Artículo publicado en El Correo (10/10/2022)
Relativismo y conflicto. Tales son los ingredientes que el economista americano Arthur Laffer incluye en su célebre representación, la llamada ‘curva de Laffer’. El tema es de máxima actualidad en nuestro país porque da sustento doctrinal a los dos antagonistas políticos –derechas e izquierdas– que en este momento propugnan bajadas o subidas de impuestos, respectivamente.
La ‘curva de Laffer’ es obvia e indiscutible en su enunciado formal: informa que en los valores extremos de tasas impositivas (del 0% y 100%) la recaudación del Gobierno será nula. Si la tasa impositiva es cero, los ingresos fiscales serán inexistentes, ya que no se cobrará ningún impuesto. En el otro extremo, si la tasa impositiva es del 100%, los ingresos fiscales también serán nulos, ya que nadie en su sano juicio querrá producir, trabajar o invertir gratis si los ingresos generados en el proceso productivo son confiscados en su totalidad.
Esto implicaría, igualmente sin margen de desacuerdo, que hay puntos a lo largo de la curva en los que un aumento de tipos sí produciría un incremento de la recaudación; y también otros en que, alternativamente, el crecimiento excesivo de las tasas impositivas reduciría la cantidad de ingresos fiscales del Gobierno. El primero es el tramo ‘bueno’ de la curva –bueno para el fisco, se entiende–, mientras que el segundo tendría la condición de ‘malo’, no deseable o irracional –siempre para las arcas del Estado-.
El valor pedagógico de la ‘curva de Laffer’ reside en advertir que los cambios fiscales producen dos tipos de efectos diferenciados sobre los ingresos tributarios: son los llamados ‘efecto aritmético o estático’ y ‘efecto económico o dinámico’. El ‘aritmético’ es fácil de entender: si el tipo baja, la recaudación baja a igual base imponible. Sucederá lo contrario si el tipo aumenta, cuando la recaudación aumentará a igual base imponible.
Pero el ‘efecto económico’ viene a trastocar esta sencilla transitividad, por el incentivo que unos tipos bajos producen sobre el empleo, el PIB, la actividad y la tasa de crecimiento de la economía; y en consecuencia sobre la base imponible, que al aumentar incide favorablemente en la recaudación. Alternativamente, tipos excesivamente altos desincentivan la actividad, reduciendo la base imponible y finalmente los ingresos tributarios, consecuencia de una elevada ‘cuña fiscal’. Los agentes económicos modifican su comportamiento y reaccionan con desaliento ante un exceso de impuestos, perjudicando los intereses recaudatorios del Estado.
El tema se complica cuando pasamos del discurso teórico a la aplicación práctica en la vida diaria de una economía, porque es muy difícil, por no decir imposible, demostrar en qué punto de la curva –bueno o malo– se halla una economía determinada. En consecuencia, las decisiones políticas se toman a pálpito, a golpe de intuición. Los estudios empíricos al respecto son múltiples y contradictorios.
Cuando Reagan bajó los impuestos al ser elegido presidente de Estados Unidos en 1981, los hechos desmintieron la conjetura de Laffer generando una reducción en la recaudación total. Islandia nos legó una información alternativa de la curva: de 1991 a 2001, la tasa impositiva se redujo del 45% hasta el 18% y los ingresos fiscales se triplicaron.
Lo anterior no está reñido con postularse en favor de una baja fiscalidad. Todo lo contrario.
Pero nunca en base a utilizar el aumento de la deuda como comodín del sistema, como ha hecho el Gobierno británico. Ni siquiera cuando la financiación de la deuda ha sido gratuita, pero mucho menos en la hora actual.
En España, valga el caso, debería intentarse minorar la tributación «siempre que se pueda» como propugnaba Milton Friedman, no porque se busque aumentar la recaudación, hipótesis heroica, sino para proporcionar oxígeno –mayor renta disponible– a un sector privado más eficiente que el público, seriamente acorralado por sucesivas crisis y blanco a menudo de críticas injustificables. «Siempre que se pueda» significa sin aumentar el déficit público, eliminando los michelines improductivos que cuelgan de un Presupuesto obeso que siempre cuenta con la muleta de la deuda pública. Para más bondad, esta política es antiinflacionista. Si por un avatar del destino los ingresos fiscales se incrementasen, significará ello que las rebajas impositivas han sido insuficientes y que hay que proseguir su senda bajista.
Sin rozar las grandes partidas de la protección social.
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