una sentencia de muerte. Así que era absolutamente necesario encontrar unas gafas. Allí había un montón de las personas gaseadas, y los prisioneros que formaban parte de la unidad especial ‘Kommando Kanadá’ tenían la oportunidad de quedarse con los objetos de los muertos e intercambiarlos. Dinero no teníamos, pero habían tres tipos diferentes de moneda; alcohol, cigarrillos y algo de lo que todos disponíamos: pan. “Por esas gafas me exigieron pagar tres raciones de pan. Si yo hubiera tenido que dar mis tres raciones diarias, habría muerto con toda seguridad. Pero mis camaradas decidieron que a cada uno de nuestro grupo se le quitara un tercio hasta reunir esas tres raciones y poder pagar mis gafas”.
En su día a día, los prisioneros sobrevivían con apenas 350 gramos diarios de pan, un litro de sopa y una especie de café. Los postes y las alambradas rodeaban todo el campo para prevenir las huidas, pero también estaban en torno a los hornos crematorios.
“Todavía siento escalofríos al verlas. Cuando alguien no podía más, sabía que lo único que tenía que hacer era lanzarse contra las alambradas. Así terminaba todo” .
US Holocaust Memorial Museum.
Dormían en barracones con literas para unas 600 personas, pero ocupadas por 1.100. Los que tenían suerte lo hacían con una manta fina, aparte del uniforme de rayas, que apenas les abrigaba en los días en que la temperatura caía a 20 grados bajo cero:
“Dormiamos cinco en cada cama. Parecían mejor las de arriba, porque muchos no controlaban sus necesidades y mojaban a los de abajo. Pero cuando los nazis nos llamaban para formar fila, estábamos tan debilitados que nos costaba bajar, y los rezagados corrían el riesgo de ser asesinados a palos” .
En aquellas condiciones, sobrevivir un día más era resistencia. Los nazis querían borrar el carácter del pueblo judío, su existencia, y todo lo que se opusiera a esa aniquilación, hasta lo más insignificante, era resistencia:
“Se comentaba que el rótulo donde se leía ‘El trabajo os hará libres’ lo había fabricado un herrero judío que también había sido prisionero, y que había decidido invertir la forma de la letra B, haciendo más abultada la ‘D’ de arriba que la de abajo. Esa B estaba mal hecha, fue un acto de rebeldía. Venía a querer decirnos que si puedes hacer algo, por poco que sea, para oponerte a tu opresor, debes hacerlo. Ese gesto tan nimio nos daba fuerzas todos los días, cada mañana cuando pasábamos por debajo de esas letras yendo a trabajar, y cada tarde cuando regresábamos” .
Su amistad también fue decisiva en el día a día, cuando volvían de trabajar exhaustos, y aún así, se animaban entre ellos a aprender francés, por ejemplo, con tal de mantenerse activos.
“Entre nosotros nos obligábamos a lavarnos aunque no tuviéramos fuerzas. Hacíamos los gestos incluso cuando no había agua. Lavarse todos los días era una cuestión de dignidad humana“.
Así pues, Marian Turski logró sobrevivir al Holocausto gracias a la solidaridad entre compañeros, aunque hubo otros tantos prisioneros que si lo lograron fue, precisamente, porque pasaron por encima de muchísimos cadáveres: “Yo no les juzgo. ¿Quién puede juzgar a alguien obligado a sobrevivir en el infierno?”.
East News / Getty Images.
La semilla del mal
El envío de veinte mil personas al día a las cámaras de gas no requería casi de implicación, pero hubo además mucho sadismo, personas que obtenían placer haciendo sufrir a los judíos. Sorprendentemente, dejando a un lado a toda la élite nazi de personas que actuaban por una ideología, las barbaridades más grandes fueron cometidas por gente común; por oficinistas o pastores, por gente que acariciaba a sus niños, que iba a la iglesia y que escuchaba a Strauss y a Schumann. ¿Cómo pudieron convertirse en criminales?
“Aquí tenéis un juego de mesa infantil. El ganador es el niño que capture al mayor número de judíos y los eche fuera del tablero. Así fue como empezó todo. A esas generaciones se les infiltró el odio desde pequeños“.
Colección de la Wiener Gallery de Londres.
El Holocausto fue la coronación de un proceso que buscaba alienar a la sociedad. Todo empezó dos años después de llegar Hitler al poder. Se les fueron restando paulatinamente los derechos a los judíos, hasta llegar a unos niveles de odio y antisemitismo extremos, y de ahí, al exterminio, como relató Marian Turski en una entrevista en El Correo:
“Prohibición de que los judíos se sienten en los bancos de un parque de Baviera. Sólo un parque, qué importa. Prohibido comprar pan antes de las cinco de la tarde. Lo adquieren más tarde. No pueden cantar en coros. Crean otros propios. Un mal pequeño, que casi no se ve, al que nos acostumbramos. Y llegamos a verles como personas diferentes. Quizá ya no deberían sentarse al lado, o vivir cerca. El gueto. Los campos. Se fue escalando”.
