Artículo publicado en El Diario Vasco (17/09/2022)
¿Conoce a personas poderosas que ejercen su estilo de liderazgo desde el silencio y el dejar hacer? Probablemente no. Escuchar y callar es una virtud escasa en el mundo actual.
Creo que la reina Isabel II ha podido ser una de ellas. Nació en 1926 en el seno de un Imperio británico que abarcaba al 25% de la población mundial y una quinta parte de la superficie del planeta. El imperio más extenso que jamás haya existido. Paradójicamente a su llegada al poder en 1952 los tiempos cambiaban, y tuvo que lidiar con la paulatina caída de este poderoso imperio. A pesar de ello, lo hizo de manera brillante.
Luchó y salió victoriosa de infinidad de crisis, y a su muerte seguía siendo jefa de Estado de 14 países y de la Mancomunidad de Naciones que agrupa a 54 países (Commonwealth), además fue comandante en jefe de las Fuerzas Armadas Británicas y gobernadora suprema de la Iglesia anglicana. Es decir, una persona poderosa, que tuvo que afrontar ese liderazgo desde una edad muy temprana, veinticinco años.
Fueron setenta años de reinado marcados por una divisa: «Duty First» (el deber primero). Responsabilidad que estuvo presente como eje central de su vida. Una muestra de ello fue que, en setenta años, tan sólo falto en dos ocasiones a la apertura del Parlamento (ausencias motivadas por el nacimiento de dos de sus hijos). Un estilo de liderazgo atípico para un siglo XX donde el liderazgo de la testosterona y el macho alfa se imponía a toda costa.
Quizás las dos características más remarcables de este estilo particular de liderazgo fueron su capacidad para la escucha y su virtud de callar (exigidas en su rol). Escuchó desde el principio. En sus inicios, lejos de mostrar un estilo vanidoso propio de jóvenes idolatrados, se dejó aconsejar continuamente por el primer ministro Churchill, a quien tomó como mentor. También escuchó más adelante a líderes con los que no tenía tanta afinidad, como Tony Blair. Quien, ante la muerte de Lady Di, le recomendó acercarse más al pueblo. Y así lo hizo a su pesar. Reverenció el paso del féretro de la ‘princesa del pueblo’. La escucha activa es un reflejo de inteligencia y humildad. Sí, también los poderosos se equivocan.
La segunda de las características mencionadas, la de callar, puede parecer un contrasentido en el ejercicio del liderazgo. Pero no lo es. Y menos aún teniendo en cuenta el rol asignado a la monarca. Durante estos setenta años, ha vivido todo tipo de situaciones: la crisis de su país tras la Segunda Guerra Mundial, el fuerte cuestionamiento de la monarquía de los 70, la Guerra de las Malvinas de los 80, las separaciones de sus hijos, la muerte de Diana en los 90, y más recientemente el Brexit… y estuvo muy informada en todo momento de lo que ocurría en el mundo. No en vano, mantenía una audiencia semanal con el primer ministro correspondiente. Es decir, estamos hablando sin duda alguna de la persona mejor informada de Reino Unido. Líderes mundiales como el primer ministro canadiense Pierre Trudeau estaban impresionados por su sabiduría.
Y pese a todo, ¿conoce usted en detalle la opinión de la reina sobre el Brexit, la invasión de Las Malvinas o sobre el excéntrico Boris Johnson? Seguro que no. Y obviamente no es porque ella no tuviera opinión, sino simplemente porque no la comunicaba. Era consciente de la influencia que la comunicación de un líder puede tener sobre la población. Por eso, y por tener claro que su deber no era el de crear opinión, supo mantenerse callada –seguramente a pesar de que en muchas ocasiones se le removerían las tripas con el curso que los acontecimientos estaban tomando–.
Este estilo de reinado fue faro para todas las monarquías europeas del siglo XX. Ahora bien, cabe preguntarse si, fuera de la política, y teniendo en cuenta el poder que tienen, el rol de los monarcas del siglo XXI debería pasar a ser más activo. Instituciones milenarias como la militar ya lo están haciendo. La monarquía británica es el espejo en el que el resto de países monárquicos europeos se miran, por lo que debe medir muy bien sus pasos. De ahí que la gran pregunta que surge es si Carlos III, quien sin duda liderará de un modo diferente al de su madre, será capaz de dar este giro de modernidad y adaptación a los nuevos tiempos.
Con su estilo humilde y discreto, la reina Isabel II ha sabido superar grandes crisis de la corona y darle entrada en el siglo XXI, pese a todo, con prestigio. Ha superado referéndums como el de Australia, que en 1999 decidió mantenerse bajo su soberanía, y ha sido un muro de contención para un Reino Unido que atraviesa momentos difíciles. Su tatarabuela marcó una época, la victoriana. No sería descabellado pensar que los próximos libros de texto acuñen ahora un nuevo tiempo histórico, la ‘época isabelina’.
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