Artículo publicado en El Diario Vasco (02/10/2022)
Vivimos en un mundo cada vez más polarizado. Nos estamos acostumbrando con una velocidad pasmosa a leer los fenómenos sociales en clave de blanco o negro, a favor o en contra, me gusta o no me gusta. Dejamos poco espacio para los matices y las explicaciones sosegadas y nos posicionamos con igual vehemencia y claridad tanto sobre cuestiones transcendentes como una guerra o la crisis energética, como sobre los pequeños entretenimientos del día a día, como el último fenómeno acontecido a la Marquesa de Griñón.
Ante esta realidad, los estudios de opinión nos demuestran que en las sociedades contemporáneas suceden dos tendencias mayoritarias, en ocasiones contradictorias entre ellas. Por un lado, en temas demasiado espinosos, o en aquellos que nos dejan demasiado expuestos ante los demás, tendemos a situarnos en posiciones centradas. Por eso, todas las personas somos, si nos preguntan, de clase media. Por eso, en la escala ideológica, la sociedad vasca siempre ronda el espacio que va entre el 4 y el 5, el centroizquierda. Por otro lado, una segunda tendencia nos suele llevar a posicionarnos siempre con la que creemos que es la opinión mayoritaria, la mejor vista o la que pensamos que menos puede incomodar en un contexto determinado.
Durante mucho tiempo, estas posiciones han coincidido en el viejo continente con posiciones progresistas y a favor de la justicia social, pero un viejo fantasma recorre Europa: la extrema derecha recupera posiciones en todas las sociedades democracias. El auge de la extrema derecha ha hecho que el eje del debate público se desplace a posiciones difícilmente asumibles previamente. Ha posibilitado que se abran melones que se consideraban cerrados (o mejor dicho, consensuados) en términos de convivencia o diversidad, sobre todo en aquellos que tienen que ver con la aceptación de la diferencia.
En una sociedad cada vez más autocomplaciente con su nivel de bienestar, con el camino recorrido, con lo conseguido, lo diferente es visto como una amenaza. Además, no hay que olvidar que estamos en medio de una guerra, con la inflación más alta de los últimos treinta años y con una perspectiva económica poco alentadora desde el punto de vista de la ciudadanía. Y esto es el mejor caldo de cultivo para el discurso de la extrema derecha. En un escenario polarizado que gestiona muy mal los matices, en el que cualquier intento de moderación o explicación es visto y gestionado como debilidad, el discurso populista encuentra un lugar para hacer aquello que mejor sabe: ofrecer soluciones simples a problemas complejos. Son escenarios en los que no se busca comprender al adversario, ni siquiera escucharlo. El objetivo es gritar más que el otro, ofreciendo recetas mágicas que luego son imposibles de aplicar.
Euskadi no es una isla en este sentido. Existe un rechazo latente al diferente y el discurso populista también está presente. Se visualiza en pueblos y barrios, cuando se van a abrir recursos para menores extranjeros. O cuando se habla del mercado de trabajo y de las ganas de trabajar que o no tiene una u otra persona. Se ha visualizado, alguna que otra vez, al hablar de ayudas sociales y prestaciones económicas. Son momentos en los que, en los círculos más íntimos, en las cuadrillas y en las cenas y poteos se deja aflorar ese subconsciente colectivo que roza lo políticamente incorrecto, y donde lo políticamente incorrecto está cada vez más posicionado con la preocupante tendencia general neoconservadora.
Pero, afortunadamente, Euskadi sí es diferente en algo: este discurso latente en lo social, apenas se visualiza en lo político. Existe un consenso de fondo, cada vez más amplio, en la riqueza que supone una sociedad diversa, con miradas distintas, pero con un objetivo de convivencia común. Parece, además, que estos consensos latentes van dando paso, este último año, a la construcción de consensos más amplios que tendrán su reflejo en el escenario legislativo. Al acuerdo alcanzado en el ámbito educativo (y que veremos cómo se refleja finalmente) pueden seguir nuevos acuerdos en otros ámbitos como el energético, la salud o la garantía de ingresos. La posibilidad de que en el ámbito político se generen grandes consensos, desde la diferencia, pero sin estridencias, es el mejor de los ejemplos que en el escenario globalizado de la polarización se puede ofrecer para mantener la confianza en el sistema democrático. El sistema político vasco sigue teniendo retos a los que responder en clave de representación, participación o transparencia. Pero transitar estos momentos tan complejos desde los grandes consensos es una gran aportación a la sociedad y una de las mejores vacunas frente a los discursos de odio de la extrema derecha. Es un muro de contención y protección que todas y todos tenemos que seguir cultivando. Hemos comenzado ya un largo año y medio que transcurrirá en clave electoral.
Nuestros representantes tendrán mucho que decir en ello, pero también nosotras. Tengámoslo claro.
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