El sentido de la resistencia judía
Los judíos resistieron durante años, hasta enero de 1943, cuando empezaron las primeras acciones de resistencia armada en el Gueto de Varsovia contra las deportaciones a los campos de exterminio. Dentro de los muros, las principales organizaciones de resistencia eran la “ŻOB, Organización de Lucha Judía” (judíos izquierdistas) y la “ŻZW, Unión Militar Judía” (judíos de derechas).
El 18 de abril de 1943, el jefe de las SS, Heinrich Himmler, dio orden de liquidar lo que quedaba del Gueto de Varsovia, donde permanecían entre 50.000 y 70.000 judíos. Fue el comienzo de unos duros combates que duraron cerca de cuatro semanas, y que no tenían ningún propósito militar más que morir con dignidad, luchando. Desde el exterior, los insurgentes judíos del gueto fueron apoyados por la resistencia polaca, pero la mayoría de ellos resultaron muertos o acabaron prisioneros de los nazis.
Pero, ¿por qué fue tan tarde? ¿Por qué los judíos esperaron años antes de alzarse contra los nazis? ¿Cuál fue el sentido de la resistencia judía hasta la fase final del Holocausto? Marian Turski nos desveló todas las incógnitas respecto a esta cuestión el pasado 26 de junio de 2018, en una conferencia organizada por DeustoForum junto con el Instituto Polaco de Cultura, la Asociación Pro Tradición y Cultura Europea (APTCE) y la Ruta Cultural Románico XXI, en el 75 aniversario del levantamiento en el Gueto de Varsovia.
En primer lugar, porque la denominada “solución final” de aniquilar a los judíos no fue planificada desde un principio, sino que fue resultado de un proceso largo y confuso. En una primera fase, los alemanes sólo pretendían expulsar a los judíos del territorio, proceso que preveían que les llevaría como mínimo unos 10 años. Pero en 1941, la invasión de la Unión Soviética aceleró ese proceso.
Cuando comenzaron a llegar las primeras señales del inicio del proceso de exterminio de los judíos (ejecuciones en masa en bosques, enterramiento de cadáveres y otros acontecimientos en diferentes lugares), sólo las élites pertenecientes a los movimientos clandestinos de los diferentes guetos (historiadores, escritores, artistas y personas de muchísimo talento) tuvieron acceso a estas informaciones; la gran la mayoría de la población judía tenía un conocimiento muy limitado sobre lo que realmente estaba sucediendo.
Asimismo, los judíos fueron engañados. Los alemanes nazis ofrecían una hogaza de pan y un tarro de mermelada a aquellos que accediesen a trasladarse a un campo de trabajo, y dado el hambre que los judíos sufrían en el gueto, muchos de ellos no dudaron en presentarse como voluntarios con tal de sobrevivir.
Otro elemento clave fue el terror, ya que éste “ te presiona y hace que seas incapaz de resistir”. Para acelerar el desplazamiento de los judíos a los guetos, los alemanes nazis iban casa por casa expulsando a los judíos a punta de fusil. Aquellos que no obedecían, eran inmediatamente asesinados, y ese terror se propagó por toda la ciudad.
Por otra parte, la mayoría de los líderes políticos y de opinión de la comunidad judía en los guetos tenían la creencia de que la autodefensa podría desencadenar la aniquilación total de la raza judía. Por lo tanto, a sus ojos, era preferible no luchar, aún a riesgo de tener que sacrificar a las personas mayores y enfermas, que no sobrevivirían durante mucho más tiempo a las condiciones de vida en los guetos.
Otro punto importante que impidió un buen contraataque judío fue la insuficiencia de armas. El movimiento clandestino polaco intentó llevar a cabo un levantamiento general en Varsovia en 1944, pero el equipamiento del ejército alemán sobrepasaba su número con creces, y no podían arriesgarse.
Pero, quizás, el obstáculo más importante y decisivo fue el hambre: “Un cuerpo humano que muere por los efectos destructores de la hambruna es como una vela que se va acabando”. Y es que, ¿cómo unas personas que recibían 700 calorías por día iban a tener la suficiente energía para luchar? Era imposible.
Así pues, cuando todos los lazos familiares de esos jóvenes quedaron por siempre arrancados, y ya no tuvieron nada más que perder, solo les quedó una posibilidad: esperar. La solución tendría que venir por su propia inercia. Y así fue.
Su legado
Gracias al testimonio de Marian Turski y a la labor que él y otros muchos supervivientes llevan realizando durante décadas, nos es más fácil comprender cómo y porqué pudo suceder algo así. Sin embargo, el odio racial, la violencia y las idolatrías siguen proliferando en nuestro mundo, sin que seamos capaces de hacerles frente. ¿Existe aún el riesgo de que en las democracias occidentales pueda volver a suceder algo así?
Parece que fue hace mucho, pero lo cierto es que el Holocausto ocurrió hace tan solo 80 años. No debemos cometer el error de dejarlo caer en el olvido, ¿pero cómo podremos preservar el legado de sus supervivientes cuando el último testigo presencial desaparezca?
Marian Turski nos hizo partícipes de su historia, pero también compartió uno de sus momentos más importantes de vida: la celebración de su 92 cumpleaños. Un momento único e irrepetible, que quedará por siempre grabado en la memoria de DeustoForum. Sin duda, el mejor broche final a un relato digno de película.
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