Artículo publicado en El Correo (05/09/2022)
Resulta difícil desmarcarse de los estados de opinión cuando la ola mediática alcanza una determinada altura. La crisis acecha y los voceros que la anunciaron ya hace unos pocos meses se felicitan de su atrevimiento intelectual. Otros nos hemos resistido a aceptar prematuramente la llegada de una tercera inflexión de la economía en tres lustros hasta encontrar razones incuestionables. Los que militamos en el sufrido cuerpo de los analistas económicos sabemos que las previsiones a futuro resultan un ejercicio peligroso. Nos basta, y aún nos faltan pertrechos, con explicar cabalmente el pasado. Pongamos un simple ejemplo. ¿Cómo cambiarían las percepciones de la actual coyuntura económica si se produjera súbitamente un alto el fuego en el conflicto de Ucrania? Y así varias hipótesis más.
Dicho lo cual, el escenario dominante que dibujan con práctica unanimidad los go-biernos e instituciones internacionales del planeta es la de la inminencia de una crisis económica de magnitud variable. Cierta en su advenimiento e incierta en su magnitud y duración. El ‘shock’ gasista en Europa, la fuerte subida de los tipos de interés en EE UU y los confinamientos interminables junto a la grave crisis inmobiliaria en China acumulan una gran incertidumbre. Uno a uno, los grandes motores de la economía mundial se aproximan a los números rojos.
Para reforzar este sentimiento y llevado al caso de la economía española, el 80% de los indicadores del Ministerio de Economía apunta a un frenazo económico inmediato. En su consecuencia, los responsables de la política económica han desplegado importantes baterías anticíclicas.
La pregunta que aquí nos ocupa es si el conjunto de medidas adoptadas por los bancos centrales va a ayudar a frenar, o alternativamente a acelerar, la presunta crisis en ciernes.
El foro de Jackson Hole, celebrado días atrás, nos ha leído la temperatura de las mayores potencias del planeta. La conclusión principal recogida en el complejo turístico del Estado de Wyoming es un retorno drástico de las políticas monetarias. Los bancos centrales están decididos a controlar la inflación. Este ha sido el mensaje tanto de Jerome Powell, presidente de la Reserva Federal (Fed), como de Isabel Schnabel,
miembro del directorio del Banco Central Europeo.
«Si bien las tasas de interés más altas, el crecimiento más lento y las condiciones del mercado laboral más suaves reducirán la inflación, también traerán algunos problemas a los hogares y las empresas. Estos
son los costos desafortunados de reducir la inflación. Pero el hecho de no restaurar la estabilidad de precios significaría un dolor mucho mayor». Son las palabras del presidente de la Fed. Por su parte, Schnabel sostiene que los bancos centrales deben de actuar con determinación, porque la inflación se halla persistentemente a niveles muy altos y los costes de su reducción y control aumentarán si se producen retrasos en una acción contundente. «Existen riesgos en sobreactuar y también en hacer demasiado poco. Pero la determinación es una medida mejor que la prudencia».
¿Aciertan los bancos centrales con sus medidas de elevación de tipos y reducción de balance? Aquí aludiremos al clásico dilema escolástico atrición-contrición. Su comportamiento no obedece tanto a la fe en las medidas adoptadas como al puro miedo al fracaso derivado de su inmovilismo ante la inflación. Los bancos centrales se están moviendo porque temen perder credibilidad y, si la pierden, los costes de recuperarla serían mucho más altos que los posibles errores de sobreactuar ahora. Pero la intervención de los bancos emisores afectará solo a la demanda, deprimiéndola, dejando intactos los vigentes problemas de las cadenas de producción, es decir la oferta.
Además, al menos un 50% –por aventurar un porcentaje– de la actual inflación obedece a la desbordada laxitud fiscal de los dos últimos años. Cuando la inflación tiene un carácter fiscal, la política monetaria por sí sola no da una respuesta eficaz y es relativamente inoperante. Finalmente, las subidas de tipos al borde de la recesión amenazan con agravar la desigualdad.
En resumen, los bancos centrales van a seguir priorizando la lucha contra la inflación frente al combate de la recesión, contribuyendo indirectamente a la llegada de esta última. ¿Cuánto? Dependerá de terceras circunstancias o imprevistos que en este momento no es posible aventurar.
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